¿Qué nuevas maravillas alcanzará aún a revelarnos el valedor de Apple? ¿Qué diálogos teje con quienes cuentan nuestros días y nuestras noches, con quienes saben de nuestro último aliento, con quienes le ceden las patentes de tan audaces artificios? Poco sabemos de los intercambios entre genios y dioses, qué prórrogas ha conseguido pactar o arrancar, qué acuerdos alcanzó con el deva de la muerte. Ojalá su mente no se apague, ojalá el hígado prestado aún aguante. Steve Jobs participa con desventaja en una liz contra el tiempo y aún con todo no se rinde, no sucumbe.

El cuerpo se detiene mientras que la cabeza no hay quien la atrape. La enfermedad avanza mientras la mente prodigiosa bulle y quisiera ofrecer nuevos inventos, nuevos regalos a la humanidad. Por de pronto, el día pasado se sacudió  la manta  y vistió  su esqueleto  con su  uniforme de vaqueros y  polo negro de cuello alto. En algún momento cogió fuerzas de adentro, burló la enfermedad y la postración para subir triunfante de nuevo al escenario. Seguramente  el “iPad 2” sólo era una  excusa y quería mostrar  algo  más al mundo que su último y deslumbrante aparato. Seguramente en esa reciente presentación de alcance planetario, no quiso glosar una nueva genialidad electrónica, sino simplemente desafiar al cáncer en otro alarde de fortaleza y voluntad. Seguramente su  última exhibición ante los focos poco debió tener que  ver  con dinero  o con la promoción de un producto, sino  con una  suerte de  duelo imposible.

Si la muerte finalmente le concede una prórroga, ¿qué máquinas geniales no nos  presentará mañana? Pisamos  fuerte cuando vislumbramos ese espejismo. Convendría apurar el instante sin necesidad de sentir los pasos de esa sombra falsa. Sin embargo Jobs no se lamenta de lo que le cierra aquí el camino. Quien ha apurado la vida hasta el último instante, no reniega del final de sus días en la carne: “Recordarme que voy a morir pronto me ha estimulado a hacer tomar las mejores decisiones en mi vida. Todo se desvanece frente a la muerte dejando sólo lo que es importante verdaderamente”, había afirmado el genio de la manzanita en su estimulante y ya histórico discurso de la Universidad de Stanford.

Vendrán otras vidas, otras tabletas que no necesitarán ni siquiera pulgares, teclearemos a golpe de mente. Después de todo, él ya debió estar allí, al otro lado del velo. Si no, ¿de dónde esas máquinas que se burlaron del tiempo, esos artilugios tan adelantados a su hora? Si no ¿de dónde esa magia en la punta de los dedos, esos universos que se abren infinitamente sobre una sencilla tableta? Si no ¿de dónde esa vida más fácil, más agradable, de dónde ese futuro tan a nuestro alcance?

Sí, él ya estuvo allí y  lucha por poder mostrarnos lo que vio y tocó, y seguramente le cegó, al otro lado de la realidad. Por eso puede regalar a los estudiantes de la Universidad americana tan valiosas enseñanzas: “La muerte es posiblemente el mejor invento de la vida, es el mejor agente de cambio. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo. Vuestro tiempo es limitado. No lo gastéis viviendo la vida de otro. No dejéis que la opinión de otros ahogue vuestra voz interior. Tened el coraje de seguir a vuestro corazón y vuestra intuición. Lo demás es secundario. Sigue alocado, sigue   hambriento.”

Sí, él ya estuvo allí, por eso puede sugerirnos las otras realidades, asomarlas  al cristal de la tableta; por eso no teme la enfermedad y salta en los huesos ante las cámaras del mundo. Sí, él ya estuvo allí. Sabe que la temida y mal llamada muerte en realidad  es sólo doble  “click”  con el pulgar derecho sobre el monitor de nuestros días. Él sabe que cliquearemos sin límite en un ensayo eterno,  que resetear el “sistema” personal, poner en blanco la pantalla de una existencia nada tiene que ver con luto y desagarro. Él sabe que lo importante  es ser útil  en esta  o en aquella pantalla, es  vencernos a nosotros mismos, a nuestra propia  gravedad y subir  al escenario  y ofrecer  algo al prójimo.

Sí, él ya estuvo allí, en el otro lado más luminoso de la vida, dónde vio y palpó los inventos, donde negoció sus prórrogas. Cuando los médicos le encontraron un cáncer de páncreas no sabía  lo que  era, ni dónde se localizaba. Le dijeron que era difícilmente curable. Pero la fuerza de vivir, de crear, de servir, pudieron más que el tumor. Logró salir adelante y presentarnos él y su gente el iPhone, el iPod, el iPad…

Quizás ya haya cumplido su misión, quizás ya dejó claro su mensaje de seguir nuestro corazón, nuestra intuición, de amar lo que hacemos como  mejor servicio a la sociedad. Ya se difundió por todo el mundo su testamento de fe en nosotros mismos y nuestro  potencial enorme, de vivir cada día como si fuera único… Quizás no se apodere ya al otro lado del velo de ninguna nueva genialidad, quizás lo más importante es que se marche tranquilo, consciente que dio aquí todo lo que pudo y más.  Agradecimiento pues a quien va y vuelve y al retornar nos regala maravilla, máquinas mágicas en las que tecleamos éstas y otras letras de homenaje a él y a la eterna vida.

Koldo Aldai

1 abril 2011