Hace unos años Ramiro Calle y Vicente Ferrer mantuvieron una interesante charla, que  Ramiro acaba de publicar en Espacio Humano con el título de «En lo profundo con Vicente Ferrer». Esta es la primera parte de esa charla:

A lo largo de su dilatada vida y de su extraordinaria labor, muchas personas entrevistaron a ese trabajador social implacable que era Vicente Ferrer, pero la mayoría de ellas lo hicieron más sobre esa labor que sobre el hombre mismo, más sobre sus inquietudes y logros sociales, que como la persona con sus motivaciones humanas y espirituales. Yo tenía especial empeño en profundizar tambien en el alma de Vicente Ferrer y por eso me desplacé unos días a su colonia de Anantapur para escudriñar en su vida anímica y preguntarle cosas que otros no le habían preguntado.

Desde Bangalore, una de las ciudades punteras cibernéticamente de la India, pero que no tiene especial interés turístico, me desplacé en tren hasta una localidad del estado de Anhdra Pradesh, en el sur de la India, llamada Anantapur, por cierto polvorienta y fea, sin el menor encanto a diferencia de otras localidades indias que imantan y fascinan. Un jeep vino a recogerme y en poco tiempo me encontraba ya en un conjunto de casitas alineadas y limpias, aunque parcas, en una de las cuales yo me alojaría por algunas noches. Vicente Ferrer me recibió con un entrañable y largo abrazo y después dijo:

Ahora descansa y luego hablamos. Ven a cenar esta noche y Ana te hará una buena cena.

Encantado- convine. Tengo muchas ganas de conocer los poblados de los alrededores y las gentes tribales- solicité a continuación.

Te mostrarán todo lo que quieras esta tarde. Nos vemos al atardecer.

La cena tiene lugar en casa de Vicente Ferrer. Es preparada primorosamente por Ana. Asistimos a la cena Ana, Vicente, el secretario entonces de Vicente llamado Flavio, la profesora de yoga Isabel Morillo y yo.
Tras la deliciosa cena, Vicente y yo nos encerramos en una de las habitaciones, solos. Pregunto de modo directo y escueto:

¿Cómo te definirías?

¡Caramba! –exclama– Eso es difícil. Por mi profesión soy un trabajador social. Por añadidura, no digo que sea filósofo, pero sí un hombre interesado por la dimensión filosófica, religiosa, teológica de la vida. Y, sobre todo, me siento alguien inclinado a hacer el bien.

Hace una pausa, me mira con sus ojos amables y añade:

Nosotros fuimos los primeros en organizar un equipo para potenciar la ecología en esta área de la India. Se escribe mucho al respecto, pero lo importante es tener manos que trabajen. Formamos un equipo de ingenieros y agricultores, y hace muchos años que nos pusimos a la labor. Por supuesto, siempre ayudamos a los más pobres y necesitados, porque son los más vulnerables.

Le escucho con suma atención. La noche ha caido por completo. A lo lejos aúlla un perro solitario. Hace calor. Exclamo casi instintivamente:

¡Hay tanta pobreza en la India! ¡Tanta!

Siendo la pobreza el mayor obstáculo para el ser humano (la pobreza que se acarrea a lo largo de generaciones), hay que eliminarla. Cuando desde le futuro vuelvan la mirada hacia este siglo, no podrán comprender cómo habiendo tanto riqueza y ciencia era posible tanta miseria. La mente humana no ha tenido la suficiente sabiduría para solucionar este problema. Pero en el hombre hay una desarmonía interna; y si ese estado de desarmonía lo multiplicamos por millones de seres humanos, encontramos una inevitable desarmonía universal.

Para armonizar la sociedad- inquiero-, ¿no tendríamos que armonizarnos interiormente cada uno de nosotros?

Me cuesta poner mi fe en la sociedad- asevera-. Creo en las personas, pero éstas se hallan en una sociedad con unos sistemas que impiden ser buenos. El cristianismo, por ejemplo, no puede florecer en un capitalismo salvaje por lo difícil que es practicarlo en tales condiciones. Los sistemas sociales influyen muchísimo en desarmonizar al ser humano, porque la sociedad es más inarmónica que el hombre.

Se queda pensativo, al igual que yo. Después nos miramos con profunda intensidad a los ojos, como queriendo ir más allá de las palabras, y nos agarramos firmemente de las manos. Unas manos que me transmiten amor. Y sin dejar de mirarme con su entrañable intensidad, me dice:

No esperar recompensa nos hace muy libres. La acción buena es superior a todo; de nubes para abajo, es lo único de lo que no podemos dudar, porque incluso los malvados tienen momentos de bondad. Después de haber leído tanto, la “acción buena” es para mí lo único esencial. Pero no lo es la acción sin cabeza. Es la acción lúcida.

Está hablando como un verdadero karma-yogui, el que emprende la acción correcta, lúcida, desinteresada, renunciando a las ataduras de los frutos de la acción, que si tienen que venir lo harán por añadidura. El es un karma-yogui viviente. Guardo silencio y él insiste:

No esperar recompensa, sí, nos hace muy libres. La acción lúcida y bondadosa.

¿Mente o corazón? – pregunto.

Responde:

Aquí- sonríe con ternura-, sí que aplico la filosofía Advaita: la unidad. Mente y corazón. Cundo rezo, que es pocas veces, solamente pido dos cosas. Una es que me den un corazón de carne; no quiero tener un corazón de piedra. Lo otro es misericordia. Todo lo demás ya no importa; pertenece al mundo del intelecto. He filtrado todo lo leído y he podido extraer lo esencial. Del catecismo, lo único que me interesa son las obras de misericordia. Hay una bondad total y esa Presencia superior, como quiera que la llamemos – da igual si somos agnósticos o no-, nos confiere valor.

Guardamos unos instantes de cálido silencio. Pienso en que este hombre hace suya la instrucción del karma-yoga: “las manos en la obra y la mente en el cielo”.

¿Es la tuya una religiosidad cósmica?.

En la India he descubierto tantas cosas de su filosofia, de su religión, de la simplicidad de las personas, de la suma pobreza acompañada tambien de tomarse las cosas como un tranquilo “ya veremos qué ocurre, pero vamos adelante”… Pero hay una presencia, este Ser que puede ser No-ser (como en el budismo), porque la palabra Dios…, si dices que crees en Dios, casi te desacreditas…

Su tierna ironía, su sano sentido del humor. Y agrega:

Este ser Infinito, necesariamente ha de ser bondadoso y requiere de otros seres. Pero al ver todo el mal que existe en el mundo, te quedas de piedra. No hay respuesta para ello; no puedes tratar de convencer a nadie. Pero para mí, esa bondad está allí (señala con la mano hacia el espacio) y cualquier cosa que ocurre en e mundo la pongo a prueba con esa bondad. Y hay cosas que no encajan, pero otras, sí, como el canto de los pájaros, la lluvia amable, o esas nubes que evitan que nos achicharremos. Todo eso encaja perfectamente con la bondad perfectamente. Pero para el que sufre de verdad, quererle demostrar la bondad es casi un insulto. ¿Cómo le dices a un leproso que hay una Presencia que va ordenando las cosas? Pero que haya cosas que no encajen no va a llevarme a negar esa bondad, esa Presencia divina. Sí, hay sufrimiento, pero “aquello” está ahí.

Supongo que la vida te ha llevado a afrontar numerosas incertidumbres religiosas…

La vida es para mi como tejer un enorme tapiz en el que va quedando grabada nuestra vida. Luego, al final de la existencia, lo miramos y… claro, lo vemos muy burdo y nos decimos que no está bien. Solo que en realidad lo que vemos es el reverso del tapiz, que siempre es mucho más burdo. Y entonces descubrimos que ha habido “alguien” que ha ido hilando tus mismas hiladas con hilos de oro. Y así, cuando uno da la vuelta al tapiz, ve que su vida no ha estado tan mal, que ha tenido belleza, sentido. Solo que creer en Dios es una carga muy pesada – suspira levemente-, porque en la vida uno se encuentra con muchas paradojas y contradicciones, con que hay sufrimiento, mucho sufrimiento. Y no podemos comprender su razón. Por eso entiendo que lo importante no es tratar de entender ese sufrimiento, sino de ponerle remedio.

(Seguirá)