Nos piden ser audaces, nos piden pensamientos puros. Pensamientos que limpien, que preparen el camino, que acojan. Pensamientos que sean refugio para la humanidad doliente en vez de azote para la humanidad doliente.
La humanidad que sufre insiste en el azote, sea de pensamiento o de acción. Pero nosotros podemos contrarrestarlo con nuestro trabajo, con ese perfeccionamiento incansable al que se nos llama. Algunos ya alcanzaron la cima de ese perfeccionamiento, y son guía y son luz.
Esa luz ya no nos abandona aunque muchas veces esté apagada. Se ha quedado bien adentro. Un día se enciende durante más tiempo. Poco a poco, con perseverancia, con humildad, con silencio, aprendemos a guardarla y cada vez más notamos un calor interior, incluso en el día más frío y gris. Nos esforzamos por mantenerla viva, aunque los vientos lleguen y la apaguen una vez, muchas veces. Pero del rescoldo surge de nuevo. Y poco a poco aprendemos a protegerla para que no lleguen los vientos de fuera a apagarla.
Hemos transitado siglos y siglos sobre esta tierra. Nos hemos matado con las manos, con las piedras, con las lanzas, espadas y flechas, con los fusiles y bayonetas, con las bombas. Inventos atroces todos ellos. Seguimos matándonos. También nos hemos abrazado, nos hemos buscado, nos hemos encontrado. Y también hemos trazado surcos y avenidas luminosas, con el esfuerzo de todos. Somos los mismos, una y otra vez, aunque ya no lo vemos, aunque no nos acordamos.
Nos matamos de verdad y figuradamente, sutilmente. Y cada vez que nos engañamos, que no estamos a la altura de nuestro potencial, nos matamos un poco más. Nos apagamos sin darnos cuenta pero nuestro aspecto exterior si da fe de esa falta de luz. Los enfados, las discusiones, las trifulcas, las peleas de barrio en las que participamos también nosotros, nos matan, nos oscurecen. Decía George Borges en un post que somos como un chimpancé enloquecido con una navaja de Albacete en la mano. Todos lo hemos sido en algún momento. Pero todos podemos dejar de serlo, ya para siempre.
He aquí, se nos dice, que nuestros pensamientos puros son escuchados, nos trascienden. Por eso nos reunimos a invocar, a meditar. Por eso trabajamos el campo de la consciencia grupal. Por eso, desde el silencio, podemos mandar pensamientos regeneradores y visualizar el dolor que nos rodea para llevar refugio y calor e intentar disolverlo como un azucarillo. Propongo, para empezar, media hora de trabajo en esta dirección cada día. Cada uno de nosotros, en el blog, media hora. Si somos 48 haciéndolo, será un día entero de pensamientos regeneradores, limpios, si somos 96 serán dos días…
Robemos espacio a lo estéril, a lo banal, a la pelea, para usar ese tiempo en lo elevado, en lo sublime, en lo sutil y en lo divino. Media hora al principio, luego una hora, luego dos horas. Aquí en este blog tenemos un potentísimo equipo de trabajo.
Caminamos así con ese estandarte del pensamiento puro y nos damos cuenta de que nuestro andar es noble y erguido, y que nuestra cara sonríe y que cada vez somos más los que van detrás del estandarte. Y, de repente, descubrimos que vamos cantando a pleno pulmón.
Encontramos joyas por doquier, aquí y allá. Cada día. Ayer, contemplando cielos majestuosos y abiertos, pude leer en el horizonte estas palabras del Jardín de Morya:
“Escuchamos con detenimiento los pensamientos puros.
Recibiréis el conocimiento y recorreréis el sendero puro,
Mas, cuidaos de la ira y de la duda.
Si vencéis, recibiréis la luz.
Si titubeáis, el torbellino oscurecerá vuestra alma.
Perfeccionaos, amigos míos, incansablemente.
No neguéis la Voz del Espíritu, suprimid sólo las voces terrenas.
Sed audaces –estoy con vosotros”
Esta mañana al despertar todavía me acompañaban, y por eso me he levantado liviano, esperanzado, con ganas de cantar y de caminar sin pausa por los bellos caminos de la tierra, cada vez más familiares.
(publicado originalmente en el blog de Mario Conde el 11 de diciembre de 2009)