El placer no es sino la sombra de la felicidad. Tomamos por permanente lo que es efímero, y por felicidad, lo que no es sino fuente de sufrimiento: el ansia de riqueza, de poder, de fama y de placeres obsesivos. Según Chamfort, «el placer puede apoyarse en la ilusión, pero la felicidad reposa sobre la verdad»… Quien experimenta la paz interior no se siente ni destrozado por el fracaso ni embriagado por el éxito. Sabe vivir plenamente esas experiencias en el contexto de una serenidad profunda y vasta, consciente de que son efímeras y de que no tiene ningún motivo para aferrarse a ellas. No «decae» cuando las cosas toman un mal giro y debe hacer frente a la adversidad. No se hunde en la depresión, pues su felicidad reposa sobre sólidos cimientos. La conmovedora Etty Hillesum afirma, un año antes de su muerte en Auschwitz: «Cuando tienes vida interior, es indiferente a qué lado de las verjas del campo estás (…) Ya he sufrido mil muertes en mil campos de concentración. Estoy al corriente de todo. Ninguna información nueva me angustia ya. De una u otra forma, lo sé todo. Y sin embargo, la vida me parece hermosa y llena de sentido. En todos y cada uno de los instantes.”

Nuestra felicidad necesita la de los demás ¿La felicidad sólo para uno? ¿Sería posible desentendiéndose de la de los demás o, peor aún, intentando construirla sobre su desdicha? Una «felicidad» elaborada en el reino del egoísmo no puede sino ser falsa, efímera y frágil, como un castillo construido sobre un lago helado, que se vendrá abajo en cuanto se produzca el deshielo (…)

Aunque las apariencias sean de felicidad, no se puede realmente ser feliz desinteresándose de la felicidad de los demás. Shantideva, filósofo budista indio del siglo VII, se pregunta: «Puesto que todos tenemos la misma necesidad de ser felices ¿qué privilegio podría convertirme en el objeto único de mis esfuerzos en busca de la felicidad?» Yo soy uno y los demás son innumerables. Sin embargo, para mí, yo cuento más que todos los demás. Esta es la extraña aritmética de la ignorancia. ¿Cómo ser feliz si todos los que me rodean sufren?. Y si son felices, ¿no me parecen mis propias tormentas más leves? (…)

Es esencial comprender que actuando para conseguir la felicidad de los demás se consigue la propia; cuando se siembra un campo de trigo, la finalidad es cosechar grano, pero al mismo tiempo se obtiene, sin hacer un esfuerzo especial, paja y salvado. La verdadera felicidad procede de una bondad esencial que desea de todo corazón que cada persona encuentre sentido a su existencia. Es un amor siempre disponible, sin ostentación ni cálculo. La sencillez inmutable de un corazón bueno.Extracto del libro en “Defensa de la Felicidad”. Urano 2005

* Matthieu Ricard es escritor y monje budista francés. Traductor a su idioma de la obra del Dalai Lama.