Si, micrófono en mano, fuera preguntando a la gente en la calle, ¿cuál es, a su juicio, lo más valioso de la vida?, puedo adivinar que los primeros puestos del ranking se los disputarían, el amor, la salud y el dinero; seguidos de sus materializaciones: pareja, bienestar, hijos, familia, un buen trabajo, la conciencia tranquila, éxito socio-económico, etc.
Que duda cabe que suscribo esa lista de bienes; sin embargo, si la cuestión es elegir, entre todos, el MÁS valioso, mi respuesta sería, totalmente convencida, el tiempo.
El tiempo es el bien más preciado, un regalazo de la Fuente de Vida, y que sin él no existiría ni vida física ni todo lo que conlleva vivir plenamente y con sentido en este maravilloso planeta.
Considero que no somos plenamente conscientes que el tiempo de vida es, para todos, breve e irrecuperable. Cada día, al despertar, contamos con 86.400 segundos para utilizar, libremente, a nuestra elección. Realmente, en esta cuestión si se aprecia justicia absoluta: con independencia de cualquier condición o circunstancia personal, económica, familiar, social, de sexo, raza u origen, todos contamos con la misma cantidad de horas, minutos y segundos al día, y la única diferencia reside en la personal utilización de la misma.
Es un mito la afirmación “no tengo tiempo”, “se me pasa el tiempo volando”, “es una pérdida de tiempo” o “he aprovechado el tiempo”, por citar algunas de las expresiones más corrientes al respecto. Se basan en creencias erróneas, porque el tiempo es eso, tiempo, y es la subjetiva valoración que hagamos de su uso, y la educación o moral que hayamos aprendido, lo que nos lleva a pensar en esos términos.
Si hay algo seguro en esta vida es precisamente la muerte, como fin de la experiencia física. La vida tiene fecha de caducidad, por otra parte, ignorada, y no espera a nadie ni a nada.
La mayoría, aunque sabemos que esto es así, inconscientemente lo negamos y vivimos haciendo un mal uso de nuestro bien más preciado, desperdiciándolo o permitiendo la actuación de los ladrones de tiempo; así como posponiendo amar, gozar, experimentar, disfrutar, atreverse, caerse, levantarse, descubrir, explorar… en suma, vivir, a “cuando…” Y, lo más probable, es que ese “cuando” no llegue nunca.
La vida no espera, siendo mejor que tomemos conciencia del maravilloso regalo que supone amanecer cada día y elegir deliberadamente experimentar y disfrutar del más precioso de sus bienes: el tiempo.
Ana Novo
La Comadrona Espiritual ®
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