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El 21 de marzo ha tenido lugar un entrañable acto en el Sala de Juntas de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense con motivo de la concesión del nombre “Profesor Juan Iglesias” a una calle de Madrid situada en el campus de la facultad. En presencia entre otros del rector de la Universidad y del decano de la Facultad de Derecho nos hemos reunido familiares, discípulos, colegas, alumnos y amigos del querido profesor.

Juan Iglesias (1917-2003) fue muchas cosas en su vida: profesor de derecho romano a los 17 años; catedrático en Oviedo, Salamanca, Barcelona y Madrid; decano de la Facultad de Derecho en la Complutense; ilustre romanista, autor del monumental Instituciones de Derecho Romano; jurista; académico; novelista; ensayista; articulista en prensa; premio Príncipe de Asturias a las Ciencias Sociales; esposo de Carmen, alma noble; padre de once hijos, todos ellos buenos. Y por encima de estos méritos y talentos que desplegó con gran entrega destaca sobre todos uno: el de profesor.

Fue Juan Iglesias profesor en la acepción más noble de este término: aquel que transmite a los alumnos la sabiduría aprendida tanto en los libros y en la vida como en el hogar interior, el que ve en cada alumno el potencial para aflorar las mejores cualidades del ser humano, invitándole a entrar en una categoría muy especial: la de «esos hombres a quienes de verdad conviene el nombre de tales… a los que son legisladores de sí mismos, imponiéndose mayor carga de deberes que la establecida por la ley pública». Bajo el rico edificio del Derecho Romano, el profesor enseñaba sobre el arte de vivir en justicia y en dignidad convocando siempre a sus alumnos a soñar en un mundo mejor.


Leemos en la contraportada de la undécima edición de las Instituciones, que el “elegante y castizo lenguaje, su valor pedagógico, la consistencia científica, la riqueza expositiva, el sentido histórico-jurídico y la preciosa documentación bibliográfica han dado singular fama a este libro, un verdadero clásico de la literatura romanística”. Adjetivos todos ellos merecidos porque cualquiera que lea un texto del profesor reparará en la sobriedad y precisión de su lenguaje.

Juan Iglesias vivió plenamente consciente de que “hemos caído en la trampa de la confusión, que es decir del ruido, de la prisa, del vértigo, de la técnica que lleva al febril consumo, del hombre hecho máquina para adquirir máquinas y morir víctima de las máquinas”. Por eso instaba siempre a buscar en el Derecho “ayuda para el hombre, para la dignidad de cada hombre. La suprema misión de justicia que comporta el Derecho se cifra en suum cuique tribuere, en dar a cada uno lo suyo. Y lo mejor, los más radicalmente suyo de cada hombre, es su yo, su alma” (Visión española del Derecho, 1953). Por eso el profesor pide un cambio: «hay que clarificar y purificar nuestros espíritus. Un nuevo ascetismo hace falta» (Arte del Derecho, 1993). Y más allá de eso, propone Juan Iglesias que “las almas habiten más dulcemente los cuerpos”, que los hombres “estrenen el Evangelio”.

En el otoño de 1975, en mi primer año como estudiante de Derecho, tropecé con esta definición: «Juristas son los justos. Juristas son esos humildes y escondidos hombres que ven en los prójimos hermanos… Juristas son los bienaventurados que aman». Esta frase impactó fuertemente mi mente adolescente de entonces y me ha acompañado muchas veces en la vida, en grandes y pequeñas disyuntivas. Porque lo que mi interior me decía es que todos, independientemente de nuestra profesión, debemos aspirar a ser juristas, intentar ser esos “bienaventurados que aman” a los que se refiere Juan Iglesias. Y también: “Desde la eternidad, en que fue decretado nuestro ser, hay un justo en el alma de cada uno de nosotros. Sabemos que está ahí, en los senos de nuestra entraña, pidiéndonos lo que no queremos darle. Porque nos pide vivir en verdad, y tal significa que hemos de quemar nuestra casa, levantada con recetas de falsa arquitectura” (Visión española del Derecho).

La calle del Profesor Juan Iglesias engalana ahora la Universidad Complutense y también el callejero de Madrid. El mensaje del profesor es hoy más urgente que nunca: sin la dimensión espiritual, el mundo es un lugar oscuro e inhóspito, un infierno en la tierra. Juan Iglesias nos animó de continuo a despertar a nuestra naturaleza divina. Que su ejemplo perdure. Que su sabiduría nos ilumine.

Joaquín Tamames, 22.3.13