Subraya en nuestro encuentro que la sintergética no es únicamente un sistema médico que trabaja con diferentes disciplinas y filosofías de la salud, sino que también representa una concepción de la vida. Se trata de que “el paciente que está en esa instancia de aprendizaje que llamamos enfermedad, encuentre las claves que le permitan conectarse con su alma, y desde su alma, genere los procesos restitutivos y sanadores que su cuerpo requiere”.

Elevar los ojos al alma, entendiendo que ahí reside la fuente más profunda de sanación, sería la función del médico. En África también se ensayaron en elevar ojos, por más que allí se encontraron con miradas más silentes, tristes y abatidas, con cuerpos famélicos y casi acabados. Algo de eso acababan de intentar en Etiopía en compañía de otros médicos, cuando entrevisté a Claudio Méndez. Venía de la árida sabana, de la misión de las hermanas salesianas en Zway, a tres horas al sur de la capital. Había estado atendiendo a los últimos, a los más necesitados, en el marco de la caravana de sanación en África el pasado mes de Octubre.

Aguardaba al avión de vuelta en Addis Abeba. Algunos compañeros caían dormidos en la sala de embarque. Claudio aún sacó fuerzas para atender amablemente a todas estas preguntas. Había por delante una larga noche de viaje hasta España. En la espera le alargué micrófono, no en vano Claudio Méndez es “alma mater” de las caravanas de sanación en América latina.

Claudio conquista a la gente con su humor siempre resplandeciente. Ayuda a sanar con sus manos, pero quizás ellas no superen el poder terapéutico de su mirada, permanentemente encendida, siempre alegre. Su liderazgo indiscutible entre las tropas de sanadores y caravaneros de tantos países, es indudablemente el liderazgo de una sonrisa a toda prueba.

Cuando sus compromisos se lo permiten, ejerce de médico en varios hospitales de Santiago. En Chile se dan condiciones especiales en las que la medicina formal se ha encontrado en diversos hospitales con la medicina integrativa. Concretamente han logrado introducir esta medicina de síntesis en cuatro hospitales públicos con el apoyo del Ministerio de Salud. En esos centros trabajan codo con codo unos y otros médicos. Como él generosamente apunta, “hemos renunciado a tener la sola razón, la única verdad. Hemos pospuesto nuestras razones en aras de una sola intención: servir al paciente”.

En su condición de Coordinador general de la formación de la medicina sintergética en Chile, viaja de forma incansable, precisamente dando a conocer por el mundo la buena nueva de las medicinas que suman, que se nutren y complementan, esa medicina integrativa o sintergética que concibiera hace ya más de veinte años el doctor Carvajal. Desde la experiencia de medicina integrativa tratan de abordar la experiencia de la enfermedad como un proceso de crecimiento personal de forma que “puedan ocurrir los procesos de sanación emocional; que la persona pueda acceder al perdón, a la compasión, a la reconciliación, al amor impersonal”. En realidad, según nos explica el doctor, todos esos desafíos serían la expresión de un llamado urgente al paciente que se haría desde más Arriba a través de la enfermedad.

Nuestro entrevistado da clases de diferentes módulos de sintergética a lo largo del continente americano, pero actualmente, y con particular ahínco, está entregado a la difusión de “Manos”. Se trata de una nueva propuesta que se ha generado en la sintergética y que representa la intención de acercar el conocimiento de la medicina integrativa de un modo sencillo y práctico. Están preparando a personas que en breve puedan desarrollar una práctica de sanación. “Manos” pretende el fomento de la propia autogestión en la salud y en la comunidad.

“Papamono” le llamaban a Claudio en Santiago de Chile los niños enfermos de cáncer, pues tal debía ser la alegría con la que inundaba los fríos hospitales. Ese infatigable buen humor ha abierto los caminos de la sanación por el desierto y el altiplano, por la montaña y por el valle. Esa misma alegría ha abierto el paso de caravanas a uno y otro lado del Atlántico. Calla el “Papamono”, el clown doctorado en pediatría y sin embargo aflora un discurso lúcido, coherente y pleno. No podía ser de otra forma. Enmudece el bufón y resulta que su palabra rebosaba cordura, esperanza y vida.

¿Cómo desembarcó Claudio Méndez en este mundo de la medicina sintergética?
Hay, como en todo, razones más evidentes y otras más ocultas que ni siquiera conozco. Dentro de la medicina elegí la pediatría y dentro de ese mundo me acerqué a los niños con cáncer. Me metí entre las patas de caballo. Estuve en contacto con niños muy enfermos, muchos de los cuales morían. Aquello me producía una suerte de inquietud que me movía a preguntarme qué estaba pasando y a buscar más alternativas.

Una niña de nueve años con leucemia cercana a la muerte me preguntó porque no había solución. Tenía una relación con ellos muy cercana. Ellos me llamaban “Papa-mono” y esta niña me soltó un día: “¿Papamono, ya no hay más…?” Yo me sostengo en la mirada de ella, le tomo de la mano y le confirmo que ya no hay más. Sin embargo va ella y me dice que hay más y que busque…

¿Qué ocurrió con la niña?
A las pocas horas ella muere. Aquello fue una suerte de orden a explorar más, un mandato para la búsqueda. Allí comienza una investigación de otros caminos de terapia y sanación. Somos muchos detrás de la medicina formal que estamos inquietos, que queremos más. Tras esa mirada a menudo fría y esa bata blanca hay un palpitar, un deseo de hacerlo de otra forma.

Por propia opción he estado también cerca en mi país de lo que es el mundo de la pobreza. Me he vinculado a iniciativas que tienen que ver con la autogestión.

¿Qué te han regalado los niños en todos estos años ejerciendo como pediatra?
Que pase lo que pase, uno no debe nunca perder la alegría. Que no merece la pena quedarse en el dolor, en la tristeza, en el pesimismo. Soberana estupidez.

De Etiopía precisamente me llevo el frescor de la mirada de los niños. Independientemente de las condiciones en las viven, de que anduvieran descalzos o estuvieran rodeados de moscas, donde fueras había niños sonrientes. Los niños son en verdad un gran legado de esperanza.

En nuestro mundo estamos prendados de una excesiva intelectualización, a menudo asociada a la queja y el inmovilismo. Yo deseo invitar a salir de ahí. Es preciso comenzar a dar pasos hacia la conquista de espacios de mayor luz, donde se filtra la esperanza de que nuevas humanidades son posibles. Cada quien va creando los mundos en los que cree. Cuando el niño te regala un abrazo o buen apretón de manos, uno siente que la humanidad aún está viva. Uno siente entonces la invitación a sumarse a la danza planetaria de la vida.

¿Qué te ha enseñado el dolor humano?

Lo que he podido observar es que el dolor es una estrategia evolutiva. Decimos a menudo en nuestras oraciones: “Que el dolor revele el amor”. Lo he visto, lo he palpado. Cuando uno se halla en la profundidad del dolor, uno toca una puerta y allí sólo encuentra puro amor replegado. Para mí la sombra no es más que luz escondida, el dolor no es más que amor replegado.

Muy probablemente en el futuro ya no va a ser preciso seguir atravesando este valle de lágrimas. Para progresar en nuestra apuesta evolutiva no sólo aprenderemos a través del dolor, también a través del amor. Podremos aprender del gozo y de la libertad. Eso nos va a permitir alcanzar estados de evolución que ni siquiera uno soñaba.

¿Agotada ya por lo tanto la vía del dolor?
Sé que tengo una visión patológicamente optimista, pero siento que nos aguardan tiempos mejores. Estamos en el camino. A veces lo que nos paraliza en el fracaso es el temor a no saber cómo hacerlo, temor a tocar nuestro propio dolor. Ello nos hace refugiarnos en máscaras de aislamiento, pero es preciso salir de nuestras torres de pesimismo. Hemos de darnos a nosotros mismos el permiso de dar el salto. Somos una humanidad que asciende al encuentro de su dignidad perdida. Hemos de continuar juntos en ese ascenso.

¿Qué te ha aportado ese contacto con los desheredados, con los últimos de la tierra?

Entender que existe una pobreza material, pero existe también una pobreza espiritual, Veo en quienes gozan de una vida económica más desahogada, la carencia de quienes se encuentran cada vez más solos, más aislados, más en su mundo. En el fondo no hay sino una misma carencia que anda dando vueltas. Veo, por el contrario, a menudo en la pobreza material una suerte de solidaridad, de compañía y de fortaleza.

Veo al fin y al cabo una historia de mundos que se desconocen: el mundo de los que tienen y el de los que no. En medio, una desconfianza por parte de los dos lados. Es preciso el flujo de ayuda material hacia los desposeídos, pero es, si cabe más necesario, que estos dos mundos se encuentren y se miren a los ojos. Hay demasiadas historias que nos han separado. Hay que tapizar el camino de ese encuentro imprescindible. Ambos mundos necesitan abrazarse de una vez por todas.

¿Muchos mundos en un solo mundo?

El mundo está lleno de infinitos mundos. Hay una diversidad de mundos en un país, en una ciudad, incluso en un mismo barrio. Sin embargo, todavía estamos en esa lectura de que la diversidad es algo que nos separa. En todos esos mundos esa diversidad lo único que está buscando es el encuentro, la unidad entre los diferentes. En esos mundos las polaridades han de diluirse para encontrar un sendero razonable.

¿Estaríamos hablando del justo camino del medio?

Así es, o lo que es lo mismo, el camino del discipulado, del mismo Castaneda… Es, al fin y al cabo, el tercer camino. Esas polaridades no serían sino alas a mover de una forma sincrónica para alcanzar un vuelo más alto, el vuelo de la liberación. Estamos hablando del mito de la serpiente a la que le salen plumas, que logra volar, despliega sus alas y se convierte en águila. La mirada del águila sería la mirada del alma liberada. Vamos tras la búsqueda del alma de la humanidad.

¿Cómo y por qué surgen las caravanas de la sanación?

Hay una razón externa que estriba en la necesidad de dar posibilidad concreta a las ganas de servicio que se prodigan por tantos lugares del mundo. Hay otra razón interna, más implícita, que es la necesidad de volver a caminar por viejos senderos. Volver con un nuevo estado de conciencia, con una nueva actitud y orientación. Volver en definitiva al encuentro con la humanidad de la que formamos parte.

¿Cuál es el recuerdo que queda en los participantes de estas caravanas?
Queda una sensación de disfrute y de haber podido ampliar el horizonte de pensamiento, de haber ensanchado las creencias, de haber podido oxigenar mirada, mente y corazón. La visión pesimista del mundo nos puede llegar de permanecer inmovilizados en nuestro lugar. Al decidirnos a caminar las cosas pueden cambiar. El arco iris estaba a la vuelta de la esquina, detrás de las nubes. Nos hemos puesto juntos a caminar y hemos dado con él. Al mostrar la sonrisa propia se muestran también las otras sonrisas.

¿Qué nos puedes decir de la historia de las caravanas de sanación?

Si uno quisiera remontarse a atrás del todo y hacerlo con toda la historia, yo te diría que la memoria de las caravanas arranca hace miles de años. Entonces localizamos lo que conocemos por el fenómeno de los “Médicos descalzos”. Hasta ya hace más de 5.000 años se remonta el testimonio de estos médicos ambulantes en China. Después nos encontramos con los médicos barberos en la Europa medieval. Posteriormente hallamos la historia preciosa de todos los médicos kallawayas en la zona amerindia. Se movieron por la zona del Titicaca. En dirección sur llegaron hasta el sur de Chile y hacia el norte llegaron hasta Panamá.

¿El camino estaba, pues, abierto…?

Efectivamente, hace tres años volvimos a hollar esos caminos. Hemos seguido la misma senda. Empezamos en Chile con un recorrido de 800 kms. hasta tierra de los mapuches. En una segunda caravana cambiamos todo ese verde vegetal por los ocres y los naranjas del árido desierto de la zona salitrera. Fuimos concretamente desde San Pedro de Atacama hasta Arica, en el límite con Perú. Allí nos encontramos con los hermanos peruanos y empezamos a vivir las fronteras no como barreras, sino como una membrana de unión. Allí nos abrazamos. Allí fue también donde arrancó al año siguiente la caravana que remontó hasta ese verdadero corazón planetario que constituye la zona andina. Honramos a nuestros ancestros en Machupichu. Llegamos al norte, donde nos encontramos con los hermanos ecuatorianos, para recorrer a su vez todo el país hasta el límite con Colombia. Este último año hemos recorrido finalmente la variada geografía colombiana.

Hemos surcado la cordillera de los Andes, que es como montarnos en la columna vertebral del planeta. Es como si hubiéramos ascendido juntos esa kundalini planetaria. Hemos saltado también a la madre patria haciendo un recorrido, más de orden reflexivo y no tanto asistencial, a lo largo del Camino de Santiago.

A lo largo de estos tres años de caravanas, hemos atendido miles de pacientes, pero sobre todo hemos vivido encuentros increíbles, hemos liberado dolores, derramado lágrimas, no para quedarnos en el sufrimiento, sino al contrario, para alcanzar una libertad a través de los procesos de sanación. Estamos persuadidos que a través de los canales de la conciencia, esa libertad se va contagiando a todo el planeta.

Una experiencia inolvidable…

Así es. Hemos sido desbordados por la corriente de la vida que ha barrido con nuestras creencias, con nuestros miedos, con nuestros egoísmos. Ha sido una verdadera fiesta. Tenemos el bendito tiempo y los sagrados espacios para hacer el oficio al que fuimos convocados por nuestro origen: ser creadores desde el amor y en sabiduría.

¿Una evaluación en breves palabras?

Las caravanas han congregado a gentes de muchos países de todo América latina, pero también de Alemania, de Suiza y de Italia. Ha habido momentos de hasta 450 caravaneros autofinanciados, impulsados por una corriente amorosa y un ansia de servicio.

Han sido miles y miles de kilómetros, miles de rostros, miles y miles de historias que constituyen nuestra propia historia de caravaneros. No hemos hecho sino sanar nuestras propias heridas, mediante la sanación de las heridas de nuestros hermanos. A lo largo de estos años se han venido también realizando lo que hemos denominado: las minicaravanas de fin de semana. En nuestras respectivas geografías hemos acudido a asilos, a cárceles, a orfanatos…, a aquellos sitios donde el dolor se ha hecho más carne y enconado.

¿Proyectos para el futuro?

Estamos en un proceso de maduración y de cambio. Nacieron las caravanas con un concepto primordialmente asistencial. Aspirábamos también en el ámbito de la práctica a una integración con las medicinas alopáticas. Hemos ido a donde están las etnias y los lugares más empobrecidos. Actualmente deseamos ampliar el concepto de sanación y así apostamos por aquello que hemos denominado “caravanas por la vida”. En definitiva, nos hemos diversificado y abierto a otras actividades de servicio en torno al arte, a la agricultura, al agua…

Pretendemos, por lo tanto, evolucionar desde una práctica asistencialista hacia la adopción de pautas de autogestión en las diversas áreas. Se trata de que la gente se empodere con una información, pero sobre todo con una conciencia. Ya no sólo llevar el pescado, sino ayudar a pescar.

¿En todo el recorrido caravanero, qué lugar ocupa África?

Es un pulso primigenio que ha estado detrás de las anteriores caravanas. De ese continente hemos nacido, hemos partido. Como las cosas son circulares, hay una necesidad de regreso. Es un regreso en espiral, pero ya con un nivel de conciencia distinto. Es una necesidad de ir a saldar algo, a reencontrarnos.

Hemos ido a encontrarnos con el continente madre, donde están Lucy y Ardi, para abrazarles y abrazarnos. Pero es que además África tiene unas enormes necesidades materiales. Hay allí una enorme deuda que como humanidad hemos de empezar a saldar. Mientras millones de personas estén en ese grado de pobreza y abandono no es posible avanzar, no es posible seguir sosteniendo diferencias tan horrorosas entre los que más y los que menos tienen.

Koldo Aldai
Fundación Ananta
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