“Fuimos semilla”
A propósito de la nueva Ley del aborto

Hay cuestiones que, por su controversia y a la vez trascendencia, requieren ser abordadas de una forma distante, a la vez que desnuda; a poder ser fuera del tiempo y el entorno cultural de quien opina. Será necesario intentar trascender las circunstancias que rodean al criterio y que impiden atender el tema de forma debida, objetiva y serena. El polémico asunto del aborto, cuya legislación acaba de ser modificada en España, poco debería tener que ver con la liza ideológica o religiosa.


El ser humano en su desarrollo va adquiriendo un creciente compromiso con la vida en toda su extensión, ya adquiera  ésta cualquiera de sus formas: mineral, vegetal, animal o humana. Más allá de lo que se clame desde las trincheras de uno u otro signo, la persona ha de encarar en algún momento el misterio de la vida. Esa exploración del Misterio siempre  comportará una responsabilidad añadida. Nadie sale indemne de esa tentativa. A partir de ahí, la esfera de nuestro abrazo está destinada indefectiblemente a ensancharse. Nos debemos al cuidado de la planta, del animal y por supuesto también del humano, en todas su condiciones y fases de desarrollo. Más conciencia equivale por lo tanto a más compromiso,  pero no a una espada blandida con añadida fuerza, sino a un amor  susurrado con más delicadeza y convencimiento en el momento y lugar oportunos.

En la España del siglo XXI, nadie puede negar a una mujer, si así es su voluntad, el derecho a interrumpir libremente su embarazo, tampoco Gallardón, ni siquiera Rouco, pero más allá de todo el ruido mediático a favor y en contra de ese derecho incontestable, habrá que aguzar discernimiento, prodigarse en compasión. Primará hacer silencio, oír el latido que emerge. Más allá de las proclamas banderizas, será preciso atender a lo que nos quiere decir la criatura en ciernes, tratar de escuchar su mensaje silente. Más allá de todo el jaleo que se organiza alrededor del delicado tema, habremos de intentar llegarnos hasta ese ser indefenso que aspira a ver la luz, sintonizarnos con él y tratar de sentir su real anhelo.

¿Cómo dividir en dos el amor, cómo partir el verso o la alabanza? La reverencia a la vida es una  e indivisible, ya se exprese ésta en forma de nana al borde de la cuna, ya se manifieste en forma de pacífica acción en la defensa de un bosque o de un ecosistema amenazado. El abrazo habrá de ir ajustándose más y más a la necesidad y menos a la conveniencia. Estamos hablando en definitiva del viaje de cada ser, del trayecto ineludible del “yo” al “nosotros”, del mí y mis cuitas a la Creación y su Plan, que a todas luces nos desborda. No sólo clamor en las avenidas de las ciudades, también responsabilidad para con nuestra siembra, con la semilla colocada en la tierra fértil del vientre de la madre. Todos fuimos semilla, de ahí el compromiso de cuanto depositamos en fecundo suelo. Quizás la vida sea más ancha de lo que pensábamos, quizás hay latido más allá de los ecos que escuchábamos o imaginábamos.  

Reguemos la semilla, auspiciemos la vida. Hagamos de éste un mundo más amable, más  fraterno,  más colmado de mutua ayuda y cooperación, de forma que toda semilla germine y todo “nasciturus”, que no “feto”, alcance la luz. Creemos las condiciones apropiadas para que nadie fuerce la marcha atrás, para que la nueva vida no sea ahogada, ni el aborto consumado. No hay ninguna cruzada que levantar contra el aborto. Todas las cruzadas siempre se malograron, ya se libraran en Jarama, Belchite o Tierra Santa. A lo sumo hay un amor a contagiar, una compasión a susurrar, una semilla a invitar a custodiar. La cruzada alienta y llama a la contra-cruzada, la espiral de mutuo agravio no se detiene y mientras tanto el nuevo latido sigue apagándose.

Libertad de la mujer por supuesto, sagrada libertad que ningún togado, ni purpurado deberá tocar, pero igualmente sagrada la criatura. Con el mismo o añadido vigor que voceamos el derecho al libre albedrío, habremos de interiorizar la importancia de nuestra custodia. Somos custodios de todos nuestros hermanos, ya deambulen, ya se refugien aún en la más candorosa cueva. Somos parte de la  red maravillosa de la Creación. Albergamos compromiso innato en el mantenimiento de ella. Somos parte de un entramado, cuya magnitud desconocemos.

Nos hemos acostumbrado demasiado a vocear, a pedir, a  reclamar, pero ¿qué es de quiénes aún no tienen formados sus labios, su garganta para airear su voz…? Desnudémonos de todo prejuicio político y religioso. Caminemos solos, junto con nuestra avidez de sano conocimiento, hacia los grandes interrogantes de la vida. Abriguemos la valentía de abrazar no sólo nuestra libertad, sino también la que está en camino, de palpitar con lo que se arranca a palpitar. Maternidad libre por supuesto, pero maternidad y paternidad cada vez más conscientes y responsables. No sólo derechos, igualmente responsabilidades. No sólo pedir, reclamar, sino también regalar; dar calor, susurro, alimento, amparo…, al igual que nosotros/as lo recibimos antes y después de salir de ése, el más bendito templo, el vientre de nuestras madres.

Koldo Aldai, 20 diciembre 2013