Hoy es el aniversario de David, que se fue siendo un precioso niño y siempre será un precioso niño. También lo es, aunque no es la fecha, el aniversario de Rubén. Y de tantos seres queridos que ya no están. Y de todos los seres vivos que compartimos hoy el planeta, y que podríamos vivir en mayor armonía y comunión.

Ayer, viendo de nuevo La delgada línea roja, el bello film de Malick que también habla del alma, me llegó de nuevo con fuerza el concepto de alma universal, de la que todos somos parte.  Sentí claramente, como en un destello de lucidez, el proceso de nuestra separación del alma universal para venir a la tierra a experimentar la materia, y para volver luego, al final del camino, a ese alma, a esa unidad.

En el libro El viaje de Tánatos. Guía para comprender y acompañar en la muerte y el duelo, se dice, respecto del estado que sigue a la muerte de un hijo: “El dolor es tan intenso que suspende los pensamientos”. Y si, son muchos los pensamientos suspendidos por el dolor humano, en toda época. En medio de esa oscuridad y ese dolor, nos llega a veces el anhelo de esa frase del mantram: “que el dolor traiga la debida recompensa de luz y de amor”.

Hay una hermosa frase de Jesús cuando estando en Asia le llegan noticias de la muerte de su padre: “Madre mía, la más noble de las mujeres. He sabido por un hombre de mi tierra que mi padre ya no vive y que tu sufres y estás desconsolada. Madre, todo está bien. Está bien para mi padre y está bien para ti…. Esfuérzate en estar contenta y un día vendré a ti y te traeré regalos más ricos que el oro o las piedras preciosas”.

Jesús nos insta a estar contentos a pesar del dolor. Nos pide trascenderlo para servir al mundo. Le dice a su madre: “Cuando venga la pena y quiera amontonarse en el corazón, olvídate de ti misma y sumérgete profundamente en el servicio del amor, y no tendrás pena”.

A esa otra María, madre de David, y también a su padre, y a sus abuelos, y a su hermana, Jesús probablemente les pide que hagan todo, lo pequeño y lo grande, lo cotidiano y lo extraordinario, con tanto amor como si el que fuera a recibirlo fuese David. Porque David, sin ninguna duda, lo recibirá.

JT