Cada mañana, antes de emprender algo, recogeos un instante para introducir paz y armonía en vosotros y uníos al Creador, consagrándole la jornada que comienza por medio de la oración y la meditación.

El comienzo es lo esencial; es entonces cuando las nuevas fuerzas se desencadenan y se orientan. Para actuar correctamente se debe empezar por buscar la luz. Cuando aún es de noche no os lanzaís en la oscuridad a coger algún objeto o a comenzar un trabajo, sino que antes encendeís una lámpara para poder ver, y luego actuáis. Pues bien, para cualquier circunstancia de la vida necesitáis encender la luz primero, es decir, concentraros, recogeros para saber cómo actuar. Si no poseéis esa luz, ireís de un lado para otro, llamareís a muchas puertas y no hareís nada bueno.

Vuestra jornada se encaminará en la dirección que, por la mañana, le deis a vuestros pensamientos. Si permaneceís en una actitud alerta y vigilante, despejareís el camino; si no lo hacéis así, lo llenaréis con todo tipo de cosas inútiles o incluso nocivas. El discípulo de la Ciencia iniciática sabe cómo debe comenzar la jornada si quiere que resulte fructífera, plena de la gracia de Dios, para poder expandir esa gracia a su alrededor, a todas las criaturas. Sabe que, desde la mañana, debe albergar un pensamiento fundamental alrededor del cual gravitarán todos los demás a lo largo de la jornada.

Si cada día os fijáis una meta precisa, una orientación concreta, un ideal por alcanzar, todas vuestras actividades  se ordenarán poco a poco, se organizarán y contribuirán a la realización de ese ideal. Incluso cuando pensamientos y sentimientos extraños, negativos, intenten penetrar en vosotros, serán desviados y puestos al servicio del mundo divino; también a ellos les obligareís a ir en la dirección que vosotros mismos hayaís decidido tomar. Así pues, gracias al pensamiento fundamental que, ya por la mañana hayaís introducido en vuestra mente, en vuestro corazón, podreís inscribir esa jornada en el gran Libro de la Vida.

Y puesto que todo se inscribe, una vez hayáis vivido una espléndida jornada, una jornada de vida eterna, ésta no sólo quedará registrada y no morirá, sino que intentará arrastrar a todas las demás jornadas tras de sí para que se le parezcan. Tratad al menos de vivir bien una sola jornada, pues ésta influirá en las demás: tratará de convencerlas para que sean como ella, equilibradas, ordenadas, armoniosas.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86)