Múltiples voces hablan del fracaso de Europa.

Hace cien años en Europa los generales, en tiempo de paz, planificaban cómo invadir al vecino. Unos ideaban cómo invadir Francia por Bélgica, otros cómo invadir Alemania desde Alsacia Lorrena. Las teorías de Clausewitz de acción militar brutal y decisiva conformaban el pensamiento de los altos estados mayores. Pronto esas planificaciones llevaron a las trincheras y a nueve millones de muertos, el preludio a los más de cincuenta millones de víctimas mortales en la segunda gran guerra.

Cien años parece mucho, pero es anteayer, es la infancia de nuestros abuelos. En el largo decurso de la historia son un mínimo lapso de tiempo, un breve parpadeo.

Hoy Europa lucha, pero de otra forma. Es cierto que todavía intentando trascender los antiguos patrones del nacionalismo. Es cierto que invadida por el mercantilismo exacerbado y la corrupción, en algunos países como el nuestro todavía incrustada en la vida pública y privada. Es cierto que inmersa en una crisis de valores en la que el egoísmo y la pillería siguen vigentes.

 Pero a diferencia de todas las generaciones que nos precedieron en Europa hoy no vivimos en guerra y los conflictos se dirimen en la mesa de negociación. El último grupo terrorista operativo, ETA, ya es pasado. En Europa ya no hay terror, por primera vez en la historia.

Europa lucha por un modelo, un ideal. El modelo es simple y revolucionario: el estado de derecho. El ideal es aún mas revolucionario: el humanismo. Más allá del humanismo, algunos ven algo más: la fraternidad. De eso ya se escribió en la Revolución Francesa. A veces la distancia entre el sueño y la realidad se alarga, pero no hay que perder de vista al sueño.

Algunos añoran los tiempos de las Cruzadas. Otros sueñan con restituir ciertos agravios, pues les sigue doliendo Gibraltar como si Gibraltar importara. Pero otros ven en la Unión Europea la posibilidad de la gran unidad en la gran diversidad, pasando del “yo” al “nosotros”.

El 22 de febrero se cumplen 70 años de la muerte, probablemente por suicidio, de Stefan Zweig y su esposa, en Brasil. Al leer “El mundo de ayer. Memorias de un europeo”, sus memorias póstumas, uno queda sin esperanza ante el cuadro desolador. El agotamiento de Zweig al final de su vida lo es también el del lector sensible al atroz sufrimiento de millones de personas. Para Zweig el sueño de la unión espiritual de Europa, de la paz entre los pueblos, parece roto, inalcanzable. Por eso ese suicidio en 1942, todavía antes de Stalingrado, todavía antes del principio del fin del nazismo. Un suicidio ante la falta de esperanza en el futuro.

Pero el gran sueño no ha muerto. Zweig, Rolland, Tolstoi, todos ellos marcan un ideal, que no alcanzan a ver, aunque lo atisban desde su alma. Y Schuman, Adenauer, de Gasperi, Churchill, Hollstein, Monnet, Spaak y Spinelli suman a ese ideal una acción para construir las bases de lo que hoy es la Unión Europea. Y muchos de sus herederos, entre ellos Brandt y Schmidt, pero también Merkel, han hecho y siguen haciendo un digno papel, el mejor que saben y pueden, a pesar de todas las dificultades y de las críticas fáciles.

La frontera entre Francia y España, en Irún, era antaño un lugar oscuro, hostil. Hoy una rotonda florida y llena de árboles ocupa el lugar que antes afeaba el largo control de pasaportes en manos de funcionarios a veces mal encarados y amenazantes. Esa fue la visión de Hugo, Zweig, Churchill, Semprún y tantos otros. Desde Biriatou, unos kilómetros más allá, se divisa el Bidasoa, separando dos países que antaño eran dos universos sin nada en común. Pero hoy ya no hay congoja al pasar del lado francés al español, como la hubo en tiempos. Esa visión, esa realidad, ha tardado siglos en construirse. Pienso que no debemos perderla. Porque el cuadro de Nicholas Roerich que ilustra esta nota nos habla de ciertas señales…

Europa ha de confluir con Estados Unidos en la profundización de las cuatro libertades que fueron formuladas por el Presidente Roosevelt, la más importante de ellas la de vivir sin miedo, con todo lo que ello significa.

La escena de Jesús en el templo destrozando los tenderetes de los mercaderes no debió ser pacífica. Igualmente es preciso que cada uno de nosotros destrocemos el mercader que llevamos dentro, que desplacemos definitivamente nuestro egoísmo para imbuirnos de nuevos ideales.

Europa necesita reencontrar su camino, pero también ser consciente de que el camino andado es un milagro. Ahora toca un nuevo milagro, que es el de avanzar hacia ciertos principios. Con prudencia, con inteligencia, también con convicción.

Joaquín Tamames, 17 febrero 2012. Imagen: Signs of Christ, 1924, pintura de Nicholas Roerich