Irán sigue adelante con su programa de desarrollo de energía nuclear para fines civiles. No sabemos si como preludio a la fabricación de la bomba o efectivamente solo para su utilización pacífica, tal como defienden sus autoridades.
La “comunidad internacional” ha señalado que dada su posible conversión a fines militares, la continuidad del programa nuclear iraní es inaceptable, y a propuesta de Estados Unidos ha impuesto un draconiano régimen de sanciones económicas, basado, como otros bloqueos previos, en una doble lógica: (1) forzar a Irán a dar su brazo a torcer, ante el daño económico que se le causa; (2) provocar que haya un golpe de estado por parte de los “reformistas”, con la esperanza (que no certeza) de que una vez en el poder cuestionarían el programa nuclear. El Gobierno de Estados Unidos no ha considerado otras posibilidades de actuación alternativas, entre ellas la iniciativa conjunta de Brasil y de Turquía de tutelar el programa nuclear iraní, que hubiera evitado el recurso a las sanciones. Es más, ha recibido estas iniciativas alternativas con enfado y disgusto no disimulados.
Es más que dudoso que el programa de sanciones alcance el objetivo previsto. No solo por la evidencia de que embargos de este tipo refuerzan más que debilitan al poder existente (los casos de Cuba, Corea del Norte e Irak son claros), sino también porque refuerzan el sentido del colectivo, que ante la amenaza exterior muestra una cohesión y fuerza inquebrantables, más aún en el caso de Irán, donde la cultura del martirio alcanzó su máximo apogeo en la guerra de 1980-88. (Irán, país atacado, no recibió ningún apoyo: la comunidad internacional se puso del lado de la potencia agresora, Irak). Además, el mayor perjudicado de las sanciones es siempre la población civil, a la que se carga con más penurias y sufrimiento de las que ya soporta. Y el régimen iraní, ante las irregularidades en las elecciones de 2009 y la consecuente y justificada protesta popular, ya ha respondido con una mayor represión aún mayor a cualquier movimiento liberalizador, por lo que la sociedad iraní sufre así doblemente.
Y este sufrimiento no es irrelevante a efectos geopolíticos. Recordemos que una de las tres razones invocadas por Bin Laden para justificar los ataques del 11-S fue precisamente los miles de niños iraquiés (hasta medio millón según Naciones Unidas) que murieron como consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Reino Unido entre la primera (1991) y la segunda (2003) guerras del Golfo (los otros dos motivos invocados fueron la presencia permanente de tropas “infieles” en Arabia Saudita y el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel en el trato a los palestinos). Medí Karroubi, candidato reformista presidencial a las elecciones de Irán en 2009 argumenta que estas sanciones son “un regalo para el régimen” (entrevista en The Guardian 12.08.2010). Estamos de acuerdo con esta apreciación.
Una corriente de opinión muy extendida da por descontado que según la lógica geopolítica imperante, es cuestión de meses que Israel intervenga militarmente tal como hizo en 1981 cuando destruyó la central nuclear de Osirak que estaba siendo construida por el Irak de Sadam Hussein (Irán también atacó esas instalaciones el 30 de septiembre de 1980, a los pocos días de ser invadida por Irak). La prensa israelí especula abiertamente con la posibilidad de dicha intervención militar. Por ejemplo, Haaretz, el respetado medio de información israelí, publicó a mediados de agosto un artículo sobre “cuál sería la reacción de la comunidad internacional el día después de la intervención” (http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/the-morning-after-the-attack-on-iran 1.307474). En otro reciente artículo en Haaretz, se atribuye una probabilidad del 50% a un ataque a las centrales nucleares de Natanz, Quom y Esfahan, y posiblemente al reactor de Bushehr, construido por Rusia. Estados Unidos ha declarado oficialmente que en relación con Irán, “todas las posibilidades están en la mesa” (implícitamente también la militar). Y, según estas fuentes que como decimos aparecen en la prensa diaria, Estados Unidos daría el visto bueno a la intervención de Israel aunque no colaborara directamente en el ataque (http://www.haaretz.com/blogs/focus-u-s-a/focus-u-s-a-will-israel-really-attack-iran-within-a-year-1.307211).
Esta intervención militar estaría también muy alineada con los intereses de los fabricantes de armamento y del importantísimo lobby que está detrás del comercio mundial de armas, especializado además de en la venta de armas en la “venta de miedo”. En este sentido, nos parece siempre oportuno recordar que John Keneth Galbraith, en su etapa de embajador de Estados Unidos en India, atribuyó la causa de la guerra de 1965 entre India y Pakistán a la venta por parte de Estados Unidos de aviones de combate a Pakistán. Y en este tema la responsabilidad de la mayoría de los países occidentales es altísima, pues son los que fabrican las armas más letales y sofisticadas. Y en definitiva los que compran las armas y permiten este estado de cosas, que se retroalimenta, son los gobiernos, precisamente con el dinero de los contribuyentes, creándose un círculo vicioso que resulta cada vez más evidente.
A mucha distancia del Golfo, Fidel Castro ha manifestado a sus embajadores convocados en La Habana su opinión del riesgo de un conflicto nuclear a propósito de la cuestión. El hecho de que Fidel Castro sea un dictador antidemocrático no debe distraernos de estas advertencias. Irán por su parte ha anunciado que no se echará atrás en su programa nuclear y que en la eventualidad de un ataque, responderá. Y la propia Liga Arabe acaba de pedir un programa de inspecciones internacionales sobre Israel, a la vez que exige a Estados Unidos que no ampare el secretismo en torno a la posesión de la bomba por Israel. La Unión Europea, lamentablemente, aparece como un actor secundario, a rebufo de lo que ordene Estados Unidos, sin iniciativas propias.
Recordemos que el programa nuclear iraní fue iniciado en los años setenta por el Sha de Persia con la aquiescencia y apoyo de la comunidad occidental en general y de Estados Unidos en particular (en aquella época Irán era un aliado contra la URSS). Este programa fue cancelado por el ayatolá Khomeini, que consideraba que las armas nucleares eran “un instrumento del diablo”. Y ha sido resucitado, aunque por ahora solo en su vertiente civil, tras la guerra Irak-Irán en la que occidente y el mundo árabe apoyaron en bloque a Irak (Arabia Saudita por importe de 25.000 millones de dólares de la época).
Irán por su parte ha contribuido a exacerbar al máximo la tensión en la zona con su repetida negación del derecho a existir del Estado de Israel y la negación por su presidente Ahmadinejad del Holocausto judío. Pero también Turquía (país miembro de la OTAN) niega rotundamente el genocidio y también Holocausto armenio (1,5 millones de personas masacradas en la primavera de 1915) perpetrado por el Imperio Otomano, antecesor de la actual Turquía, y sobre el que existen absolutas pruebas históricas. Y por su parte Israel, con su brutal tratamiento de las reivindicaciones palestinas y su negativa a cumplir la resolución 242 de Naciones Unidas respecto de los territorios ocupados, ha perdido la legitimidad moral que quizás tuvo en otros momentos. No es difícil por ello coincidir con Fidel Castro en que nos encontramos en un momento crítico.
Lamentablemente, la intervención militar es la opción más lógica desde el punto de vista del establecimiento militar que gobierna la mente y consecuentemente la política exterior de los países occidentales. Esa es la lógica que ha imperado tras el final de la II Guerra Mundial (“la última guerra justa”, en opinión de muchos); y que lamentablemente se ha forzado (y vendido) haya o no casus belli –en caso de no haberlo, inventándose con mentiras. Por citar tres ejemplos de mentiras relevantes: conflicto de Suez, 1956; incidente del Tonkin en Vietnam, 1964; armas de destrucción masiva en Irak, 2003. En qué medida la presidencia de Barack Obama puediera significar una inflexión, está todavía por ver. Hasta la fecha hay más palabras que hechos, aunque admitamos que todo cambio requiera tiempo. Y ojalá en lo que queda de su mandato se haga merecedor del premio Nobel de la Paz y no sea otro caso como el de otros políticos a los que se ha concedido esta noble distinción.
Irán es una nación antigua. Que pueda querer desarrollar armamento nuclear es perfectamente comprensible teniendo en cuenta su sufrimiento en la guerra 1980-88 iniciada por Irak. En esta guerra, Irak utilizó armas químicas contra el ejército iraní (gas mostaza y gas nervioso suministrados por Alemania), y recibió apoyo decisivo de la inteligencia estadounidense para localizar a las tropas a las que atacar con estas armas. En 1980 el mundo dio su apoyo a Sadam, al que se consideró el liberador de la “pesadilla” de la revolución iraní (muy parecido a como cuando Hitler invadió la URSS en 1941), e Irán estuvo solo. La experiencia del Irak de 2003 invadido basándose en mentiras también debe pesar en la psique iraní, sobre todo teniendo en cuenta el contraste con Corea del Norte, país “que se hace respetar” sobre la base de su capacidad nuclear. El hecho de que “aliados” de Estados Unidos sumamente inestables como Pakistán tengan la bomba es un factor adicional que pudiera llevar a Irán a considerar su posesión. Finalmente, la censurable política de intervención de Reino Unido y Estados Unidos en todo Oriente Medio en el siglo XX y en el XXI también son factores que avalan la desconfianza de Irán en torno a los verdaderos motivos de estas dos potencias. En este sentido, pensamos que es necesario leer el monumental trabajo “La gran guerra por la civilización”, de Robert Fisk (2006), cuyas 1.050 páginas en la versión original son un documentado, terrible y sensible recordatorio de la permanente injerencia de occidente en Oriente Medio, desde Argelia hasta Afganistán, originando dolor, miseria e injusticia, todo ello siempre revestido de las palabras “liberación”, “libertad”, “democracia” y “derechos humanos”.
La única opción justa para resolver el dilema sería la desnuclearización del planeta. Hoy cuentan con armas nucleares nueve naciones: cinco de ellas (Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia y China) son firmantes del tratado de no proliferación nuclear, en tanto que cuatro (Pakistán, India, Corea del Norte e Israel) no lo son. Israel ni siquiera ha reconocido que disponga de armamento nuclear, aunque se da por hecho. La desnuclearización del planeta requeriría pues poner de acuerdo a nueve naciones, algunas tremendamente recelosas de las otras. Requeriría una visión a largo plazo de la que no ha hecho gala ninguna potencia hasta la fecha. Pero es la única solución. Los obstáculos serían enormes, pero insistimos en que es la única solución de seguridad de largo plazo.
El mundo no debe permitirse más mentiras y más guerras, pues la guerra es el mayor fracaso humano. Desde sus despachos, los líderes políticos llevan el horror y la miseria al mundo. Llenan las ondas de discursos que leídos a posteriori producen indignación y vergüenza, tal es su falsedad y cinismo. Hay grandes intereses en promover las guerras, y las víctimas de las guerras son en primer lugar los débiles y desposeídos de las naciones más pobres. Estamos en un momento crítico de la crisis con Irán. La sociedad civil debe movilizarse. Los ciudadanos debemos exigir que nuestros gobiernos trabajen para desnuclearizar el planeta y eliminar las guerras. Basta ya de mentiras y de desolación. La farsa debe terminar.
Joaquín Roca y Joaquín Tamames, 18 de agosto de 2010