Aún creemos que creamos. A lo sumo somos asistidos, sembrados… A lo sumo nos elevamos, nos disponemos, acogemos… A lo sumo somos bendecidos por la inspiración superior. Habremos de olvidar algún día las propiedades, pero sobre todo aquella que, con escaso acierto, denominamos “intelectual”.
La más bella melodía ya ha extasiado otros oídos, las pinceladas más diestras ya se deslizaron por otros y transparentes paños, el verso más exquisito ya vibró otros corazones… Los excelsos arquetipos de belleza están allí, sólo resta conquistarlos, ascender en nuestras octavas de pureza y genuino amor y servirnos. Al hacernos con ellos, erraremos si les colocamos nuestra autoría. Eso lo han sabido los verdaderos Maestros de todos los tiempos y geografías, siempre pujando por trabajar en el anonimato, desde la más desapegada intención, sin concesiones al ego, a la naturaleza orgullosa de la personalidad.
El poderoso, el omnipresente reclamo de los derechos de autor aquí en la tierra, podría atenuarse en aras del reconocimiento de la verdadera Autoría de cuanto bello palpita. La genuina Sociedad General de Autores permanece aún en el más sobrio anonimato, aguardando poder manifestarse en un futuro a la luz del día.
Recreamos en la tierra, lo que ya obra en los planos superiores, sin embargo siempre la firma persiguiendo todo lo que creemos haber engendrado, sin embargo aún las barreras que frenan la difusión de la nota, el verso, las letras, la pintura… que elevan y liberan. Arriba, Quienes nunca firman, ni revelan autoría, se ríen un poco con todo este circo de los derechos de autor. Arriba todo es común, la exploración, los descubrimientos, el disfrute… “¿Sabrán Vds. trabajar a favor de la humanidad al igual que nosotros, detrás del velo, sin concesión alguna a su vanidad…?”, susurran, mientras que el mundo se pelea por las migajas de un copyright, cuanto menos cuestionable.
Podemos empezar a soñar, a esbozar espacios en los que nada tenga precio, en los que se distribuyan los bienes en función de las necesidades. Podemos empezar ya a caminar hacia los nuevos patrones de fraternidad humana. Nada nos pertenece y lo que administramos debiera ir dirigido al beneficio de la comunidad. Sólo somos mensajeros de la palabra, la música, la pintura… que ennoblece, que catapulta a las esferas de inefable belleza y paz, sólo heraldos meritando y disfrutando hoy de unos medios de difusión asombrosos, rápidos, eficaces, económicos…
El ciberespacio anuncia ya un trasiego de ciencia, cultura y arte, al que no será posible poner barrera. La tecnología ha corrido más que la conciencia. La era digital que socializa, que universaliza contenidos, ha ido más lejos que la mentalidad de un ser humano, aún receloso de compartir. Sí, todos tenemos que comer. Cierto que las gentes de la ciencia, el arte y la cultura aún no pueden prescindir de esos derechos…, pero apuntemos ya metas y objetivos más generosos, apuntemos a los verdaderos horizontes fraternos, visualicemos ya una humanidad plenamente instalada en el compartir y el cooperar.
¿Si la era digital nos invita a compartir a golpe de botón sin apenas esfuerzo, no hemos de ver ya detrás de ello el trasfondo de un maravilloso Plan Superior en el que todo será un constante y gozoso compartir? ¿Si los acervos elevadores y emancipadores se pueden multiplicar a golpe de “click”, no será también llegada la hora de un “click” en nuestra mente, de un salto a una nueva conciencia de dar sin reparar? ¿No será llegada la hora de pensar cada vez más en términos de progreso y evolución colectiva que de lucro e interés personal?
Legislamos porque aún no amamos lo suficiente, legislamos porque queremos retener lo irretenible, legislamos intentando poner cauce a lo que ya desborda… Sí, los artistas, los cineastas, las gentes de la cultura merecen su digno sueldo. No está en ley quien se lucra a costa del trabajo ajeno. ¿Pero asegurado el sustento para quien recrea, para quien sube a su cumbre y baja hermosa obra, no será también llegada la hora de pensar más y más en entregar y menos en guardar?
Oigo sonar los villancicos tras estas montañas de hayas soberbias. Oigo cantar al Hijo de Dios al borde de las olas… No deseo polemizar sobre la Ley Sinde. No deseo controversias cuando ya resuenan en nuestros adentros las más elevadas melodías. Sólo este elogio a Quienes moran en el silencio, antes de encender el motor. Sólo este apunte, antes de poner el coche a andar hasta el bendito Belén; sólo una invitación a dar, a sentirnos humildes mensajeros de las bellas realidades que ya obran en los Mundos superiores, al colocarnos ante la hoja, el lienzo o el pentagrama… Sólo una sugerencia a socializar sin esperar siempre algo a cambio, a llenarnos de anónima satisfacción, si somos capaces de bajar a la tierra lo que ya colma de paz y de gloria los Cielos infinitos.