Darío Valcárcel sigue aportando síntesis a temas complejos. En nuestra opinión, esta columna de hoy es todo cuanto necesitarían los senadores norteamericanos para emitir su voto. Recientemente tuvimos conversaciones al respecto en Madrid con un exembajador norteamericano. Nos gustó su apoyo al Plan Obama. Hay que construir justicia.

«COMIENZA a despegar en Estados Unidos la reforma sanitaria. Nadie sabe hoy cómo acabará el proceso abierto hace ocho meses. El sábado último, el primer gran borrador era aprobado por la Cámara de Representantes, por sólo cinco votos a favor (220 contra 215). La terrible duda pasa ahora al Senado.

Los senadores no quieren apresurarse. Quizá la votación definitiva no llegue antes de Navidad. Una mayoría cualificada de 60 sobre 100 senadores ha de votar a favor. Parece que los partidarios de la reforma cuentan con ese número de votos, ni uno más. El enfrentamiento es frontal pero democrático. Dentro del calificativo democrático hay que considerar el trabajo incesante de los lobbies farmacéuticos, hospitalarios y sobre todo aseguradores.

Barack Obama quiere que los americanos se sientan protegidos por el poder. Quiere atajar los abusos, muchos de ellos clamorosos, de algunas compañías, como la aseguradora AIG. No aspira a sustituir a los seguros privados sino a complementarlos. Obama quiere rebajar la factura sanitaria de la nación (aunque por el momento cargue los presupuestos con 100.000 millones de dólares anuales durante 10 años). Y quiere que los poderes públicos, ayuntamientos, estados, estado federal, dispongan de un acceso real para controlar lo que se hace y cómo se hace.

Esto no es un cambio sino una revolución. El americano medio no quiere que el estado se meta en su vida. Pero esto puede no ser del todo así. El ciudadano de Kansas City quiere que el estado le proteja, le dé escuela si no tiene con qué pagársela, le ayude en su vejez. Hoy muchos enfermos de cáncer se arruinan y endeudan para pagar sus tratamientos. Es probable que el 80 por ciento de los ciudadanos americanos espere el respaldo del poder frente a la enfermedad, como en Europa. «Esta ley ofrece a todos, independientemente de su salud o de sus ingresos, la seguridad de que puede contar con un acceso asequible a un servicio sanitario», dijo el representante John Dingell, demócrata.

El Congreso quiere llegar a esta reforma aumentando hasta niveles mínimos -según la Casa Blanca casi cero- el intervencionismo del poder en la vida de cada cual. Pero es difícil hacer tortilla sin romper huevos. Hoy predominan los seguros privados vinculados al puesto de trabajo: ese dominio puede terminar y se comprende que los aseguradores estén dispuestos a llegar hasta el final con tal de retrasar su muerte. Veremos, antes o después de Navidad, quizás en poco más de un mes, el desenlace del debate: las dos salidas son hoy posibles, el rechazo de la reforma o su aprobación por el Senado. En todo caso se habrá acabado con 100 años de protección de Washington a las compañías privadas. No es seguro, pero hoy es menos difícil que en 1907, 1965, 1994, cuando las tentativas de reforma se estrellaron contra la realidad.

¿Está fracasando Obama? Por el momento, él y su equipo -David Axelrod y Rahm Emanuel, en la Casa Blanca; Timothy Geithner, secretario del Tesoro, y Kathleen Sebelius, secretaria de Salud- parecen haberse adelantado. Las aseguradoras son poderosas pero la Casa Blanca tiene también sus armas. En todo caso, con Afganistán, esta es la gran batalla por la que juzgaremos a Obama: lo demás, Cambio Climático, Israel-Palestina, medidas contra la crisis, viene después».

Obama tiene un programa, esta es su fuerza y su debilidad. No quiere imponerlo. Intenta dejar, en 2017, una América más fuerte, libre y solidaria. No quiere que se mezcle, interesadamente, la formidable capacidad investigadora de la sociedad americana con su descalabro sanitario. Hoy el sistema de salud -el más caro del mundo y uno de los más ineficientes- es un fracaso de Estados Unidos, esa nación admirada.

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