Hoy he viajado en tren a Barcelona y a la vuelta he pasado grato tiempo contemplando el hermoso cielo azul y los árboles desparramados por el horizonte.

He disfrutado de las hileras de cipreses, erguidos y elegantes, en bello contraste con los campos amarillos y rojos y el cielo azul. Y también de los chopos de todos los tamaños y portes, sus ramas moviéndose al ritmo de la brisa de esta tarde cálida, sus hojas todavía verdes, en los últimos días antes de iniciar el cambio al amarillo. He visto regatos en distintos lugares, algunos rodeados de árboles en ordenada y callada hilera, todos reluciendo bajo el sol en preciosas postales aquí y allá en las que el mundo parece limpio y recién estrenado.

En mi devenir vital, la tarde empieza a ser momento de preparación para buscar el silencio interno y externo del que tanto hemos hablado estos días pasados. Estoy en la pequeña arboleda, envuelto en el dulce sonido de los chopos y de los tilos mientras la luz del sol llega todavía fuerte y se cuela por las ramas y rendijas, calentando por dentro y por fuera. Y es momento de silencio y de preparación, buscando en ese silencio la paz y la armonía que cada vez más encuentro en la naturaleza.

Uno de los sutras más breves del librito de las hojas de Morya es el que dice “trabajad en las horas de la mañana; y por la tarde regocijaos en Mi Nombre. ¡Os propongo un nuevo camino!” Siempre me ha gustado este mensaje, y ahora, en esta edad ya adulta, empiezo a buscar ese regocijo de la tarde, al que la Hermana Jayanti se refería el sábado pasado como el encuentro con el Divino.

Buscar y encontrar al Divino, estar en silencio y comunión, en la quietud de la tarde, en anticipación de la meditación de la madrugada es una experiencia extraordinaria. En una de las excursiones a la roca de Mount Abu aquella muchacha me lo dijo en palabras muy sencillas y hermosas: “para mi la tarde es tiempo de silencio y preparación, de anticipación del encuentro con el Divino”. Sus ojos y su mirada denotaban que ya estaba en ese otro mundo preparando ese encuentro maravilloso. La experiencia de esta muchacha, la preparación diaria en la tarde, es algo que poco a poco me gustaría trasladar a mi rutina. Porque los grandes encuentros requieren una preparación, para llegar en armonía, en paz, pleno, y poder en ese encuentro comunicarte desde el alma.

Hoy me he iniciado en esa disciplina. Las cosas del día quedaron en la mañana. Los correos, los periódicos, las reuniones, las llamadas, las mil cosas que tiran de nosotros ya tuvieron su tiempo en el día de hoy. En la tarde ya me preparo para la comunión del día, que llegará en el alba, y que es la que me dará fuerza para intentar allá donde yo llegue poner mi mejor energía. Y en esa preparación, en ese silencio, me siento realmente en la antesala del encuentro con el Divino.

Doy gracias por ello.

Joaquín Tamames, 28 septiembre 2010