Era el general más intrépido y astuto, habiendo vencido en innumerables batallas. Además de valeroso era un gran déspota y cruel como pocos; las grandes victorias le habían hecho engreído hasta tal punto que se tenía por invencible. Pero una batalla, quizá la más feroz, le estaba esperando. Tenía que desplazarse hasta la frontera para cortar el paso a los insurgentes. Altivo, como era su costumbre, conducía el ejército. Se libró una batalla encarnizada. En un descuido del general, un enemigo le rebanó el cuello con su sable y lo descabezó.
Esa noche, el general se reunió con sus comandantes en jefe, quienes se espantaron al verlo decapitado. Pero como ya no disponía de cabeza, el general se dirigió a sus comandantes con el corazón:
¿Cómo os parezco mejor, mis fieles oficiales, con cabeza o decapitado? Pero sed absolutamente sinceros.
Con cabeza, respondieron todos al unísono. Y se pusieron a llorar, mientras apostillaban: Si, es mucho mejor tener cabeza.
Mas el general no estuvo de acuerdo y dijo: Ante todo dejad de llorar y ahora explicadme por qué es mejor tener cabeza que no tenerla.
Todos se quedaron boquiabiertos y mudos.
El general añadió:
Cuando yo tenía cabeza, era fatuo, soberbio y arrogante y sólo vivía a través de la misma. Ahora la he perdido y gracias a ello he encontrado mi corazón. Como ahora tengo corazón, siento amor y compasión. No quiero seguir matando. Volvamos ahora mismo a nuestros hogares. Levantad el campo de batalla. Mis manos no volverán jamás a derramar una gota de sangre.
“Los mejores cuentos espirituales para la vida diaria”, de Ramiro Calle, Editorial Kailas, 2010