El otoño susurra que la gloria no perdura. Su naturaleza más callada nos indica que la vida es ritmo, secuencia, ciclo… A su manera, el poder debería también contemplar sus particulares otoños. Será preciso no apegarse a unos laureles, que a la postre también marchitan. El mandatario apura sus ocasiones, administra sus tiempos. Es difícil pedirle más verano, más gloria de lo que puede dar de sí, en función de sus circunstancias y sol propios.
A un obrero de la metalurgia del San Pablo no se le podía pedir más que el llegar al Palacio de Planalto y hacer un ingente esfuerzo por dignificar la vida de los últimos del Brasil. Lula ha cumplido sobradamente con su gran rol histórico. Otros habrán de tomar testigo e ir más lejos de lo que podía el tornero-presidente. Cada quien tiene un tramo, una misión concreta, no siempre prorrogable. El relevo que ha propuesto Lula con Dilma Rousseff goza de enorme apoyo popular, pero no colma los anhelos de amplios, dinámicos y muy comprometidos sectores alternativos.
El político tiene su razón de ser mientras sea capaz de motivar a la ciudadanía con progresivos logros colectivos. Conquistadas unas metas será preciso apuntar hacia otras más lejanas. Un gobernante, que ha cumplido correcta y honradamente su cometido específico, no siempre está en condiciones de acompañar a su nación hacia mayores avances. No ha sido poco lo que Lula ha hecho por su país. Lo ha lanzado a la escena internacional, lo ha modernizado, le ha dado juegos olímpicos… Hoy todos los ciudadanos comen tres veces al día, pero cada vez más brasileños inquietos piensan que ha llegado también el tiempo de empezar a cuestionar un modelo económico al que Lula se ha adherido por entero y que se manifiesta humana y ecológicamente insostenible. No en vano Lula creció a la vera de los altos hornos. Él se inclina por alentar ese fuego; fabricar y fabricar más, hasta que nadie pase privaciones.
El recorrido que no puede hacer Lula, ojalá lo pueda acometer en el futuro quien abrigue una visión más lejana, más sostenible, quien enarbole una bandera más verde. A cada quien su afán. Lo importante es que unos y otros, los de ayer y los de hoy, atiendan los retos de su momento. No corresponde quizás pedirle a Lula que salve una selva que le puede semejar lejana de su asfalto. Lula puso pan en las mesas vacías y voz a los que no tenían voz, pero la Tierra no tiene siquiera garganta para alzar su sentir… Es entonces cuando del corazón de la selva, del corazón del propio partido de Lula, nace la garganta de la Tierra, nace una esperanza fresca y renovada, por nombre Marina Silva. La antigua “seringueira” comanda ahora con arrojo, ternura y poesía el Partido Verde. Los extraordinarios resultados (19’7 % de los votos), que ha conseguido esta mujer de voluntad firme y discurso muy sentido, en las recientes elecciones generales, nos colman de esperanza. Desarrollo bien entendido es compatible con cuidado de la Tierra, clama esta activista valiente, de épica y sacrificada vida.
Lula y Marina pueden ser etapas en una misma línea de emancipación y liberación progresivas. Pueden ser complementarios, no necesariamente contrincantes, por mucho que sus partidos hayan debido competir en la misma liza electoral. Será preciso jugar con la perspectiva de tiempo, no con inmediatismos. Lo importante es el avance de la conciencia general, no los logros políticos a corto plazo. El tiempo juega a favor de quienes defienden la Tierra y las relaciones humanas justas y correctas, muy por encima del beneficio. Lo importante es la noción de herencia histórica de las conquistas colectivas, es sentir la necesidad de renovar y actualizar ese legado, de proyectarlo adecuadamente en el mañana. Es posible reconocer y agradecer el gigante papel cumplido por Lula, pero a la vez observar que en un futuro su modelo puede también necesitar relevo. No es desafección, es observancia evolutiva de la historia.
Tomamos en realidad a Brasil como gráfico ejemplo de progreso de conciencia, en tanto en cuanto ancho territorio verde, de anchos movimientos sociales, en el que se concitan muchas esperanzas. La realidad es demasiado cruda como para no pedir a los políticos que nos hagan soñar. Lula nos hizo soñar. Cuando el eterno candidato del Partido de los Trabajadores de Brasil alcanzó el poder en el 2003 con 52 millones de votos, un viento de ilusión azotó no sólo a su país, sino también a las gentes de progreso del mundo entero.
No es fácil determinar cuando un político deja de ser progreso y pasa a ser freno. En el caso de Lula, los sempiternos guiños a una Cuba sin libertades; el reciente comadreo con Ahmadineyad y su régimen oscuro, dictatorial y cruel; la construcción del submarino nuclear, cuando la sopa es aún escasa en la mesa de muchos brasileños; el poco celo con la defensa de la Amazonia; el abrazo de un desarrollismo a ultranza como atajo más corto contra la pobreza y el hambre…, lo han escorado algo al arcén de la historia.
Salvando las distancias, ¿será posible también trasladar algo de esta reflexión a nuestra Europa presente, a nuestro propio país? ¿Será posible el emerger de formaciones que comiencen a ofrecer, no sólo salidas a dilemas puntuales del momento, sino verdaderas alternativas al caduco modelo económico social, basado en el desarrollismo desnortado y el materialismo obsesivo? ¿Será posible el emerger de formaciones que no se limiten a atender a las demandas del consumismo delirante y poco responsable, a responder a los objetivos tan a ras de suelo de buena parte del electorado abducido por el tener y más tener, sino que sepan empujar la conciencia colectiva tras la conquista de más elevadas y solidarias metas? ¿Será posible el emerger de formaciones que presten su atención, no ya al fácil discurrir sobre el raíl civilizacional de días contados, sino al intento de giro en dirección de la defensa de la vida, el cuidado de la Madre Tierra y el establecimiento de correctas y justas relaciones humanas a todos los niveles…? Hay quienes se acercan, a galope de caballo (“Equo”), con ese noble cometido.
Koldo Aldai