
Con motivo de la presentación del Foro Espiritual de Estella he estado recientemente en una asamblea de católicos comprometidos (XI Reflexión Eclesial Plural). Allí he tenido ocasión de reencontrarme y charlar con un hermano participante que profesionalmente es guardia civil. Ha estado hasta hace poco varios meses en el País Vasco, ejerciendo de escolta de diferentes políticos. Me compartía un testimonio no exento de dolor.
En medio de la sincera charla, le reiteré mi invitación a que se acerque al Foro de Estella en junio próximo, a que conozca también una faz más acogedora de un pueblo que él considera algo indolente, de una tierra que se le ha hecho dura. Se resiste, pues afirma no desea ser un eventual motivo de perturbación. Además de conversar animosamente, reímos, cantamos y oramos en compañía de todo el grupo.
A la noche volví a mi celda y desde la ventana inmensa que da a la llamada Sierra Norte en el entorno del pantano de Atazar, mi mente también se abrió. Pensé en lo que el tiempo ha ido curando en mi interior, en lo que el tiempo sanará en el corazón de todos. Pensé en la época de feroz antagonismo político, en los años en los que la policía entraba sin llamar en mis sueños y alteraba calma y paz nocturna, pesadillas que me asaltaban día sí y al otro también, tras el correspondiente paso iniciático por las catacumbas del gobierno civil de Donosti.
En la noche helada de la sierra, con el fondo del canto de los hermanos que aún apuraban instantes de comunión en la capilla, la memoria se fue abriendo y este relato esbozando. El recuerdo salió al paso de otros amigos, al otro lado de la barricada de la Benemérita y el Gobierno del Estado, amigos que acallaron sus propias pesadillas no con “valium”, sino con hierro, abrazando equivocadamente violencia.
Presento vidas diferentes que a la postre son una misma vida, un mismo latido. El alto ideal de filiación divina nos predispone a abrazar la fraternidad humana por encima de todos los avatares y convulsiones inherentes a nuestras relaciones; nos empuja a vencer todas las barreras y a afianzar ese sentimiento de unidad en la diversidad, por encima de pasados, roles e ideologías diferentes.
Cuento estas historias para certificar a la fe como eficaz antídoto frente a los odios más enquistados; fe en el Dios trascendente y en el inmanente, Origen de todo amor que nos penetra con su inmensa fuerza redentora y nos impide quedarnos con nuestros rencores más ancestrales.
Cuento estas historias porque creo que hoy, pese a una violencia de ETA no extinguida, estamos en general en condiciones mejores para comenzar a borrar los abismos políticos e ideológicos de nuestro convulso pasado. Cuento estas historias para certificar que no hay distancia que no venza la fuerza del amor, el anhelo sincero de la reconciliación. La paz no sólo son rúbricas o abandono de armas, es también una mirada más generosa sobre el ayer, una mirada fraterna sobre los otrora adversarios.
Cuento estas historias porque quiero amigos en todas partes, sobre todo en los universos aparentemente lejanos; quiero amigos en todos los bandos, en todas las trincheras…, pero sobre todo porque no quiero partes, no quiero bandos, no quiero trincheras…
Cuento estas historias porque ya no son tiempos de tener que proteger a nadie por sus ideas políticas; porque estamos cansados de los Txerokis (cómo se dice en castellano?) y correligionarios, de los irreductibles que prefieren morir matando por su triste patria, a vivir comprendiendo, conviviendo y construyendo una patria generosa y abierta para todos; porque nos consta de buena fuente que los propios dirigentes de HB quieren pasar página, quieren salir de esta larga noche de violencia. No desean por nada del mundo más atentados. Los propios líderes abertzales temen los arrebatos de los Txerokis y demás incontrolables.
Cuento estas historias porque anhelo el día en que todos volvamos a pasear por la Concha, los que partieron y los que están entre rejas; los que hoy tienen que ir de anónimo y sus propios protegidos; los de un lado y los de otro, los que creen en España y los que creen en el Pais Vasco, también los que creemos en las patrias de igual a igual unidas y hermanadas; porque si algo nos enseñó esa mar que un día se dejó atrapar por Urgull e Igueldo, es que no hay más fronteras y separación que aquellas que levantó nuestra mente pequeña; si algo nos enseñó, asomados a su barandilla, el Cantábrico, al igual que todos los mares de la tierra, es que “no rehúsan ningún río”.
¡Por los amigos de las esquinas opuestas, por su reencuentro que inaugurará definitivamente la era de paz y convivencia por la que todos suspiramos! La paz social la pueden y la deben auspiciar y planificar los políticos, pero la verdadera y duradera paz sólo queda garantizada cuando es sellada en lo más profundo del corazón de los seres humanos.
Koldo Aldai
www.fundacionananta.org
2 de Diciembre de 2008