“La política es la trama misma de la historia. Y la historia la hacen los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza sobrehumana…” José Carlos Mariátegui
Entre los diferentes campos de actividad humana uno de los generalmente más denostados es el del ejercicio de la política. Este rechazo puede ser fácilmente comprensible dado el mal uso que el ser humano, de forma generalizada, ha hecho de este ejercicio hasta el presente. Por el contrario es al mismo tiempo un ámbito desde el cual se puede ser muy útil a la sociedad, desde el que se puede contribuir enormemente al bienestar colectivo. No en vano la política, en cuanto gobierno y administración de las cuestiones públicas, nos implica a todos.
Para poder servir al mundo desde el ámbito de la política será imprescindible un cierto desarrollo del ser. La vocación de servicio ha de emanar de un corazón amoroso y de una mente inteligente. La ambición personal está reñida con la entrega a la ciudadanía. En la medida en que el ser humano va trascendiendo su naturaleza inferior, su naturaleza egoísta, se va igualmente capacitando para ocupar un puesto en el servicio público, pero no antes. De ahí la estrecha relación del desarrollo personal o espiritual con la política. Más importante que el color ideológico de quien se postula a ocupar un puesto en el gobierno de lo público, puede ser su nivel espiritual. Si el ser humano está aún sometido a su naturaleza inferior, la orientación que imprimirá a su labor política siempre estará enfocada hacia un beneficio personal o partidario, pero no colectivo. Es preciso haber desarrollado nuestra real naturaleza, nuestra naturaleza superior, divina, altruista… para poder presentarnos ante la comunidad y manifestar nuestro deseo de ocupar un puesto de gobierno.
La historia de la humanidad es una convulsa sucesión de guerras y de conflictos precisamente por esta razón, porque hemos estado hasta nuestros días gobernados mayormente por mandatarios y reyes que buscaban sobre todo servirse a sí mismos, a sus propios y tan a menudo mezquinos intereses. Todo esto comienza a mutar. Junto con el desarrollo de la conciencia de la humanidad, llega también un tiempo de más evolucionados dirigentes. Hoy podemos encontrar más ejemplos de líderes consagrados a elevados principios y valores que han progresado en el reencuentro con su naturaleza más noble y en el control sobre su naturaleza inferior. Se trata de hombres y mujeres que van también adquiriendo una más precisa e inteligente comprensión de la necesidad humana, que van cobrando conocimiento de las causas que generan los problemas sociales y por lo tanto están también en condiciones de hallar una más real y eficaz solución a éstos. En este progresivo esclarecimiento son superiormente inspirados.
La política como servicio
La política reclama, por lo tanto, gran capacidad de sacrificio y donación. Ya no más servirse del pueblo, sino servir al pueblo con pureza, con entrega, con desinterés. La espiritualidad se rige por los mismos, eternos y universales valores llamados a presidir la vida pública. La genuina espiritualidad comparte la misma esencia que la genuina política: el olvido de nosotros mismos para el servicio al prójimo. Más nos olvidamos de nosotros y de nuestras cuitas personales, más nos podemos volcar en la entrega a los demás.
El servicio a la comunidad es la única y genuina razón de la política. Su norte y exclusiva divisa es la de procurar el bien al conjunto, no a una parte. Hemos vivido durante tanto tiempo lo contrario, que hasta nos cuesta recuperar el verdadero significado de la palabra. La política es el arte del servicio con mayúsculas, desde la más limpia neutralidad. En manos de la humanidad de hoy está el restablecimiento de ese original y urgido sentido.
Ennoblecer la acción política
Espiritualidad es también una palabra de la cual se ha hecho un uso incorrecto. Al igual que a otras denominaciones abstractas a las que se ha vaciado de contenido, hemos de intentar recodificarla. La espiritualidad representa el mundo material o físico elevado a una superior expresión. Constituye nuestra propia búsqueda de excelsos arquetipos de mayor belleza, unidad, armonía… Política espiritual es por lo tanto sinónimo de política en su ejercicio más noble, es decir, llamada a alcanzar una visión precisa y neutral y a desarrollar una acción responsable.
A este respecto apunta la ensayista Alice Bailey: “El liderazgo no le llega a quienes ponen su yo personal, posición y poder, antes que el bien del grupo. Lo obtendrán en forma perdurable quienes no buscan nada para el yo separado y aquellos que son absorbidos en el bien del todo”. El uso tan interesado y egoísta que se le ha dado a la política, no implica de todas formas un ejercicio siempre censurable. Con el objetivo puesto en la divisa del “mayor bien para el mayor número de personas” no hay lugar a equívocos. El problema comienza cuando, de una u otra forma, se procura que ese ejercicio redunde, en una mayor o menor medida, en un beneficio ya personal del mandatario, ya de los que se encuentran a su alrededor, ya del partido o del entorno al que éste pertenece. A veces, sin embargo, la raya entre el “servir a…” y el “servirse de…” no es del todo nítida o se presta a confusión.
Hoy en día, al igual que en el resto de la actividad humana, vivimos en el campo de la política grandes transformaciones. El progreso en la conciencia de la humanidad ha ido también generando una nueva casta de dirigentes. El antiguo axioma esotérico de “como es arriba es abajo” se cumple en este ámbito. Comienza a emerger un nuevo liderazgo que se ajusta a una humanidad más consciente.
Cada pueblo tiene la clase política que merece. Esta afirmación, que puede resultar dura o chocante, es preciso observarla de una forma amplia. Por ejemplo, si encontramos una clase política corrupta es porque en esa sociedad hay aún condescendencia para con la corrupción. Si encontramos una clase política libre de sobornos es porque esa sociedad ha alcanzado una madurez ética. De ahí deducimos la importancia de la labor educacional, de la promoción, desde las más jóvenes generaciones, de un espíritu de responsabilidad social.
Por muchos lamentables ejemplos que nos rodeen de errados ejercicios de la política, hemos de huir de generalismos tan fáciles como injustos del tipo: “Todos los políticos son iguales”, “todos los políticos son corruptos”… Son afirmaciones demasiado corrientes que generan pesimismo y desesperanza. Éste no es el lugar quizás más apropiado para reparar en algunos/as políticos/as de nuestros días que han dado claro ejemplo de compromiso en una línea de servicio consciente y responsable. Sin embargo están ahí y podemos seguir su encomiable trayectoria a nada que nos asomemos a la ventana de la actualidad internacional.
El mandatario responsable procurará ir por delante en la evolución de la ciudadanía, no a la zaga. Por suerte, podemos ya observar a menudo ese nuevo liderazgo político que se sitúa a la vanguardia en la promoción de un sentimiento de ciudadanía mundial, alentando el movimiento de creciente sensibilidad planetaria e incluso inmerso en la amplia corriente de la liberación de la conciencia en su más amplio sentido.
Algunos aspectos claves de la nueva acción política
Un nuevo orden mundial basado en los principios de compartir, de colaboración y de responsabilidad será progresivamente impulsado por las nuevas generaciones de estadistas. La nueva acción política albergará una vocación planetaria, ecológica, de búsqueda responsable del consenso, la paz y la justicia.
Política planetaria
El político de orientación espiritual trata de deshacer el espejismo, tan instalado entre la conciencia colectiva, de la separatividad. Alienta el espíritu de unidad en la diversidad, fomenta la idea de la “humanidad una”. La estima por la propia nación está llamada a sumarse a la estima por las naciones hermanadas. Ese ideal de unidad externa deriva del convencimiento de una unidad interna, subjetiva, subyaciente. El cultivo del “egoísmo nacional” está llamado a desaparecer. Las patrias son llamadas a encoger. El peso político, que no cultural e idiomático, de lo nacional, ha de mermar en aras del fortalecimiento de lo internacional. La evolución de la humanidad es al fin y al cabo una conquista de cada vez más amplios espacios de unidad. El ideal patriótico “incontestable”, tan a menudo vinculado a Dios y la eternidad por un minucioso cálculo de intereses, ha imperado ya demasiado tiempo y es hora ya de que comience a ceder espacio. El ejemplo europeo debe avanzar fortaleciendo más y más las instituciones comunes y cundir de forma que otras áreas de la geografía mundial avancen en la misma senda.
Tal como ya apuntaba hace más de sesenta años la espiritualista británica Alice Bailey “Las naciones avanzarán en la comprensión de que son partes orgánicas de un todo corporificado y así contribuirán a esa totalidad con todo lo que poseen y son. Cuando estos conocimientos sean inteligentemente desarrollados y sabiamente manejados conducirán a las rectas relaciones humanas, a la estabilidad económica (basada en espíritu de compartir) y a una nueva orientación del hombre hacia el hombre, de una nación a otra y de todos a ese poder supremo, denominado ‘Dios’.”
Política ecológica
El político de orientación espiritual sabe que el destino de la humanidad está indisolublemente unido al de la Madre Tierra/Amalurra. Es consciente que ese divorcio suicida, que ha perdurado por siglos, ha de acabar para siempre. La productividad habrá de ser sostenible o no ser. La idea de que la tierra puede sostener las necesidades de todos/as, no así los excesos, va cobrando más adeptos. El cuidado y protección de la tierra ha de ser máxima fundamental e inexcusable de la economía y la política. Ya no se trata de una cuestión tangencial o formal, sino pilar. Nos jugamos nada más ni nada menos que la supervivencia de la vida.
Política de paz
Retornamos sobre la escritora británica, Alice Bailey, para que nos de luz al respecto: “La paz no debe ser impuesta por quienes odian la guerra. Debe ser resultado y expresión natural del espíritu humano y la decisión de que la actitud del mundo se transforme en rectas relaciones humanas.” El mayor desafío que afronta la humanidad, y por lo tanto especialmente su clase política más consciente, es el de la superación del viejo paradigma de la confrontación y el odio, que tanto dolor nos ha traído. Ojalá la fuerza de la ideología militarista también vaya mermando entre la clase dirigente. Al día de hoy lamentablemente no estamos en condiciones de prescindir por completo de los ejércitos. Tal como muy recientes acontecimientos lo demuestran, demasiado tirano anda suelto aún, para que podamos disfrutar del lujo de enterrar todas las armas. Sin embargo ello ha de constituir divisa futura.
De cualquiera de las formas, el uso de la fuerza siempre habrá de ser un último e inevitable recurso en aras exclusivamente de la defensa de la vida, los derechos humanos y el suministro de ayuda humanitaria. El político responsable está imbuido del sentimiento de sacralidad de la vida y sabe que no hay más casos que justifican el empleo de la fuerza militar.
Política de justicia
Instaurar una igualdad de oportunidades a la hora de acceder a la cultura, la educación, la sanidad y demás servicios públicos debe ser preocupación de todo líder con conciencia.
Política de consenso
El/la mandatario/a imbuido de principios espirituales es aquel, aquella que siempre y a toda costa persigue el más amplio consenso social en el mayor número de temas y aspectos. Trata de superar los abismos entre las gentes, acerca a los ciudadanos, establece puentes humanos, inspira y concita a los diferentes en torno a metas comunes. Procura siempre reunir a los más diversos sectores sociales, a las más diversas ideologías, credos y sensibilidades, en aras a hallar unidad principalmente en torno a las grandes cuestiones. Considera a las minorías y nunca desfallece en el intento de ganar adeptos para una causa común. El arte de la política consiste, al fin y al cabo, en saber cohesionar, en saber dibujar y expresar objetivos y horizontes comunes, a veces no exentos de cesiones justificadas y de sacrificios compensados a la vista de unos logros globales.
Política responsable
No siempre una política responsable es necesariamente una política popular. Ello dependerá del nivel de conciencia y por ende de responsabilidad de la población. Nos referimos aquí a la responsabilidad en su más amplio sentido, por ejemplo con respecto a las libertades y derechos fundamentales en general, con respecto a la tierra y su no agresión o contaminación, responsabilidad con respecto a las futuras generaciones, responsabilidad para con los acuerdos contraídos con otras naciones libres y democráticas… No es mejor dignatario el que más prebendas derrocha entre su gente. Ese es el caso del líder populista que rebaja su lenguaje y discurso, rebaja sus metas y satisface en algunos aspectos materiales a la población con el objetivo único de perpetuarse en el poder.
El dirigente noble, y por lo tanto espiritual, lejos de buscar instalarse en su sillón, desarrolla una labor didáctica para la implementación de políticas justas y responsables no siempre bien acogidas. Servicio no equivale a regalías. Servicio es también tratar de elevar la mirada y los horizontes de la ciudadanía, aun a costa de descenso en los sondeos. Servicio es una lenta e inteligente labor de mentalización solidaria.
Política y religión
El hecho de que el/la político/a esté imbuido de valores espirituales no implica para nada el que esté vinculado a instituciones religiosas. Lamentablemente en España tenemos una larga tradición al respecto. Creo que obvia extenderse en diferenciar los conceptos de espiritualidad y religión. Mientras que cuando hablamos de espiritualidad nos referimos a valores elevados inmanentes a las diferentes tradiciones religiosas como nobleza, generosidad, altruismo, discernimiento…, cuando hablamos de religiosidad hacemos referencia a instituciones humanas con toda su virtual carga de aciertos y errores. Con respecto a nuestra realidad cercana, a pocos se nos escapa en España el flaco favor que ha hecho la vinculación de la Iglesia al poder, especialmente durante los regímenes más totalitarios y salvajes, como la dictadura de Franco.
De hechos objetivos como el mencionado deriva la importancia de trabajar por la aconfesionalidad del Estado. Un Estado laico es garante de la imparcialidad y neutralidad de éste en materia religiosa, garante de ausencia de favoritismos de un credo con respecto a otros. Dada la tradición errática de vinculación de la Iglesia católica con el poder político, desde las fuerzas de progreso se ha venido reivindicando con insistencia la laicidad de nuestro Estado y sus instituciones. Al día de hoy los avances en ese sentido son evidentes, aunque aún quedan cuestiones pendientes.
Espiritualidad universal
Cada vez más porciones de humanidad viven un reencuentro íntimo y liberador con su dimensión trascendente. Cada vez más personas viven en su interior un despertar de su espiritualidad, de forma libre y no ajustada a patrones. Arranca por doquier un tiempo más profundo y sagrado y se va cerrando una época más materialista y profana. Espiritualidad y política comienzan a vivir su reencuentro escrito en los anales del tiempo. No en vano una conciencia cada vez más comprometida, más responsable para con el resto de los congéneres y para con la propia Madre Tierra se va abriendo paso.
Espiritualidad y política se aúnan, pues vivimos el despertar de amplios sectores de la humanidad a los valores del cooperar y del compartir, pues el sentimiento de unidad en la diversidad está calando en cada vez más amplios sectores de la población y por ende entre sus mandatarios.
Espiritualidad y política se irán acercando más y más, pues la humanidad está dando importantes pasos en su evolución hacia la plena instauración del ideal supremo de la fraternidad humana, sentimiento que lleva implícito el otro gran ideal de filiación divina. Somos hijos e hijas, no ya de este o aquel Dios, del tuyo o del mío. Somos hijos del Origen, de la Fuente de todo amor y de toda vida y no importa el nombre que apliquemos a ese Alfa innombrable.
Cuando la humanidad avance en su evolución y alcance a sentir al resto de los congéneres como sus hermanos, el ejercicio de la política será más grato y sencillo. Los ciudadanos necesitarán menos leyes reguladoras de la convivencia, pues estarán profundamente imbuidos del interés de procurar el mayor bien a la comunidad, pues se guiarán por un instinto innato de no ofensividad y de buena voluntad. Buscarán el beneficio colectivo, no necesariamente el individual. Ante un panorama así, el ejercicio de la política permanecerá al margen de contiendas partidarias y carecerá de la convulsión a la que estamos acostumbrados en nuestros días.
La fraternidad no es un sueño místico
Vivimos un cierre de ciclo doloroso, pero emerge un nuevo tiempo en el que la humanidad más crecida, más fraterna, comienza a superar la herejía de la separatividad. Más pronto que tarde llegará un día, por supuesto sin ejércitos, pero también sin cárceles, sin bancos, sin instituciones y empresas que medran a costa de la alienación de terceros… Lo pequeño volverá a ser hermoso. Se clausurarán las factorías contaminantes, la agricultura industrial, los grandes hospitales, las grandes ciudades… Retornaremos a la naturaleza y con ello también a unas relaciones más cercanas y verdaderas. Nos agruparemos en comunidades, en ecoaldeas con importante grado de autosuficiencia, que estarán a su vez vinculadas entre sí formando redes. Compartiremos excedentes agrarios, fruta, tomates, artesanía, pero también software, arte y cultura… Nadie pasará necesidad y cuidaremos para que así sea.
En este nuevo marco ideal, llamado a hacerse realidad, la política adquirirá también un tamaño más pequeño, la gestión de la “res publica” cada vez estará más cerca de nosotros, se tornará más sencilla, pues los conflictos de intereses irán también desapareciendo. Se desmoronarán las estructuras piramidales, dirigistas. Progresará una democracia más directa, una organización social basada en círculos de palabra y asambleas en los que se busque alcanzar el mayor consenso posible y en los que, de todas las formas, siempre prime el respeto y la honra al criterio diferente. Las organizaciones civiles autónomas ganarán peso en detrimento de los partidos que como la propia palabra indica, fragmentan la sociedad.
Política horizontal
La nueva humanidad emancipada y consciente necesitará cada vez menos de una clase dirigente. Los círculos y las redes irán poco a poco reemplazando a las jerarquías de gobierno. Al ir evolucionando de lo piramidal a lo horizontal, cada quien tendrá desde su propio hogar, al borde de su huerto y de sus flores, merced a las nuevas tecnologías de la comunicación, opción de participar en la gestión pública, tanto de lo inmediatamente cercano, como de aquello más global. Todo esto será un proceso paulatino que requerirá un largo período de mentalización y adaptación.
En la medida en que el ideal de fraternidad humana vaya arraigando en la profundidad de los corazones humanos, es decir, en la medida en que subjetivamente comencemos a reparar en que somos hermanos, hijos de la misma Divinidad, esa unidad interna fortalecida sostendrá de forma cada vez más sólida el resto de las “unidades”, es decir, esas otras alianzas se darán por añadidura. Tras la unidad económica, cultural…, se consagrará plenamente la unidad política. Por este nuevo marco trabajamos y seguiremos trabajando mientras el Cielo nos procure ayuda.
Gobierno mundial
No obstante, hemos dado ya un importante paso en la unidad política. Contamos con el germen de gobierno mundial que representan las Naciones Unidas. Ello constituye un gran avance evolutivo con respecto a un pasado en el que sólo reinaba la ley del más fuerte entre las naciones. Evidentemente queda un enorme camino a recorrer. El tomar conciencia de las enormes limitaciones y de los considerables fallos de la más importante institución internacional, no nos debe llevar a despreciarla. Cierto que la ONU está lastrada de una enorme carga burocrática, cierto que no es para nada todo lo democrática que debiera, pues hay una evidente extralimitación de poder por parte de las naciones que constituyen el Consejo de Seguridad. Claro que hemos podido observar preocupantes casos de corrupción…, sin embargo todos estos argumentos no nos deben llevar a desestimar la importancia del organismo. Es hasta ahora nuestra mayor conquista en el ámbito de la unidad humana. Nuestros esfuerzos deberán ir orientados hacia su regeneración y mejora, a procurar una mayor transparencia y democracia en sus decisiones, pero siempre, siempre en su defensa. No nos podemos permitir el lujo de prescindir de este avance. Esta misma reflexión es aplicable al resto de las instituciones internacionales, y por supuesto a las europeas que son las que más han progresado en este sentido.
Pequeña política
Las nuevas relaciones humanas no se impondrán por decreto, irán progresando en la medida en que el ser humano vaya superando su propio egoísmo. Más allá de la labor específica de los políticos, la labor de los espiritualistas de cualquier credo o filiación se deberá centrar en la promoción y el establecimiento de correctas relaciones. Deberá procurar en todo momento el acercamiento entre los seres humanos más allá de las barreras que establecen las religiones, las ideologías, los sentimientos nacionales… Allí donde se encuentren los espiritualistas de cualquier orden, auspiciarán un ideal de inclusividad, de síntesis, de generosa cooperación, siempre soslayando abismos, diferencias, buscando aspectos que unen y no separan, alentando el mutuo compartir, el conjunto cocrear.
Los espiritualistas no toman partido por las ideologías concretas, sino por los espacios de encuentro entre ellas, por metas, ideales y principios aglutinantes. No hacen carrera sino por las causas amplias, justas y que no generan división.
A modo de conclusión
El político, la política espiritualmente orientado/a fomenta siempre el espíritu de colaboración y está imbuido/a de un profundo amor a la humanidad. Sabe que la ley del servicio rige el futuro. Es conocedor del desafío de la época y de las oportunidades que presenta el momento para el desarrollo de la conciencia de la ciudadanía, para el progreso social en su conjunto.
El dirigente, la dirigente espiritualmente orientado/a se caracteriza por su inofensividad. Trata de reunificar a todas las fuerzas que levantan una nueva sociedad, un nuevo paradigma. Trata de vincular a cuantos construyen constante y silenciosamente el nuevo orden. Porque el viejo orden basado en la competitividad, el individualismo y la explotación ya de la Madre Naturaleza, ya de los humanos, caerá por su propio peso. De ninguna de las formas sobrevivirá pues no se ajusta a la ley universal de la solidaridad. No es preciso tumbar la vieja civilización, no tiene recorrido. No se deberá invertir esfuerzos en ello. El orden caduco se desplomará a nada que le privemos de nuestra energía, de nuestros miedos, que al fin y al cabo son los que lo sostienen. A nada que superemos nuestras inseguridades, a nada que centremos nuestra fe, nuestra fuerza y entusiasmo en el emerger del nuevo orden, el desfasado se irá desmoronando. La oscuridad no se combate, es la luz la que es preciso encender.
Si dejamos atrás la codicia y la competencia, si hacemos progresar los principios de colaborar y compartir, más pronto que tarde alboreará una nueva era sobre la tierra. Hoy por fin es posible comenzar a trazar una política nueva que siente las bases para un mundo más justo, fraterno y en paz. Hoy estamos en condiciones de empezar a hacer realidad la profecía de la escritora inglesa ya mencionada: “La visión aparecerá como una realidad en la Tierra cuando los individuos sumerjan voluntariamente sus intereses personales en el bien del grupo, cuando el grupo o los grupos fusionen sus intereses en el bien nacional, cuando las naciones abandonen sus propósitos y metas egoístas por el bien internacional, y cuando esta recta relación internacional se base en el bien total de la humanidad misma”. {jcomments on}
Koldo Aldai, en el libro colectivo «Espiritualidad y política», editado por Cristóbal Cervantes, Editorial Kairós, 2011