Muy cerca de Madrid, subimos a la montaña, todavía de noche. Vamos callados, un poco soñolientos. Es sábado 17 de octubre.

Al llegar ya está amaneciendo y empezamos la subida por el camino forestal. Caminamos a distinto ritmo, y entre los tres se abren pequeñas distancias. Avanzamos en paralelo al río que baja de la montaña, con fuerza y ruido, con su rumor casi de mar que nos refresca y nos despierta. El aire está limpio y nuestros pulmones se llenan de jara, de pinos. La temperatura es de dos grados, pero enseguida entramos en calor según andamos con fuerza.

Tomamos el pequeño camino a la izquierda, entre pinos altos, que nos aleja del río, que poco a poco es solo un murmullo lejano. El sol entra ya por el bosque, y ilumina esto y aquello dando vida y matices a lo que antes parecía oscuro y sin forma. Los colores se suceden y es como si nos quisieran dar muchos mensajes cambiando la cara de todo cuanto vemos.

Vamos en silencio, cada uno con sus pensamientos, pero intuyo que nos acompañan otras criaturas que también van en silencio, arropándonos casi perceptiblemente. Son los seres invisibles del bosque que algunas personas pueden ver (las de corazón limpio). En este silencio nos sentimos en comunión y no hacen falta las palabras. Nos paramos los tres a la vez y permanecemos muy callados. ¡Qué maravilla!, comentamos con la mirada. Los ojos sonríen. Es un silencio tan completo que casi nos habla, interrumpido aquí y allá por algún ruido del bosque.

Desde el mirador de Las Canchas se ve muy bien Madrid, 50 kilómetros allá, un poco a la derecha. Está medio cubierto por nubes, pero se ven bien las cuatro torres y algunos otros edificios altos. Por encima de la ciudad hay una capa marrón de contaminación, bien visible desde aquí. ¿Cuánto de esa polución es el humo de los coches y cuánto nuestro pensar? La mirada se extiende más allá, e imagino el mar unos cientos de kilómetros hacia el oriente.

Ya estamos bajando, y nos sentimos livianos y fuertes. La naturaleza ha obrado en mi, pienso, y me encuentro en calma, en armonía, renovado. Me vienen a la mente las palabras de Borges que leí por primera vez en 1976, de chaval: “me sentí, por un momento indeterminado, percibidor abstracto del mundo: el vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mi… La tarde era íntima, infinita. El camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas… Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes”.

Volvemos a encontrarnos con el río, y el curso del agua que baja precipitadamente nos ensordece un poco. Nos dice Aïvanhov que la Creación nos habla. Y es verdad, pienso yo, que nos habla en el amanecer, en el anochecer, en el silencio; en el sonido del viento, en la algarabía de los pájaros, en el rumor del agua, de este agua que baja por aquí con nosotros. Nos habla permanentemente, a veces con mucha sutileza, nos saluda, nos hace señales… que no vemos porque estamos centrados en otros saludos, en otras señales (la mayoría de las veces en nuestros propios ruidos).

Pero, si, existe un mundo inmenso, maravilloso, al que también podemos acceder, y que llenará nuestro depósito de fuerza cada vez que entremos. Podemos elegir estar en ese mundo un minuto, una hora, o todo el día… Cuanto más lo frecuentemos, cuanto más permanezcamos en él, más entenderemos la relación entre nuestro espíritu y la materia en la que se manifiesta, en la que nos manifestamos. Aquí están sus palabras:

«Para que la Creación os hable, esté viva y llena de significado para vosotros, debéis aprender su idioma. Toda vuestra existencia debe dirigirse hacia este fin: entrar en comunicación con la naturaleza y sus habitantes. Habitantes, hay en todas partes: en el agua, el aire, la tierra, el fuego, las montañas, los árboles, el sol, las estrellas… ¡en todas partes! Y nos saludan, nos hacen señales. Pero, ¿quién los ve?

Y ¿quién ve asimismo que la naturaleza es una sustancia luminosa surcada por unos rayos de los que ningún idioma puede describir su belleza y sus colores?… Para que os acepten estos habitantes, para que os socorran y os sostengan, preparaos a entrar en este mundo inmenso con vuestra atención, vuestra comprensión y vuestro amor. Ya vivís en este mundo, camináis por él, pero todavía debéis abrirlo a vuestra conciencia, quitar el velo que os impide verlo”.

Ya estamos llegando abajo y veo que mis hijos siguen callados pero felices, con expresión cómplice. La mañana, la magia, la naturaleza, han obrado en nosotros. Hemos estado en comunión en esta mañana preciosa, una mañana cualquiera donde hemos estado atentos y desde esa atención hemos recibido los regalos de la vida.

Volvemos a casa muy agradecidos.

Joaquín Tamames
26 de octubre de 2009
(Gracias a Xana por la preciosa foto de los montes de Asturias)

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