Diseños que no pueden conformarse con estéticas superfluas

6-Junio-2008. Las tendencias de la moda responden definitivamente a realidades sociales concretas y no al gusto caprichoso de unos cuantos. Alicia García San Gabino (Madrid, 1969) se había aprendido muy bien esta virtud de su oficio, en el Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, cuando conoció a Isabel Martín, una monja jesuitina que venía de India con unos muñecos cosidos por tres mujeres a las que trataba de conseguir un medio de vida.

Así germinó Diseño para el Desarrollo www.disenoparaeldesarrollo.org que cinco años después beneficia a unas mil familias en India, Nepal, Brasil, Guinea Bissau y Marruecos. La inquietud y la fuerza de Alicia García San Gabino es impulso suficiente para trascender lo que parece una paradoja, y poner al servicio del equilibrio social algo tan fácilmente reducible a la estética más superficial como es el mundo del prêt-à-porter. Su manera de entender la capacidad de la moda para activar la economía ética tiene la rotundidad y la sencillez de las creaciones indemodables, propias de las mejores firmas.

García San Gabino, que cree en los pasos pequeñitos y en la constancia, sueña con tener un local en España donde poder promover la distribución comercial de los productos que su ONG auspicia mediante enseñanzas y asesorías en todas sus fases, desde el diseño y patronaje hasta la estrategia publicitaria, pasando por la confección. Fue fácil ver desde el principio que sabía cosas útiles para todos los momentos del proceso, tanto los conocimientos técnicos de tejidos o de costura, como los referidos a marketing, imagen corporativa y publicidad. A ellos se suman otros que llegan de forma sobrevenida en cada caso. La generosidad con la que los comparten ella y sus compañeros permite a las cooperativas ser autónomas, una vez puestas en marcha y asesoradas.

La Universidad Politécnica de Madrid, a la que pertenece su escuela, es testigo además de una afortunada colaboración a tres bandas con el Instituto Nacional de Educación Física (INEF) y la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos: Deporte, Ingeniería y Moda (DIM) están juntos en Camboya. Todo es poco contra la pederastia y sus efectos; todo parece imposible contra una epidemia que llega directa e imparablemente desde Occidente demoliendo el derecho de los niños a la inocencia y poniendo en jaque la confianza de muchos en la evolución humana hacia un mundo mejor…

FA: Moda y cooperación no parecen fáciles de unir
AG: Fui a unas “vacaciones solidarias” en Bombay que en principio no eran para hacer ningún trabajo, sino para observar y ser capaz de concienciar a la vuelta; y justo antes conocí a una monjita española, Isabel Martín, que venía de allí y traía una maleta llena de muñequitos. Ni la tela ni los muñecos eran muy bonitos, pero estaban muy bien cosidos. Por mi trabajo, yo estaba entrenada a anticiparme a los gustos y a saber qué estética es la que funciona.

Estuve allí un mes, con SETEM Comercio Justo, y no paré. Los elefantes en marrón y negro no le gustan a nadie, pero sí en rojo y rosa; incorporé lentejuelas y cristalitos porque eso hablaba de India… Ayudé con unos bolsos, les convencí de los gustos en Europa y salió una colección muy sencilla con su catálogo y todo. También soy diseñadora gráfica y me di cuenta de que todo lo que sabía hacer lo necesitaban allí.

FA: ¿Tuvo éxito esa colección?
AG: Ocurrió que me llamó el director de la ONG en Bombay y me dijo que se preguntaban si tenía magia porque tenían un pedido de 2.000 bolsos de los que yo había diseñado, y ningún otro. Me pidieron que volviera el año siguiente y buscaron un patrocinador francés para que pagara mi billete de avión y mi manutención allí.

FA: Te ganaste con ellos la libertad creadora…
AG: Fui sola ese segundo verano y fue una locura; diseñé unas camisolas sin mangas y unos pantalones tipo pijama muy sencillos, para probar… Las importadoras se abalanzaban, pedían por miles…

FA: Harían falta más manos para tanto trabajo
AG: Sí, además en ese momento planeaba quedarme embarazada. Me fui a mi escuela de diseño en la Politécnica para dar una charla y tratar de buscar ayuda, pensando que se apuntaría muchísima gente, porque yo habría ido de cabeza, pero sólo se apuntaron tres. No me lo podía creer. Hice equipo con las tres para ir a Bombay, pero las dejé allí y yo me fui a Nepal porque me hablaron de un taller allí y porque yo no quería ser una madre superiora. Respondieron genial. Todo hay que hacerlo perfecto para dejarlo encarrilado y facilitar el trabajo de cara a los pedidos posteriores. Al año siguiente, con el testimonio de ellas, vinieron muchas más; desde entonces crece y crece el trabajo en India.

FA: ¿Qué es lo más difícil de trabajar en otras culturas?
AG: Aquí somos unas princesas y no estamos acostumbradas a algunas cosas… Nuestro vecino ese año se murió de tuberculosis; vives la vida y la muerte de una manera más animal, más intensa; ves la miseria, la lepra… es muy duro. Una del grupo no toleraba el picante, otra no podía con los bichos y había infinidad porque vivíamos cerca de un vertedero…

FA: Es extremo; quizá una vacuna para poder luego con todo
AG: No, hay algo peor: Camboya es insoportable porque la prostitución y la pederastia están a la orden del día; es muy fácil ver que los occidentales somos los causantes. Cada lugar tiene su lado especialmente duro, pero lo de Camboya es atroz. Allí llegamos los occidentales con nuestro dinero, y cogemos a las niñas como nuestras concubinas, es nuestro burdel. El Gobierno ve que hay ingresos asegurados y hace la vista gorda. Así que, en India, Nepal, Brasil… ves la importancia de apoyar pero el cambio tiene que venir de ellos. Pero Camboya es deprimente porque ves que es tu propia sociedad, alemanes, ingleses, españoles, gente joven, universitarios, mochileros, que cada noche duermen con una niña, ¿de verdad creen que están ligando? ¡Pero si luego las pagan! Las niñas los ven como un negocio, y el Gobierno tampoco hace nada porque es una vía de dinero muy fácil. No dejas de verlo ni un solo día y luego te genera paranoia. Me ha pasado ver a un padre jugar con su hija y temer otra cosa.

FA: ¿El trabajo en Camboya está orientado a acabar con eso?
AG: Somos una gota en un océano. Nos hemos juntado con INEF y con Caminos y nos llamamos DIM (deporte, ingeniería y moda). Camboya es el primer Proyecto DIM, financiado por la Politécnica. Trabajamos en un centro de acogida con cincuenta niñas recogidas de la calle vendidas, abandonadas… Les enseñan a leer a escribir, a coser, a cocinar, a que sean personas eficientes y puedan plantearse un futuro. Nosotras trabajamos en el taller, los de Caminos van a montar paneles solares, porque la electricidad es carísima, y los de INEF van a hacer un programa de dinámicas psicosociales para que las niñas aprendan a ser niñas, a jugar, reírse a carcajada limpia, que es lo que necesitan. Si conseguimos que el centro crezca…

FA: Antes de este proyecto DIM, Diseño para el desarrollo habéis puesto en marcha otros proyectos… ¿Cómo llegasteis a Brasil?
AG: Un compañero fue de vacaciones a Salvador de Bahía y conoció a una chica con una ONG dedicada a luchar contra la venta de mujeres: monta talleres ocupacionales para tener a las mujeres a salvo de maltratos y tenían uno en el que customizaban tejidos, un poco como hacíamos aquí con Las vacas flacas, reutilizando y descosiendo ropa en desuso, pero con su estética piringuetti, con sus licras y sus cosas… Sabían coser a máquina.

FA: A Brasil llegasteis con toda la experiencia anterior, cada vez más fácil.
AG: Pero es que así como en India y Nepal las mujeres son sumisas, sentadas en el suelo… allí era el otro extremo y no confiaban, creían que buscábamos algo para nosotros, tenían un montón de resistencias, pero si les hablas con amor, ya está… En el primer viaje les preparamos un organigrama muy básico y lo miraban como si fuera un Dios. En viajes posteriores las hemos asesorado para conseguir subvenciones; para hacer formación… Han ido psicólogos a ayudarlas porque estaban muy peleadas, a veces por trapicheos de drogas de los maridos. Las terapeutas les hacen dinámicas de grupo, se cogen de las manos…

FA: Guinea Bissau es todo un salto en todos los sentidos
AG: Como estamos en contacto con los importadores de Comercio Justo, ellos mismos hablan con talleres que conocen y nos ponen en contacto… Por ese camino, CIDAC, que es una ONG portuguesa, nos contrató como técnicos para irnos a Guinea Bissau, a un poblado. Los hombres trabajan en telares; hacen tapices religiosos, en unos telares de madera maravillosos; tiñen los tejidos… Allí hemos dado clase de costura a las mujeres, desde cero, y hemos diseñado ropa de hogar, como un set que tiene manteles individuales, trapos de cocina, delantal y manoplas. También hemos diseñado un ajedrez de viaje, con una tela de cuadros de tablero y con las figuras preciosas inspiradas en la estética del lugar. Lo venden en una tienda que han abierto y que es la única de Bissau.

FA: ¿No se puede importar?
AG: Hay un acuerdo con la importadora para que les hagan un pedido, pero hay muchas cosas que cambiar; nos encontramos con que no compran porque es caro, estamos un poco en la cruzada de que no puede ser barato: imagínate un tejido alucinante, hecho a mano, con unos colores maravillosos, tintados los hilos, tejidos, cosidos… pueden estar en una tienda de decoración del más alto standing y no pueden ser baratos; es que si fuera barato no podría ser comercio “justo”, tener esa calidad, estar hecho con tanto amor… No es caro, es su precio. Quizá dejemos de limitarnos a las tiendas de Comercio Justo y nos abramos también a las tiendas de decoración, de ropa…

Son productos maravillosos; en Brasil es algodón, pero en Camboya son unas sedas alucinantes que te dan ganas de comprarlas todas y poner en funcionamiento todos los telares que están parados.

FA: ¿Tenéis el mismo problema en el caso de India?
AG: En India está yendo fenomenal. Porque una de sus importadoras, CTM, tiene 400 tiendas en Italia y todos los años se interesa por lo nuevo y hace pedidos concretos. Ahora ha hecho pedidos muy grandes para una empresa francesa, Au bon marché. Les piden sólo tres productos, pero volúmenes de 5.000 unidades. Están apostando por el comercio justo; me han pedido el logotipo porque lo van a imprimir. Eso es lo que hay que conseguir, que las empresas se abran a lo que se llama la economía ética. Que no busquen el producto barato y rápido sacado bajo la explotación, sino que consigan producto original, con diseño y con calidad, que viene de talleres que están creciendo y contribuyendo al desarrollo. Entonces es una esperanza, llegar a ese tipo de comercio, que cambie la filosofía.

FA: ¿Cómo es el proyecto de Marruecos?
AG: Es distinto; nos contrataron de la Asociación Nacional de Artesanía para dar una consultoría en diseño y marketing a mueres artesanas. Son mujeres de la zona de Marruecos que las financia el Banco Mundial por medio de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), son empresarias y les ayudamos a mejorar su producto, la presentación, el etiquetado, el acabado… ellas son emprendedoras y ya están haciendo cosas, algunas muy bonitas, pero vamos a hacer que tengan una presencia maravillosa, que conozcan el mundo de la promoción.

FA: Parece todo a tu medida, ¿es un sueño cumplido?
AG: Estoy encantada y con la sensación de que me han ido colocando, pero falta mucho. Necesitamos buscar la manera de dar continuidad y autonomía al proyecto, con el que ahora se benefician cerca de mil familias, necesitamos crecer como empresa. Un local nos permitiría activar la importación y dar curso a los productos que están en marcha y a otros de otras cooperativas.

FA: ¿Cómo sería ese local?
AG: Podría ser una tienda multicultural de venta de productos de artesanía y música; y también un taller de diseño; un espacio creativo y de formación que nos permitiera además ser cliente de las cooperativas en desarrollo; nos podríamos abrir a muchos talleres por todo el mundo. Una mujer de Colombia nos preguntó recientemente que a qué dios había que rezar para que vayamos a ayudarles… Yo rezo al guionista…

Lola Bastos, 6 de junio de 2008
www.fundacionananta.org