Partimos de sucesivas uniones que se reiteraron en nosotros hasta converger en la humanidad. En el corazón del hombre encontramos mares interiores, tempestades, instintos, sacrificios, sublimes amores… Todo confluye allí cuando ya no huimos más de nosotros. Al interior no hay un refugio. Mar insondable, la vida es allí permanente conquista. No es una entidad estática, limitada, definida. Es una entidad, el ser, que se renueva cada segundo. En un permanente ascender al presente, se supera el límite del pasado.

En un constante soñarse la vida se convierte en el arte de renovarse. Identificarse tiene que ver con la desidentificación. Afirmarse con la negación. En el noble sendero del medio entre los extremo, puro presente, el proceso redime el ser del no ser. Y ser en nuestra condición es ser humanos. No el fósil molecular muerto; no la esquizofrenia existencial de una mente y un cuerpo divididos; no una vida en el más allá como premio de consolación por olvidarnos de vivir ahora y aquí, ni un infierno en esta vida cargando el pasado como temores y culpas.

Ser humano es un vivir asombrados y conmovidos el milagro de inventarnos todos los instantes, el milagro de ser conscientes de respirar, el logro trascendental de ser conscientes de la conciencia, la ciencia sublime de sentir que estamos vivos cuando sentimos que la vida que anima flores y trinos es la misma que habita en nosotros.

Ser humanos es cantar con la tierra la amorosa canción del regreso; volver a nosotros en todo lo otro, que está ahora y aquí, presente, para revelarnos; es reverenciar tanto el misterio del nacimiento como el de la muerte y en los dos reconocer la vida. No es del ser humano la separación, ni la violencia, ni la ciencia para dominar o controlar.

La identidad por conquistar es aquella que permite al hombre abrirse para compartir, morir al pequeño yo para nacer al yo mayor del dar. Ascender de la cantidad a la calidad, no negarse el cuerpo o el alma, no dividirse en espíritu o materia, vivir en cuerpo y alma la vida como una corriente espiritual. Donde están tus sueños se revela Su proyecto. Donde tienes el alma están Sus silencios. Donde está tu aliento respiras con el espíritu. Donde está tu corazón expresas Su amor.

Cuando te unes a tu naturaleza y descubres en la tuya la síntesis de la naturaleza ascendente, entiendes que el camino sagrado de la mente es el de pasar por la síntesis de la humanidad para ascender en cuerpo y alma al momento de la integridad. Es la vía de los reinos de la naturaleza en ti. La de la transparencia del mineral que te ha hecho sensible a la luz que dejas pasar. La integridad del vegetal que convierte luz solar en química vital. La integridad del animal que asciende del cuerpo a la manada, e inventa para las alas la bandada y para las migraciones un cuerpo de inteligencia colectiva. La integridad humana, luz convertida en intelecto e intuición, fuerza magnética de la creación expresada en amor.

Salvarnos del pecado original del separatismo que un día se convirtió en feroz egoísmo. Asumir la identidad que no separa, no la del juez, no la del culpable, no la del juicio, ni la de la culpa, ni siquiera la del ya no necesario perdón. No la de la víctima en busca de chivos expiatorios. Asumir la identidad que da la dignidad de ser esencialmente libres. La identidad que da la libertad de optar.

La identidad que permite elegir la actitud y actuar desde el pensar y el sentir no disociados. Si ya somos lo que en esencia somos, lo único que falta es dejar que sea el ser, y permitir que su luz revele el sentido de la sombra. Dejar que su fuego derrita el hielo de todas las edades para que el lastre del pasado no impida desplegar las alas y ascender al aire de la mente, el aire del alma, esa tenue sustancia que hace de nosotros seres humanos.

Jorge Carvajal Posada

Octubre 2010