Hace unas semanas estuve en la India. Una mañana de domingo me doy un paseo por un pueblito de la montaña y enseguida me veo rodeado de niños que van a la fuente a llenar sus cubos de agua para los quehaceres domésticos. Los hay muy pequeños, desde dos años, y también mayores, ya adolescentes. Unos van descalzos, otros no, las niñas llenas de colores, caminando con esa elegancia tan especial con la que se mueven las mujeres en la India y que choca tanto la primera vez.

Algunos de esos niños y niñas, muchachos y muchachas, son muy bonitos. Yo les sonrío y enseguida me sonríen. Hacemos fotos y todos quieren posar para luego verse en la foto, entre risas. Hay elecciones dentro de unos días y una niñita lleva una bandera naranja (simboliza el hindusimo), blanca (simboliza el cristianismo) y verde (simboliza el islamismo), es la bandera de la India. Les hago un guiño. Me regalan sonrisas, risas y sobre todo sus preciosas poses para que la cámara recoja todos los colores y toda su belleza. Escucho sus risas, la algarabía. Me viene a la mente la frase de Saint Exúpery cuando, antes de la despedida del Principito, dice: “Hombrecito, hombrecito, …quiero oírte reír otra vez…”.

 

Estas niñas y estos niños me acompañan ahora cada día, intento que formen parte de mi torrente sanguíneo, como diría Mario. Se me nubla el ánimo, pienso en ellos. El día está triste, pienso en ellos. Las dificultades ya no me parecen tan dificultades. Percibo que lo que yo llamo dificultades para ellos son nimiedades. Sus risas, sus colores, su vivir, me acompañan. Son como un sol que me calienta. Me recuerdan otras risas y sonrisas que he visto en otros países, en otros niños y niñas, del tercer y del primer mundo, pero sobre todo del tercer mundo. Son la sal de la tierra. Estos niños, con su sonrisa me están dando un mensaje que dice: “vive con autenticidad, no te traiciones, no traiciones a los demás”.

Esa sonrisa me devuelve la esperanza en la Humanidad. Me susurra muy sutil al oído: “hay un nuevo mundo, pero debemos trabajar por ese mundo”. La sonrisa me manda un mensaje de lo simple que puede ser la vida si no la complicamos con tanto artificio. Aquí, en nuestras ciudades, en nuestros mundos (también en la India) los adultos andamos enfrascados en nuestras pasiones, en nuestras peleas, en nuestras luchas, y si no es la pistola utilizamos el abogado. Nos tiramos de los pelos unos a otros, nos hacemos daño, nos enfadamos, nos engañamos, nos juramos amor (con minúsculas), nos reconciliamos: resulta agotador. Los rostros, poco a poco, se nos van apagando: “es ley de vida”, “es el valle de lágrimas”, decimos para consolarnos, para explicar nuestra tristeza. Y bien que lloramos tras hacernos tanto daño.

Me vuelve esa sonrisa. Se me cuela bien dentro, y mis células se activan, todas ellas. Todas quieren sonreír, como la niña. Si mis células sonríen, yo también sonrío. De repente, me encuentro caminando por la calle, en Barcelona, en Madrid, en cualquier ciudad, y me llega esa sonrisa. Pienso: “hay tantos motivos para ser feliz y para dar las gracias”. Y mi interior se llena de alegría y de propósito. Y es una alegría que no requiere de grandes cosas, es muy callada, pero cuando me llega me siento flotando en el mundo, es como si tuviera alas.

He soñado que volaba. Movía las piernas como en una bicicleta y volaba a ocho o nueve metros del suelo. Veía los prados, los árboles, las casas, las personas, desde lo alto. Me ocurre con frecuencia. Quizás es un viaje verdadero, y en mi sueño voy de aquí para allá. Antes de dormirme pido a mis guías que me lleven allá donde yo pueda ayudar. Con frecuencia, estos niños vienen conmigo, y vamos de poblado en poblado, abrazando a otros niños. A veces tengo la sensación de que he trabajado mucho por la noche, muy lejos de casa, en tierras lejanas.

Me despierto muy temprano. El día promete ser espléndido, con sol y brisa, lleno de colores. Pero los periódicos y nosotros sólo hablaremos de deportes, de dineros, de sexo, de poder y de querellas, y de tristezas. Un gran desperdicio.

Alguien ha dejado una nota en mi bolsillo. No se si es real o no. Es la camisa que llevaba mientras pedaleaba en el aire, en el sueño. La nota tiene un fragmento de “las hojas del jardín de Morya”. Dice así:

“Purifica el sendero a través de la alegría
Mientras seas alumno, aprende a dominar la irritabilidad
Mis alumnos deben mirar benévolamente
Si no quieres permanecer como eres, contempla al bien
Como a través de un vidrio de aumento
Y aminora diez veces los signos del mal”.

Ya voy camino del trabajo, y voy rumiando la notita. Me hace bien rumiarla. Me hace entender el poder purificador de la sonrisa de esos niños. Me dice que contemple el bien con lentes de aumento… Tengo la mente en otro mundo. Es un mundo muy hermoso. Vive en mi interior y es real. Rebusco en el bolsillo. Hay una foto. Es la de esa sonrisa.

Joaquín Tamames
Fundación Ananta

{jcomments on}