Tenemos todavía en los cines la última película de Michael Moore, “Capitalismo: una historia de amor”, que versa sobre el rescate del sector financiero de octubre de 2008, sobre los excesos del capitalismo en su dimensión más primaria y sobre la “historia de amor” construida entre la sociedad americana y el sistema capitalista..

Estados Unidos cuenta con 308 millones de habitantes, de los que se estima que aproximadamente 45 millones viven por debajo del nivel de pobreza y no disponen de ningún tipo de seguro de enfermedad. Para muchos sigue siendo la tierra de la oportunidad, de la igualdad. Para otros en cambio la antigua aristocracia hereditaria contra la que combatieron los padres de la República ha sido vilmente sustituida por otra aristocracia aún más oscura: la del mercado y el dinero, cuyo poder de influencia (“el dinero todo lo compra”) es brutal.

La película tiene sus exageraciones, pero llega al fondo en algunos temas, investiga más allá de lo políticamente correcto y pone en la mesa mentiras muy incómodas. Retrata con crudeza ese capitalismo extremo que a pesar de haber reducido los salarios reales muy sensiblemente en los últimos 30 años, habla todavía del sueño americano, que para esos 45 millones de personas es en realidad la pesadilla americana. En cierta forma Moore derrumba el mito de la igualdad de oportunidades existentes en la sociedad estadounidense, donde cada vez más los pobres nacen y mueren pobres, sin capacidad real de subir en una escala social despiadada. Desde 1980, las diferencias entre pobres y ricos han continuado aumentando de forma exponencial.

La película llama la atención sobre la existencia de un segmento importante de la población marginado y al punto de la rebelión. Los barrios abandonados, vacíos, derrumbados, se pregunta el narrador (Moore), ¿son los nuestros o son del tercer mundo? En su notable libro “El mundo en el que estamos” (2003), Will Hutton, en su día editor del Observer londinense, escribió que “la desigualdad es el hecho más brutal de la vida americana” y que “el lujo y la miseria de los dos modelos de vida (el de los ricos y el de los pobres) representa una escala de diferencia en oportunidades y en recursos casi medieval en su dimensión”. Las imágenes y comentarios de Moore abundan en la tesis de Hutton: efectivamente, son diferencias casi medievales las que separan a los ricos de los pobres.

Moore explora in situ el secuestro del Congreso por el poder financiero y mediático. Elabora con su peculiar (y eficaz) estilo sobre dos secuestros recientes, en ambos casos aderezados por el miedo: el visto bueno a la invasión de Irak en 2003, y el visto bueno a la aprobación del plan de rescate financiero en su segunda versión en octubre de 2008. En ese maremagnum de tensión y presión entresaca algunas voces rebeldes, como las de Dennis Kucinich, Marcy Kaptur y Elijah Cummings, senadores y congresistas que denuncian el estado de cosas con una claridad apabullante.

La narrativa de Moore duele por lo que podría haber sido y por lo que es. Desnuda a un sistema cuyas élites han olvidado el significado de la decencia. Desnuda a un sistema que se orienta hacia la plutocracia, en la que una parte muy pequeña de la población (los millonarios) marca la agenda. El film no trata de la otra América, la de los derechos civiles, la de la solidaridad, la del trabajo duro de cada día, la de los ideales, la del enorme talento que es capaz de liberar la creatividad y nobleza del ser humano. No habla de la América de la investigación y de las universidades, la del logro empresarial que vemos en Apple, Google y Microsoft, la América que tendemos a idealizar con Roosevelt y otros padres de la patria. Pero aunque no habla de ella, esa América del progreso está de un modo u otro presente en el contraste entre las miradas perdidas de los desposeídos y las miradas altivas de los poderosos. Trata por ello este film del cáncer que corroe a América y al mundo: el del amor por el dinero al coste que sea.

“Capitalismo: una historia de amor” recoge tres opiniones de religiosos sobre la bondad o maldad del sistema capitalista tal como se vive hoy en Estados Unidos, una de ellas del arzobispo de Chicago. Las tres son muy directas, no se andan con rodeos, y tienen el mismo denominador común: el sistema capitalista en su expresión actual, concluyen, alberga el mal. Hay algo profundamente equivocado en todo ello, en esta corrupción, en esta avidez, en esta búsqueda por enriquecerse al coste que sea, en esta red de influencias y de mentiras, coinciden estas tres voces. Por ello, el sistema, tal como lo conocemos ahora, tendrá que desaparecer, es más, su desaparición es necesaria (nos dicen).“Jesús no participaría de todo esto”, refiere el obispo con expresión triste.

La película de Moore no propone eliminar el capitalismo, simplemente humanizarlo, para considerar que junto a la creación de riqueza, el ser humano debe desarrollar mecanismos de solidaridad y de comunidad que son compatibles con la búsqueda del beneficio propio de un sistema de mercado. Utiliza Moore los ejemplos de Alemania y Japón (precisamente propiciados por el Plan Marshall), países en los que los sindicatos tienen más fuerza y donde la cobertura social es muy superior a la de Estados Unidos. Ese es el ejemplo, señala Moore. La tesis de fondo es que el modelo europeo no sólo está generando mayor estabilidad social, sino que lo está haciendo con una estrategia de inversión a largo plazo que permite mayores aumentos de productividad que en Estados Unidos, y ello sin desvirtuar en lo esencial el modelo de economía de mercado, al que Europa ha añadido un componente humanista que permite que, en su conjunto, la Unión Europea se encuentre construyendo un sistema económico y social más justo, y por ello más sostenible a largo plazo.

“Capitalismo…” recibe con los brazos abiertos al Presidente Obama, tal como hizo el mundo en ese hermoso 4 de noviembre de 2008 (véanse los hermosos rostros de estas mujeres llorando en esa noche mágica, yo también lloré de emoción, estuve en comunión con esas mujeres, con esas manos callosas, con esos ojos que brillan como pidiendo al universo una nueva oportunidad, con esos corazones limpios de la humanidad necesitada). Pero es cierto que se esperaban milagros de Obama y los milagros no llegan, intuye ya la narración. Y añadimos nosotros: el presupuesto de defensa de 2011 asciende a 708.000 millones de dólares, el 4,7% del PIB, es esa espiral que no cesa y que hace unos días denunciábamos; Guantánamo sigue abierto; la reforma de la cobertura sanitaria está atascada; la guerra en Afganistán es cada vez mas cuestionable; no hay visos de un debate sobre la pena de muerte; Massachussets ha emitido un sonoro “NO”. Hace falta un nuevo contrato, un new deal, pero la oposición es férrea y hasta el propio Presidente de Estados Unidos parece un corcho en medio del mar embravecido… Muchos quisieran ver ese corcho hundido. Yo todavía albergo esperanzas.

Moore pide al espectador compromiso y denuncia, es una petición casi solemne. Y es que el momento lo exige. La moral anda baja. ¿Dónde está ese camino de en medio que hemos de encontrar para crear un orden mundial benigno, un mundo en paz, donde haya oportunidades para todos, incluidos esos 45 millones de americanos? Dice Hutton que la construcción de ese orden mundial benigno necesita de una América liberal y emprendedora, y de una Unión Europea segura de sus valores. También Europa parece hoy desconcertada, aunque hemos avanzado más que América en temas clave. ¿Podría Europa ayudar a Estados Unidos con su experiencia, o realmente como quieren los neoconservadores americanos Europa es Venus y Estados Unidos es Marte? “Capitalismo…” llega así en buen momento, porque los desposeídos están ya a la puerta del imperio. Hay que seguir cuestionando, pensando en nuevas fórmulas, por radicales que parezcan algunas. Hay que romper moldes de pensamiento, es necesario reinventar ciertas cosas. Vuelvo atrás unos días: ¿Podrían liberarse 300.000 millones de dólares del presupuesto de defensa americano sin menoscabo de la fuerza militar de Estados Unidos? Probablemente si, seguiría siendo el ejército más poderosos del planeta y de la historia. ¿Qué ocurriría si se empezara liberando sólo el 10%, 70.000 millones? ¿Es posible pensar en estos términos? Los 45 millones de personas en el umbral de pobreza tendrían entonces una oportunidad, que el mercado nunca les dará.

Joaquín Tamames
16 de febrero de 2010

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