
Allí fue tentado por lo que en los relatos mitológicos se conoce como los “guardianes del umbral”, es decir, aquellas parcelas de nuestra vida psicológica que pretenden alejarnos de las ideas de renovación y progreso para mantenernos firmes en nuestras parcelas de seguridad. En el relato cristiano, esos guardianes nos pretenden alejar de la vida espiritual aludiendo figuras ancestrales como las serpientes o los demonios. Y es en la cuaresma donde cada cristiano, en completa comunión con su comunidad, pretende la conversión y el suplicio que supone vencer a sus propios demonios internos. Para ello, las técnicas de siempre: ayuno para controlar lo que los griegos llamaban el Soma –el cuerpo físico-. Oración y meditación para controlar y alinear la Psique, el cuerpo mental que nos acercará gracias a los actos de fe y adoración a Nous, el Espíritu esencial de todas las cosas. Así, la trilogía mística y espiritual de la vida cristiana tiene su recompensa en estos días de ayuno y abstinencias, de preparación interior, de silencio.
La solemnidad absoluta pasa por la purificación del corazón, purificación que permite acercarnos a Dios mediante la correcta gestión de su Misterio. Para eso, y como en cualquier rito que se precie, la purificación a de ser total y absoluta, de ahí que en el mundo cristiano la Cuaresma empiece con el Miércoles de Ceniza, realizando el gesto simbólico de colocación de ceniza en la frente de los fieles expresando con ello la necesidad de quemar todo aquel pasado impropio para alguien que ha de recibir la fiesta del Misterio. En algunos ritos mistéricos, esto se realiza con la redacción de un testamento simbólico el cual es quemado y sumido a cenizas para que el pasado muera con él. Polvo eres y en polvo te convertirás.
Y la cuaresma dura hasta el mismo día en el que Jesús entra triunfante a la ciudad de Jerusalén. Ese es el momento de aceptación de la comunidad al que penetrará en los misterios de la resurrección. Simbólicamente representa el momento del abandono de la cueva, desierto o lugar de reflexión y entrada como recipendiario a las pruebas previas a la muerte y resurrección, cuya culminación será con la ascensión a la Montaña espiritual.
El ánimo, el carácter y el temperamento de la comunidad cristiana en estos ritos ancestrales influirán o no en sus vidas dependiendo de la seriedad, la solemnidad y trascendencia a la hora de seguir dichas liturgias. El retorno a las tradiciones, desde la independencia del juicio que la era postmaterialista nos ofrece, puede resultar una fuente de verdadera inspiración y experiencia humana. La emancipación con respecto a las rígidas costumbres nos permite acercarnos de nuevo a ellas desde la humildad y la sencillez de contemplar unos hechos que han sobrevivido a modas y tiempos y que, gracias a la trascendencia del ritual, nos llega en nuestro tiempo como un regalo cultural y espiritual a tener en cuenta. Ese retorno, en sí mismo, es un momento de Cuaresma para la propia humanidad.