Tras dos hermosos días viajando y durmiendo en coche por bosques encantados y magias de hace tiempo, terminamos la noche de ayer en el cine viendo de nuevo una película de avatares. Al parecer, de forma conciente o inconciente, el mundo está necesitado de un avatar, de un mesías milenarista que aporte algo de luz, esperanza o ilusión a una humanidad cansada y marchita. Y no hay mayor avatar que coger las riendas de nuestras vidas con cierta emoción y responsabilidad y servir, allí donde estemos, de la mejor forma que sepamos. La humanidad adulta deberá humildemente aceptar que no hay mayor salvación que la de salvarnos a nosotros mismos. No hay mayor salvación que la de ser personas sencillas, humildes, invisibles, sensatos y con ganas de vivir en paz, felicidad y armonía. Por eso estos días solo he deseado beber agua, comer algo, abrazar a la persona que quieres y mirar el universo entero desde la ventana de un coche cargado de promesas y esperanzas. Esperanzas que deberán aguardar a que B. vuelva de Suecia, ya que mañana se marcha diez días mientras que este peregrino regresa a las tierras del sur.