En alguna ocasión anterior he destacado el poder de la palabra y su participación como elemento creativo y atractivo de las emociones, actitudes y experiencias de nuestra vida.
 
En esta ocasión me gustaría reflexionar sobre el silencio como la ausencia de palabras y ceñirme a su beneficio en las relaciones.
 
Nadie duda de la importancia de la buena comunicación si se quiere gozar de relaciones armoniosas y plenas, sean estas de pareja, familiares, laborales o sociales. Y al igual que no solo es comunicación la de índole verbal, las palabras propiamente dichas, sino, y más importante, el lenguaje no verbal, el tono, la postura, los gestos y hasta la intención que acompañan a las palabras, considero que el uso del silencio puede ser muy apropiado, en determinadas ocasiones, para conseguir el objetivo de paz y armonía.

Y no solo me refiero al silencio de la persona que escucha a su interlocutor mientras éste habla, sino el silencio como respuesta al mismo y que, ni mucho menos, es pasotismo, desinterés ni mensaje de “a mí plin”, por decirlo finamente.
 

No siempre la persona que se comunica demanda de su interlocutor un consejo, su opinión o punto de vista, o su empatía o rechazo a su exposición de creencias y emociones. No pocas veces, el otro lo que desea es meramente desahogarse o pretende autoconvencerse de lo positivo de su manera de pensar o de actuar, aunque para uno quede patente lo erróneo y equivocado de dicha argumentación. Incluso, aunque no sea consciente, lo que necesita es su propia respuesta, que será la que valide en un momento posterior. En todas estas ocasiones, la respuesta verbal que se le proporcione, puede ser una chispa que encienda la llama de la discusión, la pelea o el desencuentro, todo lo contrario, seguro, a las intenciones comunicativas de ambos.
 
A fin de ser consecuente con el título de este artículo, me acojo al poderoso silencio y dejo esta sabia reflexión del fraile renacentista Tomás de Kempis:
 
“Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos, que no nos pertenecen, no quisiéramos meternos”.
 
 
Ana Novo
La Comadrona Espiritual ®