Viento, frío y lluvia, mucha lluvia por las estrechas calles de Jerusalem antiguo. Solo grupos de superimpermeabilizados japoneses, disparando a toda piedra con sus máquinas, solo las parejas de jóvenes soldados con sus grandes fusiles ateridos de frío.

En medio de la ciudad anhelada por profetas y peregrinos, disputadas por las diferentes religiones, un grupo de treinta personas, mayormente franceses, ingleses, alemanes… canta y reza por la paz. Cualquier palabra torna sagrada en medio de esos muros milenarios junto en el barrio musulman. Enfundadas en sus abrigos, al borde de donde se consagró el mayor sacrificio, se recogen por el cese de la violencia en la ciudad, en toda la región. Me alegro de estar ahí, junto a ellos y ellas. Me alegra poder reportar que en el corazón del conflicto del mundo, de forma discreta, pero a la vez bella y tenaz un grupo de cristianos guarda intramuros el fuego de la fraternidad. 

Es el convento de las hermanas de Notre Dame de Sión, junto a la antigua basílica de Ecco Domo, al borde de la Via Dolorosa. He llamado a buena puerta. Calor físico dentro del recinto, pero también calor humano. Más alla del mercadeo imperante en la ciudad tres veces santa, se respira allí algo mas auténtico, cristianamente genuino. Las hermanas brindan una acogida generosa, que invita a pensar que no todo está perdido, que Aquel no bajó por la Vía Dolorosa en balde. 

Un rato antes estaba en una celebración diferente, donde ganaba el frío por doquier. En el muro de las lamentaciones todos los miles de mensajes, introducidos a duras penas entre las piedras del templo derruido estaban mojados. Será que las lamentaciones van cediendo, será que no hay ningún templo que se ha perdido, que no hay por lo tanto razón alguna para golpear nuestras cabezas. Será que el verdadero templo, aquel que nadie arrebata a nadie, aquel que construimos con las piedras de todos, sobre las ruinas de nuestros sufridos y batalladores pasados, está por construir. Será que bajo su ancha cúpula más pronto que tarde nos cobijaremos todos. 

Junto al muro, en unas salas abiertas que constituyen casi una sinagoga al aire libre, los judíos danzan y cantan. Toda una fila bastante deforme, por la falta de espacio, de hombres vestidos de escrupuloso negro con sombrero danza y canta a su paz, a su Dios… seguramente no el de todos… Me acerco con respeto para no faltar a su intimidad y constato un círculo cerrado, muy cerrado, en el que no hay hueco para otras manos…

Fuera del recinto, de nuevo entre callejas azotadas por el temporal, un grupo de otros judíos más radicales cantan a las puertas de la Mezquita de la Roca una vez finalizadas las oraciones del viernes de los musulmanes. Un grupo de mujeres les acompaña a distancia con sus cantos. La reivindicación de lo que se supone propio, gana allí al respeto por las creencias, por los muros… de los otros. Mientras unos soldados se encargan de velar para que los exaltados no vayan a más…

Dejo de teclear, cierro un día que arrancaba a las 5 de la mañana en el aeropuerto intentando responder a una joven funcionaria las múltiples preguntas. Esa mujer de rostro bello pero apagado, marcaba distancia de hielo. No me saludó ni al comienzo, ni al final. Pero al teclear ella mis datos en su ordenador, yo alcancé a ver sus uñas salpicadas de colores y de brillos. De nuevo, no todo está perdido. Algún dia, ese brillo de sus dedos ascenderá hasta sus ojos, y la amabilidad ganará sus palabras, su mirada cuando peregrinos del mundo llamemos a las puertas de esa Tierra tantas veces sagrada….

Koldo Aldai, 14 enero 2012

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