Todo puede utilizarse como una invitación a la meditación: una sonrisa, una cara en el metro, la imagen de una pequeña flor que crece en una grieta de la acera, el modo en que el sol ilumina las macetas de un alféizar. Esté atento a cualquier signo de belleza y gracia. Ofrezca todas las alegrías, esté despierto en todo momento a «las noticias que siempre llegan del silencio».
Poco a poco se convertirá en señor de su propia dicha, en farmacéutico de su propia alegría, con toda clase de remedios siempre a mano que lo eleven, lo animen, lo iluminen e inspiren en todos sus actos, hasta su misma respiración.
El libro tibetano de la vida y de la muerte, Sogyal Rinpoche, 1992