Los budistas utilizan frecuentemente la palabra apego en inglés. Está pensada para expresar la idea de que nos atamos por nuestra posesividad apasionada y exigente, y que por lo tanto sufrimos necesariamente por estar así atados cuando, antes o después, el objeto de deseo se escapa de nuestro poder. Por lo tanto, es en el desapego, en abandonar y dejar ir (la señal del amor verdadero que desea volver feliz no a sí mismo sino a la persona amada) que se debe buscar el camino para superar el sufrimiento.

Esta actitud budista básica que enseña a la gente a mostrar primero amor real, compasión real, y alegría sin límites en la alegría de los demás (mientras que a la vez, alcanzamos una ecuanimidad interna respecto a cualquier cosa que nos suceda a nosotros), fue reinterpretada en una fecha relativamente temprana y entendida como que todo tipo de apego y amor humano estaba devaluado… de esta manera, el budismo occidental se convirtió en un doctrina deprimentemente ascética y anti-mundo. Pero estar apegado en el sentido de devoción interna y amor es algo muy distinto a un apego posesivo (tanha). Si alguien cercano a mí tiene un accidente o muere, eso causa sufrimiento. Y aceptar este sufrimiento es mucho mejor que mantenerse incólume en una fría ecuanimidad…

… La cuestión que debe plantearse es: ¿sufrir no es un pequeño precio a pagar por el privilegio de amar? Personalmente, yo preferiría aceptar el sufrimiento surgido por amar a otros, que ser incapaz de amar. Porque sólo desde esta actitud básica podemos desarrollar la capacidad para la compasión y simpatía con los demás seres. Y si realmente existiera un estado de supuesta perfección en el que los que la han alcanzado se mantuviesen impertérritos ante el sufrimiento ajeno, entonces admito francamente que este tipo de santidad me deja frío, y no la deseo en absoluto.

En mi larga vida me he encontrado una y otra vez con personas que estaban desesperadas porque no sabían si llegarían alguna vez a alcanzar la libertad interna debido a la cantidad de apegos que tenían. Parece importante que se pregunten en primer lugar cuál es la naturaleza de su apego. Si están apegados con codicia al dinero, bienes, objetos, lugares específicos y todo tipo de posesiones, entonces por supuesto que este cariño se convierte en un apego que les convertirá en prisioneros. Pero si un hombre está dedicado a su mujer, una madre a su hijo, los niños a sus padres, un chela (discípulo) a su guru, y un guru a un chela, entonces esta devoción es una expresión de amor, y mientras no degenere en un deseo de poseer, es una cualidad positiva. La gente sin apegos de este tipo, que no han desarrollado relaciones personales basadas en el amor a nadie, aunque fuesen unos perfectos santos, nunca dañando a nadie ni cometiendo actos malignos, serian, para mí, seres fríos y monstruosos sin características humanas. Por lo tanto prefiero a un Ananda sollozante a todos los Arahants de sangre fría que –según el Maraparinibbana Sutta– se sentaron alrededor del Buda agonizante con expresiones pétreas e impertérritas, envueltos en su propia santidad y perfección[1]. Cambiaría a todos estos Arahants helados por una sola lágrimas de Ananda, porque fue el único que se mantuvo humano, que, a pesar de su profundo entendimiento de la doctrina de Buda, había preservado sus cualidades humanas. Fue el único que amó a Buda y comprendió la inmensa pérdida de todo lo que la presencia personal y física de Buda había significado para él, algo más preciado para él que todas las explicaciones doctrinarias. Los otros consideraron que habían absorbido éstas tan perfectamente que no había nada más que fuese confuso o problemático para ellos, y por eso no tenían más preguntas que hacerle al Buda antes de su pasaje. Pero, ¿alguien que ya no siente apego por nadie sigue siendo un ser humano vivo? Me parece que esa gente son perfectos egoístas –espiritualmente muertos, y por tanto incapaces de cualquier crecimiento espiritual ulterior. Puede que sean “perfectos”, pero han entrado en un camino sin salida y se han convertido en fósiles perfectos.

Debemos distinguir entre un apego posesivo y el apego creado por un vínculo interno entre seres que se aman, se ocupan el uno del otro y sienten el uno por el otro… Deberíamos recordar siempre que el sendero de Buda es el camino de en medio. Y así, por muy maravilloso que sea el amor entre marido y mujer, entre madre e hijo, o entre dos amigos, tenemos que estar alertas para que no se convierta en posesividad. Incluso el amor materno puede ser posesivo, y en cuanto el afecto se convierte en posesividad, se vuelve un impedimento.

Afirmemos la posición una vez más, claramente. Chanda como inclinación, apego o afecto no puede juzgarse únicamente por la naturaleza de su objeto. Es mucho más importante saber si está basado en una tendencia a la posesividad. Pero incluso un amor posesivo puede, en ciertas circunstancias, ser un factor que evoca y desarrolla la capacidad de un amor genuino, y libremente entregado. Por lo tanto, no deberíamos etiquetar ni siquiera el amor posesivo como algo totalmente negativo y rechazarlo sin más –puede ser la simiente de la que brote y de fruto el verdadero amor y la verdadera simpatía.

Chanda –de la clase que sea– es un factor esencial en el sendero espiritual, que no debemos condenar ni dejar de lado porque contenga impulsos que inicialmente apuntan a la posesión y a la codicia. Solo con la destrucción de la ilusión de un ego eterno y ajeno al cambio puede chanda desarrollar su pleno potencial. Mientras este logro no se haya conseguido, chanda –aunque sea afecto nacido de un amor purificado– puede causar y causará sufrimiento una y otra vez. No permitir el amor para evitar sufrir no es nada más que una forma extrema de egoísmo que no es mejor que el egoísmo de la posesividad. Evitar sufrir a base de no amar es huir a la indiferencia, que puede ser un ideal estoico pero no uno budista. Es mejor aceptar el sufrimiento que vivir una vida sin amor. El salto cualitativo de Hinayana a Mahayana está señalado por el hecho de que el hiyanista busca a toda costa evitar el sufrimiento, mientras que el ideal del Bodisattva nos enseña a estar preparados para aceptar cualquier sufrimiento por amor. Sin karuna –sentir y sufrir con los demás– el budismo es inconcebible. Cualquier budista que no haga de maitri y karuna la fuerza central de su vida está traicionando la esencia del Dharma. Tener sentimientos de hermandad con cada criatura, sea un perro, un pájaro o un gato, es mil veces mejor que la falta de sentimientos. El dolor que aceptamos llevar por otros nos ennoblece, nos hace más profundos y nos eleva de nuestro aislamiento. Ese es el sufrimiento del que surgen los grandes caracteres.

Por lo tanto, deberíamos permitir que todo nuestro amor, así como nuestro afecto, tanto el personal como el que surge de una afinidad innata, fluya hacia quienes responden a nuestra llamada interna –los que han despertado nuestros sentimientos más profundos y nuestros empeños más nobles, y también aquellos que cruzan nuestro sendero kármico en una situación kármicamente determinante y decisiva. Nuestra buena intención puede ser universal y abrazarlo todo, pero nuestro amor sólo puede encontrar expresión en una relación personal. Y quienquiera que ame, quienquiera que no se inhiba de un amor así, debe estar preparado para aceptar con plena consciencia el dolor que este amor puede traer. ¿Acaso el poder del amor no pesa más que todo nuestro sufrimiento? ¿No es este sufrimiento un precio ínfimo que pagar por la plenitud y el aliento espiritual que el amor vierte sobre nosotros?

El problema de chanda como atracción, afecto y, finalmente, devoción, es también uno de los problemas centrales de la meditación. No deberíamos pensar en la meditación como algo separado de la vida que podemos practicar en desapego de nuestros sentimientos e inclinaciones internas. Si, en nuestra meditación, intentamos desarrollar el amor y la compasión por todos los seres sintientes, entonces me parece que esto sólo puede suceder como resultado del sentimiento y del conocimiento, de nuestras relaciones inmediatas con todos los seres que nos rodean. Cuando la gente habla tanto del amor universal, sospecho que han creado un maravilloso conceptopara sí que les permite no amar. El amor siempre presupone una relación personal. Bajo ciertas condiciones podemos quizá sentir amistad, empatía y simpatía (literalmente, sufrir con) sin tener una relación directa con otros. Este tipo de simpatía es una especie de apertura. El amor, sin embargo, siempre es una relación directa con otro ser.

 

Si queremos desarrollar sentimientos de amor respecto a otros seres en la meditación, tenemos primero que auto-examinarnos para ver cuán lejos, sin engañarnos, somos capaces de llegar. Pronto descubriremos lo difícil que es amar a ciertas personas, mientras que con otras es fácil. En el curso de nuestro auto-examen, también acabaremos por comprender que sólo amamos a ciertas personas porque están de acuerdo con nosotros, nos dejan salirnos con la nuestra, o nos proporcionan ventajas, mientras que no podemos amar, y puede incluso que odiemos, a quienes profesen pensamientos y sentimientos distintos de los nuestros, se nos enfrenten, o pongan obstáculos en nuestro camino. Por lo tanto, si nuestra meditación sobre la amorosa-amabilidad (maitri o metta), va realmente a dar fruto, debemos primero empezar por visualizar esa relación directa con personas específicas que conozcamos, en lugar de alejarnos hacia ideas puramente abstractas de universalidad.

Este auto-examen, basado en el pensamiento y la consideración, es la precondición necesaria para todos los pasos que siguen en la meditación sobre los “cuatro inconmensurables”: amor, compasión, alegría amable, y ecuanimidad (en sanscrito, maitri, karuna, mudita, upeksa). Porque, en las etapas iniciales, la meditación siempre está apoyada por el pensamiento. ¿Por qué? Porque nuestros pensamientos son un proceso que tiene lugar constantemente, siempre que seamos conscientes de nosotros mismos. No podemos para esta actividad aunque lo intentemos. Si probamos a terminarla por la fuerza, tendremos finalmente que admitir que el proceso sigue en marcha. Todo lo que podemos hacer es vigilar esta actividad, bien observando sus movimientos en el constante intercambio de idas y venidas, o siguiendo el flujo de pensamientos para ver dónde conducen. Una tercera posibilidad es canalizar el flujo de pensamientos en una dirección particular creando en nuestras mentes una imagen clara del objeto de nuestra contemplación o meditación, siendo lo esencial que nos volvamos uno con el objeto de meditación.

Todos estos procesos pueden, una vez que se ponen en movimiento, continuarse indefinidamente. Pero entonces llega un punto en el que repentinamente percibimos nuestra consciencia como algo que está aquí-y-ahora. En esta experiencia de plenamente consciente tiempo y presencia, descubrimos que hay algo más profundo que nuestros pensamientos. Y de esta experiencia viene el cambio decisivo: repentinamente nos abrimos, y el milagro del principio eternamente renovado sucede en nosotros –la apertura que es el principio de la verdadera meditación.

Lama Anagarika Govinda (1898-1985). Traducido de Buddhist Reflections, pp. 87-95, del Lama Anagarika Govinda, publicado por Samuel Weiser, Inc., 1991. Reproducido con autorización.


[1] El relato en el Mahaparinibbana Sutta (Digha Kikaya ; 16), como muchos otros textos, fue probablemente revisado en este punto en alguno de los consejos, idealizándose la imagen de los Arahant para asemejarla a la de un estoico imperturbable. Siento un respeto inmenso por los principales discípulos de Buda, que, como muestran otros pasajes, fueron indiscutiblemente capaces de sentir emociones profundas. ¿Cómo no iban a emocionarse y entristecerse ante la partida del hombre que había sido su luz en el sendero?