La ciencia de los mudras, de los gestos de las manos, nos indica que todos ellos llevan implícitos una fuerte intencionalidad. El puño en alto tiene una innegable carga de confrontación, y sin embargo mucho abuso y atropello social y laboral, que en su día levantaran ese puño airado, ya quedaron atrás.
Ya muchos soles, muchas lunas bebieron nuestra ira. Acompañemos los tiempos. Muchos derechos se hicieron ya realidades. Ese “mañana” suspirado en buena medida ya se ha instaurado. El problema no es la lucha de clases del pasado, sino el quedarnos hoy aquí, aún batiéndonos en un escenario en buena medida ficticio. El problema es la nostalgia pesada del ayer, el puño ahí arriba congelado, amenazando no se sabe bien ni a qué, ni a dónde…
Es difícil levantar el puño y mantener el corazón abierto. Si nos quedamos clavados en las batallas de ayer, no podremos visionar los retos del mañana. Los puños en alto tuvieron su tiempo, sus escenarios. Entre grases lacrimógenos, detrás de las barricadas, se levantaban con resorte. No renegamos del ayer, pero no podemos quedarnos parados en medio de la historia. Bajemos los puños y honremos la memoria de quienes en su día con mayor razón los levantaron, los que dieron su vida por la justicia y la dignidad humana, los que se entregaron generosamente a la construcción de una alianza entre todos los oprimidos.
Atendemos al reto personal y colectivo de abrir la mano, de superar el paradigma de la confrontación que tanto dolor nos ha traído. Uno no olvida la propia ira amenazante que mantuvo sus dientes apretados y el puño bien cerrado. Prolongar la trinchera es un error. Podemos hundirnos en ellas, si no las abandonamos a tiempo.
Pasó el tiempo de tirar y demoler. Ante tan interpelante agenda colectiva, ante tantos desafíos planetarios en el arranque del milenio ya no hay lujos de puños cerrados. El mundo necesita manos abiertas para construir. Bajemos los puños, que hay mucho que compartir y colaborar, que los grandes problemas del armamentismo, del hambre y las epidemias, del analfabetismo, de la polución del aire y la devastación de la tierra…, sólo los atajaremos si nos unimos quienes ayer confrontábamos. Aún hay mucha injusticia en el mundo, cruel explotación sobre todo trasladada a las clases campesinas y obreras del llamado Tercer Mundo; pero no ganaremos a los que aún atesoran impúdicos beneficios o mantienen salvajes injusticias con los puños en alto, sino con amplios apoyos, con sólidos, firmes y serenos argumentos en Internet, en los medios de comunicación, en la calle.
El odio detiene la historia. El rencor siempre retorna a uno mismo, mientras el amor puede comportar también la denuncia de lo injusto. Ayer tocaba puño, ¿y si hoy tocara ancho abrazo, no necesariamente físico, sino interno? ¿Y si la vida demandara esfuerzo para que nada, ni nadie se quedara fuera del abrazo, ni siquiera el ignorante que por puro y necio egoísmo daña a la tierra, a los animales, a sus hermanos? Él puede ser el más necesitado de ese abrazo de adentro. ¿Y si levantáramos los puños contra nosotros mismos y nuestra dificultad de amar más generosamente?
“Agrupémonos todos en la lucha final…” Ahora sí que es la apuesta definitiva, la que frenará el cambio climático, la que asegurará la vida, la belleza, la paz sobre la tierra; la que garantizará los ríos puros y los campos sin química, ni venenos, las ciudades habitables y la relación amable entre los humanos. Ahora sí es la apuesta definitiva por construir un mundo más justo, creativo, alegre y solidario. Bajemos los puños y agrupémonos todos…
El puño se levantaba en la noche de las minas y fábricas inhumanas, en el tiempo de las jornadas de 18 horas, o entre los gases lacrimógenos tras la carga de los “grises”… El aire era limpio en Rodiezmo. No había gases el domingo del mitin en el pueblo leonés. Quizás las jóvenes ministras no debieran levantar el puño. Primero han de atravesar la noche y ya clarea el alba.
Koldo Aldai
Fundación Ananta