En mis tiempos de parvulitos, lo que se conoce ahora como “la guarde”, me enseñaron las partes básicas del cuerpo humano: cabeza, cara, brazos, manos, piernas, pies… dos ojos, una nariz, una boca, dos orejas… En cursos superiores aprendí con más detalle las funciones de esas partes y demás órganos interiores. Sin embargo, no recuerdo que alguna vez se nos explicara por qué tenemos, los seres humanos, dos ojos y dos orejas y solamente una boca, con una lengua: pues para ver y para oír el doble de lo que se habla.

El filósofo griego Zenón de Citio, antes de la era cristiana, ya sentenció: “Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para escuchar más y hablar menos”. ¡Lástima que no se nos enseñara el detalle! y, en consecuencia, hayamos invertido el uso de estos órganos, cosa nada conveniente para nuestro bienestar, felicidad y paz.

Hablar más de lo necesario, de lo humano y lo divino, en plan experto y en decibelios que perfora el tímpano de cualquiera, está llegando a niveles de “epidemia nacional”. No es necesario conocer, vía telediario, los resultados de los afamados estudios sociológicos al respecto, sino desde el salón o dormitorio de casa, en la oficina, centros comerciales y calle de a pie pueden oírse las voces, discusiones-greñas, radio-vecinos y estridencias varias del vecino de al lado, de los debates televisivos o del “nonaino” desempleado en su coche tuneado. Tenemos un ansia desmedida por hablar y hacer ruido y nadie quiere ser el que escuche. Se teme hacer una pausa para respirar no vaya a ser que el otro coja la vez. El silencio y la quietud no son populares.

En el fondo, todos, en cualquier etapa de la vida,  queremos comunicarnos y ser escuchados; sentir que lo que tenemos que decir es importante; apreciamos y agradecemos la atención, interés y respeto del interlocutor. Pero, ¿quién lo hace así? Los programas de televisión, muestra de la realidad social, se jactan de los altos índices de audiencia que consiguen en su cometido de entretener al espectador chillando, criticando, peleando, injuriando y vilipendiando más y mejor que  la competencia. Mientras tanto, la comunicación con la pareja, padres, hijos o colegas de trabajo es inexistente. Por eso, paradójicamente, cada día acudimos en masa a médicos y psicólogos para, en un ambiente acogedor y tranquilo, hablar y ser escuchados, sin críticas ni juicios, con respeto. Así decía D. Gregorio Marañón, que “el mejor instrumento del médico es la silla para escuchar”.

Cada persona tiene la libertad de elegir su actitud de vida, puede decidir en que quiere enfocar su atención, su interés, su energía. Cada uno elige sus palabras,  acciones y comportamientos, si reacciona impulsivamente o responde con conciencia. Es su “siembra” y es libre. Sin embargo “la cosecha” es obligatoria: tendrá en su experiencia vital lo correspondiente a sus pensamientos, palabras, enfoque, comportamientos y acciones.

Si el ser humano es la única especie que puede comunicarse: hablar y escuchar, hagamos uso de este privilegio de forma que contribuya a nuestro bien y felicidad y al de toda la humanidad.

Ana Novo, Autora del libro “Elige tu vida, ¡ahora!»