Cada doce años, en el Monte Kailash se reúnen, mientras lo circundan en el sentido de las agujas del reloj, miles de peregrinos budistas porque dice la tradición, que cada kora equivale a trece de cualquier otro año. Recorren los 52 kms. enfrentándose a los riesgos de la altura y del clima de alta montaña: Es el año del caballo.
Se ven familias enteras que caminan llevando a sus recién nacidos; también a monjes y monjas solas, a grupos de amigos y desconocidos que se hacen amigos para realizar la kora juntos. Es una cascada de destellos que se despliega en el ambiente severo de la montaña. Entre glaciares y morrenas enormes titilan puntos de luz de todos los colores: son los peregrinos que con sus vestidos y adornos al sol, puntean las laderas de la gran montaña a docenas, a cientos, a miles, todos realizando ofrendas y postraciones.
Muchos tibetanos van acompañados por sus perros: enormes mastines negros que enjaezados con collares de lana roja, saltan y corren elegantes olfateando con brillantes trufas de color azabache, el aire purísimo de la montaña. Ellos también participan de la fiesta, del esfuerzo y cruzan los neveros afianzando las enormes patas en la nieve, mientras en sus ojos aparece el brillo de la determinación: seguirán a sus amos, a sus compañeros de samsara… hasta el final, sea cual fuere el camino a recorrer… sea cual fuere el peligro a abordar.
Pájaros de todas clases y tamaños desde los descomunales buitres hasta los brillantes jilgueros del Himalaya, cantan y saltan junto al camino sin temor: Nadie causará sufrimiento intencionado a ningún ser viviente en el Kailash y las chovas piquigualdas planean con confianza, mientras las marmotas mueven el hociquito anta la barahúnda de este peregrinaje único en la tierra.
Los rebaños de yacs cargan las pertenencias de cada grupo y las lanas que les cubren hasta las patas, aparecen también como un adorno den esta fiesta donde todos, animales y personas tienen la misma importancia… el mismo sentido. Los de color negro son mayoritarios, pero de vez en cuando un enorme animal de pelo rubio casi amarillo como el oro, rompe la monotonía del rebaño con su delicado hocico rosa pálido y unos grandes ojos azules asustados. El animal más poderoso del Himalaya… es el más tímido y discreto.
Los grupos de caminantes mientras tanto descansan, hablan y aclimatan y las cuentas de los malas corren presurosas entre los dedos, al tiempo que los mantras, millares de mantras se elevan hacia el cielo nevado del Kailash. Una espiral de compasión asciende sobre el resto de las montañas: “la única felicidad posible es la que deviene de ayudar a todos los demás seres vivientes”.
Cerca de la cumbre el sendero se suaviza. Sobre la ladera pende un enorme glaciar colgado. Ya se divisa el collado, el paso de Drolma. Tara el Buda femenino de la compasión inmediata, acoge a todos los caminantes en un bosque inextricable de banderas de oración: Lung Ta. el caballo del viento, que nos recuerda la impermanencia de las cosas, flamea sobre el collado y toda la montaña. Al instante, una nube de katas blancas como palomas vuela sobre las banderas; cada peregrino arroja una y cien a la vez.
Ancianos vestidos con chubas de piel de yak se postran entre los bloques del granito venerado. Es difícil caminar, moverse a esa altura pero todo es una fiesta de purificación y de amor. En los ojos de los caminantes aparecen lágrimas que contienen toda la profunda belleza del budismo mahayana.
El cielo aparece negro, gris y azul oscuro y los rojos y ocres de los vestidos contrastan en el más delicado arco iris que quepa imaginar.
Y comienza la bajada. El sendero se desploma a través de roquedales y entonces… cantos, cantos jubilosos. Voces rudas y potentes acostumbradas a llamar cruzando los desiertos y los valles más inhóspitos de la tierra, entonan las melodías más dulces y cálidas que se contestan de grupo en grupo, y armonizan de ladera en ladera, de nevero en nevero. A cinco mil seiscientos metros de altura, el Kailash entona las melodías y enseñanzas del VI Dalai Lama: “¡El único maestro reside en tu corazón! ¡Búscale!”.
Guelupas, ñingmapas, sakyaapas, karguiupas, todos cantan después del abrazo de la Madre Tara. Algunos ya se sientan y meditan bajo la lluvia y la nieve. Otros se apresuran… tal vez puedan completar en los próximos días algunas vueltas más.
Es en la mayor estupa de la tierra, en el hogar de Guru Rimpoché donde algunos eremitas encontraron la luz que se transmite de maestro a discípulo.
Hoy aparece entre nosotros con el mensaje del Buda: “si te determinas puedes alcanzar la Iluminación y abandonar para siempre la rueda del sufrimiento”.
Es la enseñanza que descubren todos los peregrinos el circundar la montaña más bella del Universo, el Monte Kailash.
José Ramón Bacelar