Días intensos, días compartidos, días de emociones, de improvisación, de reencuentros, días de momentos. Todo empezó en la estación de tren. Allí un hombre mayor me pidió ayuda. Se la ofrecí. Tenía una enfermedad y no alcanzaba a llegar al lavabo. Le ayudé y le acompañé. Se llama Manolo. Todas las tardes, quizás también todas las mañanas, va a la estación a compartir historias y momentos. Allí había otros Manolos como él. Personas jubiladas que pronto, ante la alegría del hombre, se iban acercando para conversar. Manolo presumió de mi atención hacia él y empezó a contar cuando él una vez ayudó al “Bola”, una persona enferma que necesitaba trabajo en un momento delicado de su vida. El “Bola” murió al poco tiempo, pero a Manolo le quedó el buen sabor de poder haber ayudado a alguien. Me presentó a los demás jubilados del grupo a los que uno a uno le contó la historia de mi ayuda hasta el lavabo. “Veis como en el mundo hay hombres buenos”, decía a unos y a otros con cierta emoción. Ya terminada la historia del “Bola” apareció radiante A. Le presenté a mi nuevo amigo, el cual seguía dando las gracias mientras felicitaba a A. por su suerte. “Ya no quedan hombres así”… No contaría esta historia si no fuera por la amarga historia que había detrás. Pensando yo que todo hijo de vecino ayudaría a Manolo, al parecer el incivismo galopa campante por todas partes en voz de Manolo, que observa diariamente uno a uno todos los inquilinos y visitantes de la estación del AVE sin que no siempre encuentre a alguien que le acompañe hasta el lavabo cuando la enfermedad que padece lo requiere.

 

 

Así que con esta anécdota nos fuimos a La Montaña donde pasamos una hermosa y tranquila tarde y noche repasando fotos y recuerdos… Hasta cuatro veces cuatro se encarnó la emoción y el estruendo de la pasión generosa y compartida…

Al día siguiente fuimos a la finca de MC, a los Asientos. Pensábamos estar unas horas pero al final nos quedamos a cenar, a dormir, a desayunar, a comer, a… Fueron momentos agradables, divertidos. Pudimos visitar la almazara y beber el líquido verde recién prensado. También vimos los majestuosos ciervos de la finca que buceaban entre la neblina. Mientras hablábamos de lo divino y lo humano el caos aéreo se apoderaba de los cielos y el caos interno del país se regulaba a base de asaltos militares. La imagen, dantesca, nos sorprendió y me preguntaba qué pensaría Manolo, que andaría en la estación ajeno a todo, sobre lo que allí ocurría. Un país bananero en un delirio tropical.

Al día siguiente nos fuimos a Marbella por asuntos de trabajo de A. Escribo desde el hotel donde nos hemos alojado, en Puerto Banús. Todo parece calmo, con un calor inusual para estas fechas. Acabamos de conocer al niño Javier que juega con C. a las peonzas. C. explica con atención las proezas de la peonza cuando le aplica las piezas de aluminio. El tiempo transcurre rápido, todo se acaba. Pronto volveremos a La Montaña y luego de nuevo a la estación, donde Manolo, un día más, pedirá ayuda para ir al lavabo. Espero que hombres buenos le acompañen mientras duren sus días. Cuando lo hagan, serán hombres mejores. De eso se trata, de hacer de hombres buenos, hombres mejores, y de una sociedad buena, una sociedad mejor… Quizás el civismo se pueda aplicar en las pequeñas cosas, y a las grandes, y no haga falta dar golpes de efecto políticos ni militares para regularizar situaciones de injusticia. Quizás la construcción de la categoría humana se construya a base de pequeños gestos… Quizás el hombre nuevo soñado por filósofos y místicos se recupere a base de minúsculas acciones diarias.