“Cuando la persona comienza a nutrirse de su ser interior y logra mantenerse arraigada en si misma, puede responder de una manera también más calmada y equilibrada a las contrariedades inevitables de la existencia, e incluso utilizarlas como banco de prueba para seguir el propio desarrollo, canalizando todas las energías hacia el autoconocimiento y la conquista del entendimiento correcto y la compasión.
Entonces en lugar de que la vida “le viva” a la persona, la persona comienza a vivir conscientemente la vida y se apoya confortablemente en la presencia pura de sí, que va conquistando mediante la disciplina de la meditación. Esta práctica permite mirar de frente al rostro original y tomar de él el sabor de la infinitud. Sólo le pido al destino que cuando la muerte me llegue, me tome meditando y mi naturaleza real sepa soltar las vestiduras vitales, para que el yo, libre y desvinculado, pueda esparcirse por el espacio ilimitado”.
Esta cita pertenece a un libro de Ramiro Calle que lamentablemente creo ya está descatalogado: “La aventura del espíritu”. Es un buen libro, bastante reparador. Nos recuerda la posibilidad de vivir la vida en vez de que “la vida nos viva”. La vida muchas veces “nos vive” casi sin darnos cuenta, todo es muy rápido y transitorio, en realidad fugaz. Si no somos conscientes de esta realidad, puede que de repente nos miremos al espejo con ochenta años y nos digamos: “la vida me ha vivido sin yo darme cuenta”.
Vivir la vida significa recuperar la soberanía, el control de nuestro pensamiento, la dirección de nuestra energía, nuestro rumbo, la ruta. Significa emanciparse y ser libres, darse cuenta. Vivir la vida conscientes de la dimensión espiritual pero sin negar la material se convierte así en la aventura que comenta Ramiro.
Nos habla esta cita del yo libre y desvinculado que en algún momento se esparcirá por el espacio ilimitado. Pienso que no hace falta que abandonemos esta vida para este esparcimiento o para encontrar ese yo libre o desvinculado: con nuestra mente y nuestro corazón podemos abarcar universos grandes, vastos, puros y purificadores también en esta existencia, y en medio de todas las contradicciones que vemos por doquier tanto en el exterior como en nosotros mismos: en medio de nuestras ciudades y del ruido, donde también, si estamos atentos, podemos recibir ciertos mensajes.
Vivir la vida es un regalo que nos es dado cuando intentamos vivir en coherencia y en verdad. Cuando vivimos la vida de este modo atisbamos nuestro centro, ese punto de quietud en que la vida se vive de otro modo: hay calma y armonía, y también hay gozo. Por eso hablo de que es un regalo, a pesar de seguir aprisionados “aquí dentro” (en este cuerpo y en esta mente). En ese centro encontramos con frecuencia respuestas honestas y desapasionadas, que muchas veces contradicen a las de nuestra periferia (y que sin embargo seguimos tantas veces). Por supuesto que mantener el centro es difícil, más en esta época de ruido externo en que todo tira de nosotros, pero también es una época de oportunidades para aumentar nuestra consciencia, para ver cosas que antes no veíamos, o que solo hemos visto después de una gran sacudida. El ejercicio por volver a nuestro centro, al principio fatigoso, se vuelve poco a poco una práctica natural.
Encontrar ese centro y mantenerlo requiere de una disciplina. La disciplina por antonomasia es la meditación, con el nombre y la forma que queramos ponerle.
En “Cosas del Camino” he leído estos días algunos aforismos que he subrayado y que tienen también que ver con una forma de introspección y de meditación, que también llamamos rezar: “Rezar es hablar con Dios, pero en su lenguaje, esto es, envuelto en silencio, sin la menor palabra”; y también: “Si quieres hablar con tu mente, usarás palabras; con tu Yo, usarás silencios”, “La forma verdadera de rezar es sin interlocutor, sin palabras, en silencio”.
Meditar, rezar, orar, buscar el centro, permanecer en el centro, he aquí las grandes recomendaciones que se nos vienen dando desde Patanjali, miles de años atrás. Pienso que es tan importante como alimentarnos y lavarnos, como movernos. Creo que nuestra gran asignatura y tarea es dedicar más y más tiempo cada día a buscar ese centro, si puede ser desde el yoga de la acción sirviendo a la humanidad.
Joaquín Tamames
Fundación Ananta
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