La masacre de Noruega, como la de Bombay hace dos semanas, y tantas tragedias que acontecen todos los días, nos recuerda aquello de que el hombre puede ser un lobo para el otro hombre. Pero ese lobo es el hombre ignorante, el que vive atrapado en el ego esclavizador, el que puede caer y cae presa de la enajenación, de la ofuscación, del odio: en realidad, de la mayor ignorancia, desconociendo que cuando hace daño a otro ser, en realidad se está haciendo daño a sí mismo. Me rebelo contra la laxitud en el mundo respecto de la posesión de armas: instrumentos inútiles para el progreso, que solo sirven para matar, perpetuando el dolor y la creación de nuevo karma negativo. Creo que Europa ya está madura para que no haya armas más allá de las que tengan que tener la policía y el ejército, o las que cumplan una función deportiva, y aquí me refiero al tiro al plato –algún día descubriremos que matar por placer a los animales es también una forma de regresión. Una tras otra, las matanzas inútiles y absurdas se suceden, retrasando nuestra evolución colectiva, añadiendo dolor al dolor ya inconcebible acumulado por la historia. La tierra puede ser el paraíso, como atestigua esta foto de la localidad de Loen, en Noruega, y también puede ser el infierno. Cada uno de nosotros, en diferentes escalas, somos también emisores de violencia, aún en dosis mínimas, y también debemos reflexionar sobre ello. Y cada uno de nosotros, con cada pensamiento y con cada acto, podemos sumar en el lado del paraíso o en el lado del infierno.

Que al final de nuestros días alguien pueda atestiguar que pusimos más peso en la balanza del paraíso, ese es el mayor compromiso que podemos adquirir en los momentos de pérdida y dolor que, como el actual, azotan al inconsciente colectivo.

Joaquín Tamames, 24 julio 2011