En cuanto que provincial de los carmelitas australianos, cogió muchos aviones, viajó por todo el mundo. Tanto asfalto debió aumentar su añoranza de bosque. Cuando se presentó la ocasión, lo hizo. Dejó el trabajo abrumador y bajo los gigantescos eucaliptos creó una casa de oración en Warburton, no lejos de la ciudad de Melbourne.
Junto con la hermana dominica, Kathleen Murphy, fundó en 1996 Sancta Sophia (www.sanctasophia.org.au), una experiencia única. Se trata de una comunidad de vida que gestiona un espacio de meditación y retiro con un planteamiento abierto a la diversidad religiosa.
El jardín exuberante del centro de retiro fue testigo de los mismos y cálidos abrazos de la urbe. 16.000 kms. de distancia no merman el calor de la fraternidad en medio de una comunión de ideales. Compartimos cena e inquietudes. El vino australiano tiene la especial propiedad de acercar las almas. En realidad su sentimiento de acogida es general. Comparten mesa de alimentos y mesa en el altar con quien llama a su puerta.
Visitamos la capilla sencilla y circular. Después se detuvo ante un mural en el que aparecían las fotografías de maestros budistas y zen, gurús yoguis, monjes y monjas cristianos… Ese sencillo mural, esas imágenes colocadas con chinchetas, encerraban en realidad una esperanza inmensa: la suerte de los credos encontrados y fecundados. En medio de ese mosaico genial que Ken nos explicaba con entusiasmo, el color de los hábitos era lo de menos. En esas ajadas fotografías volvimos a comprobar que la santidad es más una chispa en la mirada que la tonalidad de un paño, que la filiación a un credo determinado.
Australia es aún, en alguna medida, una tierra nueva, sigue albergando buenas dosis de utopía. He ahí su armoniosa multiculturalidad, su veteranía en el diálogo interreligioso, su sensibilidad de especial respeto a la Madre Tierra… Un mural como el descrito es todavía poco imaginable en un recinto católico de nuestra geografía. El paisaje ancho les proporciona también apertura de mente. Allí no parece sorprender que una hermana dominica sea a su vez maestra de Reiki y de Eneagrama, como lo es Kathleen, la cofundadura y codirectora del centro.
La animada charla acortó el sueño. También dormimos al abrigo de los gigantes eucaliptos. A la mañana siguiente, tras generoso desayuno, este carmelita universal nos compartía, ya ante la grabadora, su testimonio de fe y de vida…
¿Qué ha encontrado Ken en la meditación?
Para mí, la meditación es la conexión con Dios y con los demás, una experiencia en la que transciendes. Hay muchas formas de meditación, tanto en la tradición cristiana, como en las demás. Mi aproximación actual es más bien budista, aunque también se podría considerar carmelita. Es algo complejo, pero a la vez sencillo. En los niveles más profundos no hay mucha diferencia. Si bien la técnica es principalmente budista, mi experiencia es cristiana.
¿Cómo vives tu propia experiencia de meditación?
Como mencionaba, vivo la meditación budista desde la experiencia cristiana, mientras que un budista la vivirá desde el budismo. Tengo la impresión de que el budismo está teniendo mucha influencia en la práctica meditativa de la gente, puesto que tiene una técnica muy clara y muy definida. Personas de todo el mundo están encontrando mucha ayuda en el budismo.
Un amigo meditador me dijo: “Yo fui a la India a encontrar la otra mitad de mi ser”. Empezó a estudiar la espiritualidad india y a conectarla con el cristianismo. Es uno de los que más ha influido en nuestra comunidad.
¿Ves algún límite al diálogo interreligioso?
No hay límites para el diálogo, pero evidentemente hay muchas diferencias. Todos somos diferentes culturalmente, filosóficamente, en lo religioso… Si embargo, tenemos que aprender a vivir juntos, a armonizar las diferencias, a ser amigos, a impulsar la amistad.
Cuando entablas amistad con alguien, puedes vivir con las diferencias. Es decir, no se trata de eliminar las diferencias, sino de vivir amistosamente con ellas. Por ejemplo, un monje cristiano benedictino y otro budista tuvieron una presentación conjunta en el Parlamento de las Religiones. Explicaron cómo viven el diálogo interreligioso entre monjes de diferentes tradiciones. Ellos se reúnen regularmente desde hace ya bastantes años. Hicieron especial mención de Thomas Merton, un monje benedictino que hizo de puente entre Oriente y Occidente y que murió en Bangkok, precisamente cuando se dirigía a un encuentro de este tipo.
Laurence Freeman, un benedictino que participó en el Parlamento, es otro de los líderes de este movimiento. Practica un tipo de oración que se parece a los mantras orientales.
¿Cómo ves el futuro de las religiones?
Creo que el Parlamento ha mostrado que las religiones están muy vivas. Por otro lado, ha mostrado que las religiones pueden cooperar con mensaje propio frente a los problemas a los que se enfrenta el mundo, debido a las guerras, la crisis financiera, la codicia, la falta de sentido de comunidad, la falta de relaciones humanas de calidad… Ante todos estos problemas, las religiones tienen algo que hacer, pues disponen de un antídoto.
Por otro lado, ahí están los ateos fundamentalistas, que pueden ser tan fanáticos como los fundamentalistas religiosos. Ahí también hay necesidad de diálogo. Es preciso acercarse a ellos.
¿Vamos hacia una unidad de fondo, con diversidad de formas?
Pienso que la unidad viene de la diversidad, no de la uniformidad. La creación es diversa, por lo tanto la diversidad es la base de la unidad. En el pasado, buscábamos unidad a través de la uniformidad, pero ya no es así. Mucha gente de Iglesia buscaba la unidad por la uniformidad, pero eso no funciona. A mayor diversidad, mayor unidad. Es la ley de la Creación.
¿Cómo vive Jesús el hecho del encuentro interreligioso?
Jesús nos envía a proclamar la Buena Nueva. Dios nos ama a todos, sin excepción y no sólo a la Iglesia. La Buena Nueva es ese amor universal y eso lo están viviendo también los budistas, los hinduistas, etc.
El documento del Concilio Vaticano II, “Nostra Aetate”, dice que tenemos, no sólo que reconocer, sino que también promover los bienes espirituales y morales de otras religiones. Por supuesto, habremos de mantenernos alertas cuando sea preciso señalar aquello que no se corresponda con la Buena Nueva, sea quien sea quien lo haga. No con una actitud de superioridad, sino buscando la verdad. Haciendo una crítica honesta, nunca fácil, y promoviendo la verdad.
¿No hay por lo tanto problema alguno para reconocer la verdad que mora en otras tradiciones?
No, no lo hay. Incluso diría que a veces hay más de verdad en las otras tradiciones que en la nuestra. Por ejemplo, en el transcurso del Concilio Vaticano II pudimos percibir que otras confesiones cristianas, no católicas, estaban más cerca del mensaje evangélico que la nuestra. También los protestantes se dieron cuenta de que en algunos temas estaban demasiado apegados a la palabra y poco al misterio, al sacramento. Se percataron de que eran deficientes en algunos aspectos.
Los protestantes reconocieron igualmente que habían perdido la tradición mística y que ello les había generado un importante vacío. Hay cierta complementariedad entre diferentes, también con otras religiones. Vuelvo a lo de antes: la unidad se conforma desde la complementariedad.
¿Hemos avanzado en el progreso hacia ese ideal de unidad en la diversidad?
Bueno, un poco sí. Vamos avanzando con algunos pasos adelante y otros para atrás. No ocultamos que a veces nos entra miedo y reculamos, pero en general vamos progresando. Por ejemplo, en el Concilio Vaticano II se planteaba el diálogo no sólo con las otras religiones, sino con la sociedad, con el mundo moderno, con el ámbito no religioso. Evidentemente ello provoca algunos temores.
Jesús marchó al encuentro con el otro, con los marginados y pecadores… y lo mataron. También a Gandhi lo asesinaron, porque siendo hindú, buscaba el diálogo con los musulmanes y con los cristianos. Pero hay otro tipo de “muerte” en el diálogo interreligioso: es la muerte a uno mismo. En el proceso de diálogo tenemos que ceder, tenemos que abandonar algo que nos es querido.
¿Ha tenido usted su propia experiencia de “muerte”? ¿Qué ha tenido que dejar en el camino?
Evidentemente, he tenido muchas muertes. He tenido que practicar muchos desapegos. He tenido que abandonar muchas certezas, muchas seguridades, muchas verdades que ya no son tan seguras. Por ejemplo, en cuanto que religioso que pertenece a una comunidad con cientos de años de historia, para vivir en el mundo moderno, he debido dejar algunas cosas atrás. Eso no es fácil, dado el gran peso de la tradición.
Por otro lado, vas dejando tus amigos o tu familia detrás, porque no entienden lo que haces.
¿Y en tu congregación, entienden tu opción?
Sí. Me llaman “swami” amistosamente, pero me apoyan. No me ponen objeciones para vivir así. Estoy en el consejo de carmelitas australianos, fui provincial. No tengo problemas.
¿Cómo viviste el cambio de ser provincial a abrazar una vida mucho más sencilla?
Bien, es parte de la vida. Todos lo hacemos en algún momento. Subes y bajas. La vida cambia. Hay algo de abandono, de duelo en ello. Mueres a algo cuando has estado viajando mucho, representando a Australia en el mundo y lo dejas todo. Sin embargo ello no representa un verdadero problema. Además, vivir aquí ha sido de gran ayuda para mí, tanto psicológica como espiritualmente. No echo en falta mi época de provincial, porque había mucho trabajo duro que hacer.
¿Qué es lo que le anima a un monje carmelita a abrazar con tanta pasión el diálogo interreligioso?
A la temprana edad de 16 años me encontré con un libro titulado “Yoga cristiano”, escrito por un benedictino belga. Ello me llevó a interesarme por la India, especialmente por su espiritualidad, que estudié durante muchos años. A raíz de la lectura del libro, empecé a practicar yoga, incluso en el seminario. Ese fue, por así decirlo, mi primer paso hacia la práctica interreligiosa.
Por otro lado, Kathleen, la hermana dominicana que cofundó esta comunidad, fue a India por tres meses. Ella había estudiado a fondo el budismo Zen. En un momento le lancé la propuesta:“¿Por qué no fundamos una comunidad de meditación”. Efectivamente creamos un centro de meditación en Melbourne hace unos 15 años.
Un buen día nos reunimos con algunos amigos. Entre ellos había personas que enseñaban meditación. Decidimos fundar una comunidad de vida, además del centro de meditación. Así fue como surgió la idea de crear esta comunidad.
¿Cómo transcurrió el comienzo?
Comenzamos a vivir juntos, a recibir a gente que quería hacer un retiro. También practicábamos meditación y ofrecíamos un espacio para ello. Salimos a escuelas y colegios a hablar con la dirección de centros educativos para incluir la práctica de la meditación en la escuela, sobre todo en centros católicos.
La meditación se convirtió de esta forma en nuestra actividad medular, siempre abiertos a las aportaciones de las grandes religiones y las tradiciones de sabiduría. Por ello pusimos el nombre de Sancta Sophia (Santa Sabiduría) a nuestra comunidad. Consideramos a Jesús como el gran maestro de sabiduría, pero estamos abiertos también a las otras fuentes de conocimiento, al diálogo con otras tradiciones.
¿Cuáles han sido los momentos más intensos que habéis vivido aquí, en la comunidad, desde el punto de vista interreligioso?
Todo el tiempo ha sido intenso aquí (risas). Bueno, recuerdo por ejemplo, cuando vino un monje budista y nos enseñó meditación budista, con una visión muy profunda que nos impactó a todos. También es digna de mención la presencia de otra monja budista que practica y enseña el camino del Zen, con una aportación considerable como mujer.
Por otro lado, vivimos un momento intenso hace un par de años, en un viaje por India. Aquella gira formaba parte de una serie de peregrinaciones que realizamos a lugares sagrados. Estuvimos en el norte, visitando algunos ashrams. El contacto también con los sadhus fue una experiencia vital impactante.
¿Y cómo se entronca toda esa labor con su tradición católica?
Es preciso subrayar que este trabajo interreligioso lo hacemos, desde el punto de vista teológico, en absoluta sintonía con el espíritu del Vaticano II. Como apuntaba antes, en el documento “Nostra Aetate” se recoge lo que los obispos reunidos en el Concilio acordaron respecto a la relación con otras religiones. Ese documento es para nosotros como la carta fundacional de nuestra comunidad, a pesar de que a veces cae en el olvido de mucha gente, ya que se publicó hace mucho tiempo, concretamente en el año 1965. La frase aludida reza así: “En cumplimiento de su misión de fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos, (la Iglesia) considera ante todo, aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad”.
Creo que eso es muy importante. Más adelante nos encontramos con otro punto a destacar: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres”.
Por último añade:
“Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen”.
Es muy importante, por tanto, reconocer lo que en las demás tradiciones hay de verdadero y santo y no sólo reconocer, sino promover sus bienes espirituales y morales.
¿El Concilio Vaticano II es por lo tanto de suma importancia para vosotros?
Efectivamente. Por ejemplo, una de las cosas que descubrí al investigar sobre este documento, fue que los obispos reunidos, a la hora de votar, tuvieron un alto grado de acuerdo. Concretamente, al votar la parte en la que se hablaba de no repudiar a los judíos, de los 2.080 obispos reunidos, 1.821 votaron a favor de esta declaración, 245 en contra y 14 en blanco. Eso significa que se obtuvo el apoyo de la gran mayoría de los padres allí reunidos.
En el año 1965 ya se decían cosas del tipo: “Tenemos que buscar y promover lo que nos une, para que ello nos conduzca a la mutua solidaridad.” Más tarde, Juan Pablo II también concedió mucha importancia al diálogo interreligioso, llegando a decir que el diálogo es la base del cristianismo.
¿Tu condición de carmelita te anima en esta predisposición al diálogo con otros credos?
Efectivamente, una parte muy importante de nuestra espiritualidad es la creación de comunidad y no sólo de la comunidad local, sino de la comunidad mundial. Tenemos que impulsar la creación de comunidad entre todas las personas del mundo.
También en el cristianismo se trata de eso. Jesús buscó a los “de fuera”, los incluyó “dentro” creando comunidad. Ésta integraba a todos: enfermos, leprosos, gentiles, pecadores…, en definitiva a todos aquellos a quienes se marginaba. Esa es la visión cristiana, incluir a todos, a los creyentes y no creyentes, todos en una sola comunidad para reconstruir la gran comunidad.
¿Y cómo ve todo esto la jerarquía católica?
Bien. Por ejemplo, en Roma tenemos el Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, creado hace más de 40 años. Aquí en el Parlamento de las Religiones del Mundo, en Melbourne, estuvieron presentes dos obispos que hablaron sobre el trabajo que se desarrolla en este ámbito. En esta ciudad tenemos una comisión de ecumenismo y diálogo interreligioso, un órgano permanente, con un secretario trabajando a tiempo completo en diversas actividades multirreligiosas. Todo ello está bien visto por parte de la Jerarquía. Colaboramos desde distintos estamentos para que las cosas vayan correctamente.
De hecho, recientemente se ha abierto otro centro parecido a éste en Melbourne, como respuesta a la creciente demanda de espacios abiertos. Por otro lado, nosotros somos miembros de una fundación “East-West Meditation Foundation”, creada hace 15 años, con el objetivo de promover la meditación. En ese ámbito está también muy vivo el diálogo interreligioso.
Koldo Aldai
5 de Febrero de 2010