Estamos en febrero. Soy de Cádiz. ¡Carnaval! Ya pueden verse los primeros disfraces, las máscaras y caretas que, por unos días, convierten a niños y mayores en los más diversos personajes de su elección.
 
Unos van de superhéroes, suelen ser niños; o de cualquiera de las Princesas de cuentos, con sus cancanes y emperifollamiento, suelen ser niñas. Y de los más diversos personajes, hombres, mujeres, hombres de mujeres y viceversa. A algunos no les falta un detalle, a otros hay que echarle imaginación por lo estrafalario. Y todos con un rasgo en común: que hablan y se comportan como corresponde a su personaje, y los demás les seguimos el juego, entre el bullicio, luz y color, papelillos y serpentinas.
 
Dicen que el Carnaval es fiesta carnal y por unos días permite la diversión y liberación, que, según quien y donde, pasan a ser desmadre y libertinaje. Una careta, unas ropas y la persona se transforma totalmente.
 
Con independencia de que sea una fiesta que se disfruta o se padece, según seas de los que bailes y toques el pito y el bombo, o de los que no pegues ojo por los pitos y bombos, lo que me hace reflexionar en estos momentos es que cuando acaben estos días de fiesta y guardemos nuestros disfraces, seguiremos viviendo en un Carnaval Espiritual.
 
Un Carnaval cuyas máscaras y disfraces ya no se ven, pero se sienten y experimentan en el exterior. Personajillos que nos creamos y con los que llegamos a identificamos y ocultar la verdadera Esencia de Amor que todos somos.
 
La buena noticia es que se trata sólo de una máscara, un disfraz exterior del que podemos desprendernos cuando elijamos y dejar así de pensar, hablar y actuar como ese personajillo egoista, limitado, inseguro, víctima y miedoso, que no somos y, así mostrar al mundo nuestra verdadera grandeza y para qué estamos aquí.
 
Entonces si que habrá diversión, alegría y liberación.
 
 
Ana Novo, 12.2.13
La Comadrona Espiritual ®