“El Cristo constituye un fuerza de amor presente en todo el universo” Daniel Meurois Givaudan en el Congreso Internacional Más allá de 2012
(Hotel Auditorium. Madrid 20 y 21 de octubre 2o12)
Son sólo unos pocos, torpes apuntes tomados a vuela pluma. Es sólo el intento de compartir, siquiera algo de lo tuvimos la suerte de vivir en el Congreso. Es sólo una forma de agradecer a los organizadores, los amigos de ediciones Isthar Lunasol, el ingente trabajo desplegado. Podamos encarnar en nuestros días esos bellos y reveladores mensajes. De nada sirve estudiar la palabra, posar en el verbo emancipador nuestra mirada, si después nos hallamos en nuestro interior la fuerza siquiera para intentar encarnarla.
Estamos obligados a compartir todo aquello que nos nutre en nuestra andadura. Ahí van pues estas letras que no se pretenden para nada resumen de las intervenciones. Serían sólo pensamientos simientes sueltos, algunos inconexos, que logramos de aquella forma atrapar y que ahora tenemos el gusto de presentaros:
El Cristo no es propiedad de la tradición católica, ni de ninguna otra tradición. Es una fuerza de amor, no sólo presente, en este planeta, sino en el universo entero. Somos invitados a interiorizar esa energía. Contamos con un gobierno espiritual planetario, Shambala. Contamos también Hermanos de las estrellas, Elohims, que viene a inspirarnos.
“Vosotros sois los cocreadores de vuestro mundo” constituye la esencia del mensaje que nos susurran los Elohims. No se trataría por lo tanto de que nadie venga a liberarnos, no se trata ni siquiera de que el Cristo o Buda se erijan en nuestros salvadores. Los hermanos de las estrellas nos invitan a tomar el protagonismo de nuestra propia emancipación. La trasmisión de la conciencia funcionaría exponencial. El acceso de un grupo a un nivel de conciencia posibilita que los de la misma especia puedan acceder, por método exponencial, a ese mismo nivel de conciencia. Por igual regla, la humanidad podría mutar el paradigma mental, si un grupo de personas se persuaden de todo su enorme poder liberador.
En todas las culturas hay referencia de estos seres de las estrellas, que vienen sustancialmente a decirnos que no estamos solos. En las más diversas tradiciones habría constancia de la realidad de estos Hermanos más evolucionados y su labor reveladora. ¿Pero por qué esa discreción? No es complicado descubrirlo. Imaginémoslos como padres, como iniciadores que no desean hacer los deberes escolares de sus hijo. Si caemos a lo largo de nuestro camino evolutivo, habremos aprendido. No sería el caso si nos “salvan”. Si ellos hacen nuestros deberes, nosotros no aprenderemos. Sus emisarios jalonarían toda nuestra historia. Jesús habría estado en constantemente en contacto con los Elohims y de ello dieron también constancia los propios evangelios.
Hay habitantes de la tierra que también han accedido a ese nivel de conciencia y gozado por lo tanto de ese contacto. La tierra avanza y se mueve y asciende en su nivel vibratorio. El trabajo nos corresponde a nosotros. La intensidad de los momentos que vivimos sería la evidencia de esa gran trasformación en las conciencias. Las crisis constituirían también la prueba de los problemas que atraviesan las gentes que no logran adaptarse a los avances evolutivos del planeta.
Cada humano es una célula de este cuerpo que llamamos humanidad. Esta humanidad es a su vez un órgano de este sistema solar. Nuestro objetivo es volvernos más y más células concientes. Se nos ha revelado que hay un octavo chacra. Los seres de escasa evolución lo tendrían en estado embrionario, pero en otros constituiría ya un pequeño chacra que vendría a fungir como el denominado “supramental” por Aurovindo. Este octavo chakra les permitiría comenzar a explorar el sentido profundo de la vida.
La claridividencia se manifestaría como una confluencia de luces encima de la cabeza con forma de paloma. Jesús habría encarnado al Cristo celeste. En tanto en cuanto sus hijos, nosotros también podríamos encarnar esa energía. En ello insistirían los Hermanos de las estrella.
En el corazón humano reside un minúsculo átomo que no se puede tocar pues sobrevendría la muerte. En ese átomo simiente o permanente hallaríamos la memoria de nuestro recorrido evolutivo. La tierra, el universo entero también tendrían sus memorias. Está pues a buen recaudo todo lo que somos y hemos sido. Las experiencias de la vida por lo tanto nunca se perderían. A partir del nivel evolutivo que alcanzamos en una vida y que evidencia el átomo simiente, construiríamos los cuerpos para nuestra siguiente encarnación. Nada se regala. En ese átomo residiría igualmente la información sobre nuestro origen divino. Constituiría nuestro disco duro fundamental.
Dada la importancia de estos tiempos, muchas técnicas nos son reveladas para promover ese crecimiento necesario. Se nos invita a poner en valor la entrega y el servicio. Sólo de esa forma afloraría en nuestro interior la fuerza crística. Somos conminados también a dejar caer las máscaras que hemos ido adoptando y a abrazar la verdad que revela nuestro Ser. Todo el juego de las máscaras se habría acabado. Ésa es también la esencia del mensaje que Daniel viene a traernos: que el amor sea verdaderamente una energía de trasformación, no sólo algo emocional.
Después Daniel nos llevó a un viaje por el cosmos infinito. El escritor y guía nos propuso hacer una meditación. Para ello nos sugirió sumergirnos dentro de nosotros mismos, posarnos sobre nuestro corazón en medio de un espacio solar: “Sentid el latido del corazón… Somos el corazón de la tierra…” Se nos invita a dejar expandir nuestra conciencia hasta unirnos con la de la tierra… “Nosotros somos la tierra y sentimos sus montañas, colinas y valles. Toda la vida circula a través de ella. Somos la tierra misma. Nos avezamos a sentirnos también el centro de este universo y vemos girar a sus planetas. Nosotros somos el sol y Su Espíritu y Su Cristo. Después todo se dilata hasta convertirnos en la galaxia entera. Somos esa galaxia con sus diversos sistemas solares que palpitan en nosotros. Somos todos los sistemas solares de esa galaxia, nuestra conciencia no tiene límite. Tomamos noción de esa inmensidad en nuestro propio interior. Estamos fundidos son todo lo que es hasta alcanzar la plena unión… La paz total se encuentra más allá de todos los conflictos imaginables. Somos uno en el corazón de Dios. Somos la entera galaxia… ¡Que el amor circule alrededor de nosotros y en nosotros. Seguimos esa corriente de amor que nos lleva de retorno al propio corazón del sistema solar y a unirnos absolutamente con el sol. Los planetas son nuestros propios órganos. Descendemos hasta volver a tomar plena conciencia de nuestro planeta tierra, sus flores, sus montañas, sus ríos, playas, mares… Descendemos y encontramos el sol central de nuestro planeta tierra. Palpita en nosotros como nosotros de nuevo palpitamos con él…”
¡Gracias Daniel!
Koldo Aldai, 23 octubre 2012