A propósito del despliegue de la OTAN en la Cachemira pakistaní
Con las tareas humanitarias, los ejércitos han hallado ubicación y cometido en nuestros días. Los operativos de paz y de socorro han dado legitimidad y razón de ser a unas Fuerzas Armadas tan cuestionadas a lo largo de la historia en general y de la nuestra en particular.
Un mundo tan cambiante nos invita a repensarlo a cada momento. Lo que ayer formaba parte de nuestros más firmes postulados, hoy puede demandar urgente revisión. Acercarnos con fina mirada a un presente sorpresivo, acelerado, global…, a menudo implica el esfuerzo de superar estancamientos del pasado.
Hay noticias que nos obligan a volver sobre nuestros pasos, rehacer visiones, recomponer ideas, remontar otras atalayas sobre el mundo. Somos fruto de cada momento y a menudo se nos puede antojar ajena una mirada que sostuviéramos ayer. Cada vez más complejas realidades nos empujan a abandonar pretéritos simplismos.
Nos construimos día a día y las circunstancias no son extrañas a esa constante renuncia y modelación de nuestra mirada. Estas circunstancias condicionan, en muy buena medida, nuestra forma de interpretar el mundo y sus avatares. Cuando ellas cambian, afrontamos el apremio de aplicar a la realidad una visión diferente, so pena de caducidad y anclaje, so pena de perder el tren de los tiempos.
La vida colectiva da muchas vueltas y nosotros hemos de estar dispuestos a bailar con ella, a no perder el paso. Hay noticias que nos invitan a una especial reflexión: la OTAN se emplea por primera vez en una gran misión humanitaria.
Tras el terremoto que sacudió la región de Cachermira el pasado 8 de Octubre en las zonas remotas del Himalaya, tres millones de personas se han quedado aisladas y sufren bajas temperaturas.
El invierno se torna terrible amenaza en las estribaciones de las más altas montañas de la tierra. Se hace preciso llevar alimento, mantas, tiendas de campaña, estufas…en ingentes cantidades a aldeas remotas e inaccesibles. Si no llegan a los afectados con rapidez, el número de muertos se multiplicará en Pakistán.
Las ONG’s no pueden con una empresa humanitaria de esa magnitud, no están preparadas para semejante operativo. Carecen de medios para establecer tan urgente puente aéreo humanitario. Sólo una alianza militar está en condiciones de garantizar la vida de tantos damnificados, sólo los ejércitos pueden llevar esperanza a esas remotas montañas.
Cientos de miles de pakistaníes, ahora en peligro, pueden ser salvadas por la Alianza Atántica. Ellos socorrerán con sus potentes helicópteros a las mujeres, los hombres y los niños que no bajan sus ojos del cielo. Difícilmente olvidarán la estrella de la OTAN en la chapa de los vehículos que les sacaron del infierno.
Se podrá argüir que la operación representa lavado de imagen, sin embargo en algún momento era preciso comenzar con la transformación necesaria. ¿Quién está en condiciones de juzgar si el cambio viene de la epidermis o del corazón? En el presente caso, dudar de la buena voluntad de la gran entente militar supone asumir la condena a muerte de innumerables campesinos pakistaníes.
La implicación de la OTAN en tan grande operativo humanitario nos obliga a revisar nuestra opinión con respecto a la mayor alianza militar de todos los tiempos. Estos hechos evidencian que vale más emplearse en ganar conciencias, que en tumbar estructuras. No se trataría tanto de derrotar organizaciones, sino de conquistar corazones. El pronto despliegue de 1.000 soldados de la Alianza en los Himalayas de Pakistán nos invita también a otra consideración con respecto al papel de los ejércitos en el siglo XXI.
En estos tiempos que vivimos de catástrofes de grandes magnitudes, las fuerzas armadas se revelan de una utilidad incontestable. Paradojas de la historia: las estructuras que nacieron para la guerra, son ahora, en alguna medida también, salvaguarda de paz, esperanza de vida. A nosotros nos toca abrirnos a esta evidencia, aceptar y agradecer estas paradojas.
La vida es el valor supremo y en circunstancias como las que se viven en Cachemira, sólo los militares y sus medios están condiciones de salvaguardarla. Las grandes estructuras están compuestas por humanos también susceptibles de evolución. No procede combatirlas. Mutan al ritmo del cambio de quienes las componen.
Con las tareas humanitarias, los ejércitos han hallado ubicación y cometido en nuestros días. Los operativos de paz y de socorro han dado legitimidad y razón de ser a unas Fuerzas Armadas tan cuestionadas a lo largo de la historia en general y de la nuestra en particular. Su descomunal presupuesto comienza a tener alguna justificación: mayormente alientan vida, ya no la callan.
Cada vez la tierra es más de todos y nosotros somos también más de todas partes. Cada vez hay menos territorios que defender y los ejércitos y sus alianzas cobran más razón de ser para llevar consuelo en situaciones extremas, alivio en medio del fatalidad y ya no más muerte y dolor. Cada vez sirven más para paliar los desastres humanitarios y menos para causarlos.
Las armas comienzan a ser “arados” de una nueva y más fraterna tierra. ¡Tornen poco a poco las maquinarias de guerra en garantes de vida y de paz! Remonten los helicópteros las alturas del Himalaya, llenen sus panzas de heridos y hambrientos, no más de bombas, hierro y metralla.
La Redacción