Una familia de desplazados huía desde Nazareth al poblado de Belén para salvar el futuro de su hijo. Ningún hogar que los recibiera, ninguna posada disponible, sólo el pesebre humilde donde la naturaleza es la más bella expresión del amor. De la desnuda sencillez de ese episodio en el invierno oscuro de los refugiados, nos llegó la lección del amor del Dios que se hace humano para mostrarnos el camino de la vida. Es un camino de regreso al Padre ese lugar donde los hijos pródigos, los desplazados del mundo, encuentran siempre su hogar.
Toda la naturaleza es el hogar del Padre: La madre tierra, la humanidad de los pastores y el rebaño de las estrellas acompañan el advenimiento de los hijos de los hombres, cuando conquistan la inocencia y la humildad a través de sus noches oscuras. La humanidad es un camino de regreso al Padre.
Que el hijo pródigo que en nosotros vive encuentre ese sendero a su verdadero hogar.
Que el hijo pródigo que vive en todos ellos, los desplazados del mundo, encuentre en nosotros un refugio seguro en su camino.
Que sus hijos y nuestros hijos puedan encontrar el sentido de vivir a través del amor de Aquel que es El Camino.
Que en nuestros inviernos más fríos y en nuestras noches más oscuras la estrella de Belén, el alma, nos guie a través de la vulnerabilidad, la humildad y la sencillez que nos hacen sensibles al amor.
Que nuestro refugio para este invierno de humanidad sea la morada de la justicia donde terminan las guerras fratricidas y germina la semilla de la paz.
Que en Dacca o París, que en Alepo, Belén o Berlín, podamos entonar juntos Noche de paz y descubrir que es navidad cuando compartimos el hogar del Padre, la tierra sagrada de la buena voluntad. Allí la fraternidad es el fruto maduro de nuestra humanidad.
Feliz navidad.
Jorge Carvajal, 24 de diciembre de 2016