Aunque no se pongan de acuerdo sobre la autoría de la célebre frase, la intención con que se dijo, a mi entender, sí está clara: las prisas no son buenas y más importante es saber el destino que la velocidad o, como nos aconsejan cuando conducimos, lo importante es llegar.

DESPACIO, QUE TENGO PRISA
Estos tiempos son acelerados, oímos decir por doquier. Pero, si nos damos unos pocos minutos para pararnos, tomamos conciencia de que no son los tiempos, sino nosotros; nuestra actitud. Y es muy contagiosa. Y vuelven a aconsejarnos: “despacio y con buena letra” y “no por mucho madrugar, amanece mas temprano”

Solemos hacer gala de nuestra autonomía, de nuestro discernimiento, cuando lo más usual es que vayamos en “piloto automático” y, como en el popular baile de la conga, nos agarremos a lo primero que pase en masa por nuestro lado. Tan es así que como vamos corriendo y acelerados todo el tiempo, en períodos de descanso u ocio seguimos como el conejito de las pilas.


Esta enfermedad del tiempo, ir por la vida con la lengua fuera y, la mayoría de las veces, sin destino cierto y sin sentido, nos cuesta un alto precio en infelicidad, insatisfacción vital y estrés, con sus colaterales efectos de ansiedad, depresión, insomnio, úlceras, agresividad, violencia, fracasos, relaciones rotas, familias desestructuradas…

Confieso que cuando me doy cuenta de que ya he vivido más de la mitad del mes de mayo de un año que parece que empezó ayer, me invade un desasosiego que mi mente quiere justificar con la manida ¡como pasa el tiempo!, pero que significa ¡no me he enterado de vivir!

En este momento, cuando un día empieza, tomo conciencia y me propongo estar más centrada en el momento, más atenta y despierta, para ver, oír, oler, saborear y sentir a las personas, situaciones, hechos y cosas que me regale la vida, adaptando el ritmo a la ocasión y convencida que, en el fondo, el asunto más importante y urgente de nuestra agenda, es el que señaló El Buda: “expirar-inspirar-expirar”

Ana Novo, 27 de mayo de 2013
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