Doce caricaturas de Dios y Mahoma, publicadas por el diario danés de mayor tirada y por una revista noruega, han generado una oleada insospechada de protestas, actos violentos y crisis diplomáticas.
El diálogo de civilizaciones atraviesa un delicado momento. Cuantas menos incómodas viñetas lo obstaculicen mejor. Los seguidores más radicalizados de la media luna no pueden poner la libertad de expresión en cuestión. Sus iras no pueden acabar con esta conquista de buena parte de la humanidad, pero se trata de ensayar el mejor uso que podamos hacer de esa libertad. La libertad de expresión no la pueden cercenar los exaltados que estos días asaltan embajadas y misiones diplomáticas europeas, pero habrá que evitar en el futuro el menor indicio de provocación.
Estamos ante una cuestión más de responsabilidades, que de libertades. De nada sirve vestir y cargar a Mahoma o a Dios con nuestras propias fobias. En una coyuntura, a menudo tan complicada entre Islam y Occidente, los “media” han de contribuir a estrechar lazos y apagar fuegos de ira, no a alimentarlos.
Es cierto que a Jesús le pusimos pelucas y paseamos por los carnavales de todo el mundo, le subimos a “irreverentes” pantallas e incluimos en los chistes de todos los colores… Mas El no se inmuta. Ni entre sus preocupaciones, ni siquiera entre las de sus “asesores” está precisamente el cuidado de imagen. Pequeño Dios el que se preocupara por su retrato en las rotativas. Lo que Le preocupa y desvela es que su principio crístico de incondicional amor y hermandad humana anide en verdad en nuestros corazones.
Durante dos mil años lo dejamos, no con explosivo en la cabeza, pero sí con sangrienta corona de espinas, clavado y colgado en la cruz, cuando Él es por encima de todo, victoria sobre la muerte, esperanza y gozo. Ni siquiera por esa imagen sufriente y desesperanzada ha protestado. La “caricatura del madero” no ha facilitado precisamente la propagación de su testimonio de resurrección y eterna vida, y sin embargo su infinito amor no ha menguado.
El tratamiento de la “otroreidad” religiosa ha de ser sin embargo muchísimo más exigente. Nos jugamos, ni más ni menos, que el futuro de la humanidad. Hay que cuidar el lápiz y la pluma, para no herir sensibilidades a flor de piel. La respuesta en muchos países a los desafortunados dibujos ha sido a todas luces desequilibrada, desproporcionada, pero esa es la realidad con la que nos toca trabajar a la hora de intentar construir mundo más unido, alianza de civilizaciones. No sobra ningún cuidado al abordar cuestiones relacionadas con otras religiones y particularmente con el Islam.
Por lo demás, baldío empeño el de caricaturizar a Mahoma, a Alá. Dios se escapa a todos los lápices, a todos los intentos de imaginarlo, a todos los ensayos de atraparlo. Cualquier pretensión de aproximación es pura ficción.
El rostro fomenta cercanía, pero necesariamente a la vez engaño. El símbolo nació precisamente del deseo de evitar, o cuanto menos mermar, ese engaño. Siempre esbozamos falsedades al explorar la Divinidad. ¡Tal es la distancia! Por ello y para no personalizar una nueva religión en su nombre, el propio Mahoma predicó la comunicación directa con Dios, sin la intermediación de imágenes, retratos o esculturas.
Siempre errará el lápiz en el intento de hacerse con Sus contornos, de reflejar la Realidad última, el Principio de todo lo creado. Es más fácil hallarlo en los sencillos y conmovedores ojos de una mujer, en la sonrisa pura e inocente de un niño, en la desbordante y cautivadora belleza de la naturaleza…, pero no Le pongamos cara, so pena de empequeñecerlo tanto.
A menudo imaginamos un Cielo muy a ras de tierra. Cuestionable Dios Aquel que se irritara con una caricatura. Nuestros sentimientos humanos y mundanos, poco concuerdan con el principio divino de compasión infinita. ¿Qué le importa a Dios lo que le coloquemos en la cabeza? No le aflige que lo caricaturicemos, sino esta “caricatura” de mundo aún no realizado; no le pesa la bomba en su turbante, sino esas mismas bombas que ruedan aún por nuestros suelos. Es inmune a la ofensa, al más horroroso de los trazos, pero no a vernos peleados en Su Nombre. ¿Qué le importa a Dios nuestros garabatos por ofensivos que parezcan? Lo que le preocupa y desvela es aún una humanidad fragmentada, dividida, cuando no confrontada.
Dibujar y unir, embellecer, elevar; escribir, cantar, modelar… con el mismo objetivo de acercar lo distante, conciliar lo confrontado. He ahí la apuesta de unos y otros profesionales, artistas, periodistas, políticos,…gentes de buena voluntad de todas las latitudes, en estos tiempos tan convulsionados, a la vez tan esperanzados.
Utilicemos por lo tanto la libertad, nuestro más preciado e irrenunciable valor humano, para crear y construir, para consolidar lazos entre gentes, pueblos, naciones, religiones, civilizaciones…, de forma que clausuremos, hoy mejor que mañana, ese episodio en que los humanos nos matamos, ora por un trozo de Dios, ora por un trozo de tierra. Traiga también esta última crisis de alcance planetario su debida recompensa de luz y de amor para todos.
La Redacción
Fundación Ananta