Todos los seres que respiran están dotados de un instinto básico, el de la conservación de la propia vida. Un instinto prevaleciente tanto en el reino animal como en el humano. Es el impulso motivador en el reino animal que obliga a luchar en cualquiera de los aspectos en que puede plantearse la lucha (comer y reproducirse, por ejemplo); alrededor de estos dos aspectos que forman como un eje, gira, en su mayor parte, la vida animal. Comer o ser comido es una de las leyes de esta lucha; perpetuar sus propios genes a través de su descendencia, es otra. Pero esta lucha abarca otros aspectos, por ejemplo la preponderancia del individuo en el grupo. Alcanzar la jefatura del grupo es la aspiración que obliga a luchar a cualquier animal.

Cuidar y enseñar lo esencial a la descendencia es otra y ésta ya imprime notas de ternura en el animal hembra que está dispuesta a sacrificar su propia vida para defender a sus cachorros. También los machos de determinadas especies actúan así. Todos estos apuntes, naturalmente, se amplían y se diversifican en muchos otros, pero la raíz, siempre presente, es la misma, conservación de la propia vida, y por extensión la de la especie.

En el reino humano, en la actualidad, las cosas se producen de forma menos cruda, pero quizás más cruel. La preponderancia del fuerte sobre el débil tiene más y mejores armas que los colmillos y las garras para imponerse y lo hace desde tiempos inmemoriales, de manera más sofisticada cada vez. Domina al débil por la fuerza de su voluntad o de su brutalidad y no desestima ningún medio para conseguirlo.

El ser humano conserva – aún – muy actualizado su instinto depredador que discurre por otros derroteros pero siempre sometiendo al débil a su propio interés. Lo explota, lo desposee y lo reduce a un estado de subordinación satisfactorio para el fuerte, (antes a esto se llamaba esclavitud por derecho de conquista).

Es explicable que el débil, el desposeído, el sometido o subordinado, sienta odio por su explotador. Sabe que de una forma abierta o directa, no puede conseguir nada de lo que intenta reivindicar. Ni puede expresar en la cara de su explotador ese rencor concentrado en su interior. Muchas veces su arma es la paciencia, el disimulo y en la sombra va creando un ambiente cargado de odio que le impulsa a unirse a los demás que odian como él. Y cuando considera que es el momento, se da salida a ese rencor, a ese odio concentrado que explosiona salvajemente y lo arrolla todo. Son estallidos que no resuelven su situación, pero le proporcionan el placer de la venganza. Es, de momento, a lo más que puede aspirar pero la experiencia de la explosión y del dolor de los que la han sufrido, le ha enseñado de nuevo una forma, tan antigua como la propia guerra, que le sirve para mantener en un estado de inquietud al que piensa que lo sojuzga.

Claro es que esta exposición resulta muy rudimentaria, pero pienso que aporta un poco de luz para comprender el porqué del terrorismo. Este vocablo pienso que abarca una gama muy extensa de actividades conducentes todas ellas a deprimir, a crear inquietud o a sojuzgar a los demás, bien a través de la fuerza organizada o por cualquier otro medio de presión. Porque no solo es terrorista el fanático suicida o el que le utiliza; también lo es el que oprime valiéndose del poder de la ley o de la fuerza bruta organizada. Porque ¿qué se puede opinar de las naciones pudientes que mantienen gobiernos venales en otros países creando el hambre y la miseria solo porque ello no pone en peligro sus propios intereses e incluso los mejora?. ¿Qué calificativo hemos de dar a las grandes multinacionales que explotan en determinados pueblos una mano de obra que les resulta mucho más rentable que en su propio país y no dejan que medren iniciativas en esos pueblos porque la competencia les arrollaría?. Y en último análisis la competencia ¿no es la “madre” de todos los terrorismos modernos?.¿No es la dictadura del dinero la mayor terrorista de la actual civilización que pudiendo redimir con su energía a ingentes masas de seres humanos y elevarlos a la condición de dignidad y respeto que les corresponde por su condición de hombres y mujeres a los que Dios hizo libres, no lo hace y la emplea para sojuzgar a los débiles?. Y los derechos de todos los seres humanos, pero especialmente de los más indefensos ¿no son ignorados e incluso escarnecidos por ese terrorismo económico cuando su disfrute pone en peligro esos espurios intereses?. He aquí un tema de debate que deberíamos plantearnos analizando todas sus implicaciones, porque creo sinceramente que es en este análisis en donde podríamos llegar a descubrir algunas de las causas que le dan origen.

Un fraterno abrazo de su servidor y amigo Rafael Conca Botella.

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