Cierto día, un hombre se despertó por la mañana y, horrorizado, comprobó que tenía las muñecas esposadas. Trató de quitarse las esposas, pero no le fue posible. Despavorido, salió corriendo a la calle, ansioso por hallar un medio para poder liberarse de las esposas. Comenzó a caminar, presa de la mayor angustia. Al adentrarse por una callejuela, vio a un herrero trabajando en su herrería. Entró en la herrería y le suplicó que le liberase de las esposas. El herrero, con un golpe certero y contundente, cortó las esposas y el hombre quedó totalmente libre y se sitió tan sumamente agradecido que se quedó a vivir con el herrero. Día a día comenzó a admirarle más y más y a atribuirle imaginariamente toda clase de cualidades laudables ajenas al herrero, un hombre tosco y de malos sentimientos. El herrero comenzó a aprovecharse del hombre como si fuera un siervo y a ordenarle los trabajos más miserables y penosos. También comenzó a maltratarlo.  Sin embargo, el hombre le rendía obediencia ciega y abyecta y así, aunque había sido liberado de las esposas, seguía más encadenado que antes. ¡Cuánto mejor hubiera sido quedarse esposado!

Del libro “Los mejores cuentos espirituales para la vida diaria”, de Ramiro Calle, Editorial Kailas, 2010