He pasado cuatro días fuera de circulación por una fuerte gripe. Las jornadas han pasado en silencio, en la calma del hogar, mientras los demás salían y volvían de las obligaciones cotidianas. Es siempre una sensación extraña, un tanto irreal, que recuerda a cuando de chicos no íbamos al colegio por estar malos y nos quedábamos en la cama medio atontados sintiendo como el sol se colaba por la ventana de la habitación callada…

La causa de la gripe, creo, ha sido una bajada de defensas derivada de una discusión un tanto absurda con una persona querida. Yo estuve peor en la discusión y enseguida noté cómo perdí mi centro y cómo, perdido el centro, se produjo un debilitamiento del sistema inmunitario. Producido ese debilitamiento, la casa está más desprotegida a las hordas de virus que pululan por ahí. Pasada una semana del incidente me encontré de repente con fiebre de 39. No me fue extraño descubrir el origen.

Mario Conde viene hablando repetidamente de la relación entre las emociones negativas y la enfermedad, causalidad en la que yo creo plenamente. Según esta relación, las emociones traumáticas que nos creamos o que nos imponen terceros son generadoras de enfermedades, existe una relación de causa-efecto. Una parte creciente de la medicina de vanguardia también lo entiende así y algunas personas, como el Dr. Jorge Carvajal, vienen en afirmar el viejo principio teosófico de que la persona que está en contacto con su alma es una persona en la que no puede entrar la enfermedad, y en la que consecuentemente la salud es el estado natural. Esta relación está también implícita en los grandes textos de la espiritualidad, desde el Bhagavad Gita a los Evangelios de Jesús.

Estar en contacto con el alma significa estar en conexión con el ser, con el centro. Ese es el estado que se pretende desarrollar con la meditación, al menos en mi concepción. No es un estado puntual al comienzo del día (que también lo es), sino que es algo que poco a poco se va extendiendo para dominar todo el día, va siendo parte del torrente sanguíneo, que diría Mario. Desde ese estado de alineamiento de la personalidad-ego con el alma-ser surgen la armonía, la ecuanimidad, la fortaleza, la energía primigenia. Desde este estado de conexión somos seres plenos. Desde ese estado, como digo, es muy difícil caer enfermo.

Cuando no estamos conectados con el alma somos veletas al viento, corchos en el mar. Vamos de aquí para allá, zarandeados por los vientos y las mareas de la vida, sin punto al que asirnos, desprovistos de norte y también de capacidad para encontrar ese norte. Y en este estado, toda ruptura emocional abre una vía de grandes dimensiones por la que podemos ser invadidos.

Vuelvo a mi gripe. Percibo claramente la fisura energética que me produjo la discusión irracional y tosca con una persona: esa no es la causa de la gripe (el virus tiene su vida propia), pero es la vía que yo he abierto al virus para que entre, para que se instale en mi, por lo que sí hay causalidad. Después ha habido su pequeña batalla en forma de fiebre, mi sistema inmune peleando contra el invasor, pero el invasor ya había entrado.

La aplicación práctica de la ley de la causa y efecto al mundo de la medicina es revolucionaria. La mayoría de nuestras enfermedades (efecto visible) se produce por conflictos emocionales con nosotros mismos o con terceros (causa no visible o no valorada). Es claro que si elimináramos la causa, no se produciría el efecto. La medicina hoy por hoy mira casi siempre solo al efecto, de ahí la cultura del “pastillazo” o la del médico que receta sin siquiera mirar a los ojos, basándose en el protocolo y en la analítica que le pasa otra unidad (es el médico-robot). Se infiere de esta causalidad que las personas que viven en armonía, sin conflicto, tienen en principio mayores posibilidades de vivir en salud. Se infiere también que una sociedad como la actual, en la que el conflicto (incluso el gratuito) surge y crece por doquier es un sociedad en la que la enfermedad será un elemento permanente, con un coste y sufrimiento brutales. Se infiere, finalmente, la responsabilidad kármica de los que con sus actos y abusos afectan emocionalmente a otras personas, debilitando de tal forma su sistema inmunológico que la enfermedad encuentra una vía propicia para su entrada y desarrollo.

Vivir en armonía no significa vivir sin tensión, al contrario, significa vivir con la tensión justa, que es la del arco. La tensión es necesaria para el progreso y para el adecuado caminar en el camino de regreso.

La ley de la causa y efecto, la ley del karma, tiene buena recogida en el acervo popular, también aquí: “Quien siembra vientos recoge tempestades; de aquellos polvos, estos lodos; a todo cerdo le llega su San Martín”. La consciencia del encadenamiento de las causas y sus efectos es muy importante, es quizás la ley esencial. En Oriente se vincula a la reencarnación. Dice Aïvanhov al respecto: “se recoge lo que se siembra. Si estudiamos en detalle esta ley fundamental, si ampliamos su significado, se convierte en un sistema rico y profundo. ¿Y la reencarnación? La reencarnación no es más que una aplicación de esta ley: según la forma en que viváis esta reencarnación, preparáis la próxima. En cada instante, con vuestro trabajo interior, construís vuestro futuro”.

Asistimos a un crecimiento exponencial de las enfermedades. No soy científico y no puedo probar nada, pero intuyo que el componente emocional en la formación de estas enfermedades es decisivo. La agresividad de los unos con los otros provoca fisuras en los sistemas defensivos. Nos rompemos unos a otros las capas protectoras. Las emociones de la humanidad andan desbordadas, en parte debido al sobre tamaño que hemos dado a las propias emociones.

Hay mucha información disponible, pero la ignorancia campa a sus anchas. Nos destrozamos, consciente o inconscientemente. El ejemplo del tabaco, del alcohol, de las drogas, es apabullante, pero los humanos seguimos consumiendo tabaco, alcohol, drogas. El efecto de la violencia es apabullante y aún así insistimos en ser violentos.

Es tiempo de mirar a las causas, en todos los frentes, de mirar a los polvos, a los vientos… Es el único modo de entender realmente los lodos, las tempestades. Ello exige tomar las riendas de nuestras vidas, recuperar esa plenitud que nos permita andar erguidos, con confianza, rodeados de un aura de luz cuya misión es protegernos y alimentarnos. Los que antes lo logren antes podrán trascender la ignorancia y pasar a ser bodhisattvas, esos seres excepcionales que a punto de alcanzar la luz, dan su espalda a la luz y se adentran de nuevo en el mundo de los hombres para tenderles la mano y marcarles el camino.

Esa debe ser nuestra lucha.

12 de noviembre de 2009

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