Un desafiante (según el Financial Times) Tony Blair ha declarado el jueves pasado en la comisión de investigación parlamentaria del Reino Unido a propósito de la participación del Reino Unido en la invasión de Irak que “se trata de una decisión que volvería a tomar”.

En el invierno de 2003, millones de personas en todo el mundo se manifestaron contra la invasión de Irak. No es sólo que el equipo de inspectores de Naciones Unidas dirigido por Hans Blix no hubiera encontrado ningún vestigio de las famosas armas de destrucción masiva, sino que como se sabía entonces y se ha demostrado después, el régimen de Sadam Hussein nada tuvo que ver con los atentados del 11 de septiembre ni tampoco cobijaba actividades terroristas de ningún tipo.

La decisión de invadir Irak se tomó probablemente a lo largo de 2002 y como no había ningún tipo de casus belli, las potencias promotoras de la invasión, entre ellas España, hubieron de inventarlo. Se nos dijo: “Irak no nos ha atacado, pero está a punto de hacerlo, por lo que haremos una guerra preventiva para poner a Sadam Hussein en su sitio. Deben creernos porque les estamos diciendo la verdad”.

La guerra de Irak fue un colosal fracaso de la diplomacia, que alzó poco la voz ante la arrogante decisión tomada por unos pocos para invadir a un país a sangre y fuego bajo el pretexto de que preparaba la guerra. El ya fallecido Robin Cook, el entonces Ministro de Exteriores francés Villepin, el hoy Presidente Rodríguez Zapatero, el entonces Papa Juan Pablo II y pocos más en los corredores del poder alzaron la voz ante aquel atropello salvaje, que empezó con las mentiras del desprestigiado Colin Powell, siguió con la vergüenza de las cartas marcadas, prosiguió con las torturas de Abu Grhaib y todavía no ha concluido con la masacre de miles de civiles cogidos en medio de este juego de los poderosos, que además fueron los que armaron a Hussein hasta los dientes y le incitaron a invadir Irán en 1980.

En su día Tony Blair fue un hombre que concitó muchas esperanzas como impulsor de una tercera vía amable entre el capitalismo salvaje y el socialismo caduco. Se le considera artífice de los acuerdos de paz de Irlanda del Norte. Todavía recuerdo con emoción sus palabras en octubre de 2001 tras los atentados del 11S. Por eso, muchos teníamos la esperanza puesta en él en los críticos meses de 2002 en los que se hacía evidente que Bush invadiría Irak si o sí, pensando “Blair parará este sinsentido: el mundo no debe abrir una nueva guerra, hay medios diplomáticos para resolver esta diferencia”. Pero Tony Blair apoyó a Bush, sin asomo de crítica antes, durante o después, o solo con asomo de críticas menores, ante el peso de la abrumadora evidencia. Y, tras dejar el poder a Gordon Brown, Blair sigue interesado en ser influyente en el mundo, como ha demostrado su fallida candidatura a presidir la Unión Europea. Fallida entre otras cosas por la presión ejercida por el Financial Times y The Guardian sacando a la luz sus cuentas.

Considero que la portada y el editorial del Financial Times del 30 de enero de 2010 ponen a Tony Blair en un sitio incómodo, el que ocupan aquellos que siempre dicen a piñón fijo “volvería a hacer lo mismo”, aunque la evidencia posterior indique que no lo hicieron del todo bien o que podrían haber sido más sabios, haber escuchado más, haber investigado más ante una responsabilidad de tal calibre cual es invadir un país con bombas. No hay en este editorial del FT ni en el artículo una palabra más alta que la otra, no hay nada grueso, no hay ningún insulto. Pero sutilmente se recogen unas palabras de Rose Gentle, madre de un soldado inglés muerto en Irak con 19 años, en las que declara sentirse “enferma” por la emoción.

Entiendo que la emoción a que se refiere la señora Gentle es la emoción creada por la férrea (desafiante) defensa que el Blair de 2010 hace del Blair de 2003. Rectificar es de sabios, hemos oído muchas veces, y yo así lo considero en lo profundo. Desde fuera, veo que Tony Blair ha tenido una preciosa oportunidad para matizar, para suavizar posturas, para conciliar. Para decir: “intenté cumplir con mi responsabilidad, y aunque busqué actuar con la mayor impecabilidad a la luz de la información entonces disponible, asumo los errores si es que los hubo, en el fragor de aquel momento convulso”. Churchill lo hizo a propósito del horror de Dresden. Tony Blair ha optado por afirmar ante el interrogador, Lawrence Freedman: “se trata de una decisión que volvería a tomar”. Me pregunto si en su interior no hay lugar para la duda, por mínima que ésta sea.

Publicado en el blog de Mario Conde el 3 de febrero de 2009

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