Primero demos vida a su Constitución, formalicemos Europa con el apoyo del más amplio espectro político, con la suma del mayor número de voluntades. Cuando haya crecido y madurado ya la colorearemos, ya la desgominaremos… Su faz más selecta y ostentosa no lo es para siempre. Para modelar la nueva entidad, es preciso primero consolidarla. Cuando hayamos construido ese nuevo sujeto político, ya iremos llenando esa Unión de valores de más ambicioso progreso.
La política es una inversión de paciencia. Cierto, ésta no es la “Europa diez”, pero no hay otra y es preciso proyectar a partir de ella. Lo importante es no perder nunca el entusiasmo primigenio, el perenne incentivo de progreso.
La política, sobre todo cuando implica a casi 500 millones de habitantes y 25 naciones, no es apuesta de máximos, al día de hoy inalcanzables, sino de mínimos posibles. No hemos de borrar nunca los máximos de la cabeza, pero no olvidemos tampoco que conllevan su gran dosis de prudencia, su ritmo de avance, su tiempo.
La política es arte de generosidad. Grandes avances implican grandes consensos. El ideal de evolución cultural, político, económico, social… está indisolublemente ligado al de unidad, al de síntesis, siempre escrupulosamente respetuoso de la diversidad, de la autonomía de las partes. Perpetuar fragmentación y división implica paralizar el avance de la humanidad hacia cotas más elevadas de civilización.
La política es la ciencia de los cambios graduales. Ya no vivimos aquellos tiempos tan apresurados del “todo o nada”. No es la Europa que hubiéramos diseñado y las razones son de sobra conocidas, pero es la única que tenemos y no renunciaremos a ella, no ya sólo por nosotros, sino por todos los que ayer cayeron en cualquiera de los innumerables conflictos y guerras, que a lo largo de la historia salpicaron su convulsa geografía.
Ensanchemos nuestra mirada. Europa es el producto anhelado de muchas generaciones. No la menospreciemos. Deberemos de trabajar por unas más justas relaciones humanas en su seno y para con el exterior, pero no subvaloremos lo conseguido.
Es preciso observar desde la atalaya de la historia, no desde la impaciencia de nuestra perspectiva: las naciones que hoy se unen, durante muchos siglos se han despedazado. En lo que a la otra atalaya geográfica se refiere, en ningún lugar, tantas naciones han logrado semejante grado de convergencia.
Los octogenarios que se reunieron en Auschwitz para conmemorar la clausura hace sesenta años del infierno de los infiernos, la capital del horror de todos los tiempos y lugares; los abuelos que de jóvenes o niños vieron remontar a los cielos tan siniestros humos que se izaban desde los cuerpos de sus compañeros, no podían concebir que unos y otros, víctimas y verdugos, íbamos un día a formar una enorme confederación de Estados. Jamás hubieran podido pensar que millones de personas de uno y otro bando refrendarían en nuestro tiempo un mismo Tratado de unión, de cooperación, de interdependencia. Las lágrimas derramadas en el mayor cementerio de nuestro continente, en la zona cero de la barbarie del pasado, bien merecían el esfuerzo del “si” en la cita del pasado 20 de Febrero.
Kyoto, el Tribunal de la Haya, muy buena parte de las instituciones internacionales… pivotan fundamentalmente en la Europa unida; muy buena parte de los procesos de paz, de los procesos de desarrollo, tienen su garantía en el apoyo del viejo continente . Muchas naciones miran con esperanza el sistema de valores aquí madurado, la unidad que aquí hemos logrado construir y que nosotros no terminamos de apreciar en su debida medida.
Europa es el mayor embrión de un mundo unido. Con el eco de tantos cañones vecinos, de guerras que aún sacuden geografías nada lejanas, no se puede renunciar a una unidad que hoy tanto significa. Más allá de nuestras fronteras, Europa representa un referente de estabilidad, prosperidad, cooperación, seguridad, progreso… y demasiados etcéteras como para defraudar a tantos observadores. Miran con optimismo el grado de internacionalización que hemos conseguido.
Ha corrido mucha sangre, ha sido necesario mucho tiempo para llegar en nuestros días a esta Europa, evidentemente inconclusa. Muchos la sueñan más joven, lozana y solidaria…, con su mirada más puesta en la ventana del Sur, que en la caja registradora. El posible de hoy es una Europa unida, pero mañana le iremos sumando los adjetivos de amable, abierta, verde, solidaria…
Tomemos conciencia del ritmo necesario para consolidar avances irreversibles. El alba no nos sorprende de repente, no rompe la flor en su alarde de color y perfume en unos segundos, no calla de una el frío del invierno que precede a la primavera. No pretendamos que la fraternidad humana, la paz, la justicia, la armonía excelsa… encarnen de un día para otro.
La redacción