En la tierra todo es pasajero, efímero, pero por encima de nuestras cabezas permanece el sol, inmutable, eterno, y hacia él debemos dirigir nuestras miradas. Cuando se busca la verdad, debemos dirigirnos hacia lo que no es pasajero, hacia lo que no cambia. Pero se diría que es difícil para los humanos encontrar la actitud correcta con respecto al sol: o no le hacen caso, o exageran su papel; o piensan que no tiene nada que ver con la religión, o le adoran y le rinden culto. En los dos casos se equivocan. Si no colocan al sol en algún lugar de su vida interior, se privan de un elemento esencial. Pero detenerse en el sol físico como si fuera un ídolo, es regresar a la mentalidad de los primitivos que adoraban a las fuerzas de la naturaleza.
El sol debe ser sólo un medio de encontrar a Dios, nuestro sol interior. Cuando le contemplamos, exponiéndonos a sus rayos, identificándonos con él, aumentamos cada día en nosotros la luz, el calor y la vida divinos.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86), pensamientos cotidianos, www.prosveta.es