Hablar, escribir, consiste en poner palabras juntas ajustándolas, organizándolas; estos son pues actos de creación. Cada uno de vosotros puede así crear en los seres alegría, confianza, amor, luz, o bien pesar, oscuridad, enfermedad, desespero, y en este segundo caso, aunque se exprese en el mejor estilo, fabrica monstruos.
La verdadera evolución consiste en aprender a utilizar la palabra, oral o escrita, con un objetivo divino, es decir poner en funcionamiento los elementos del Verbo para crear únicamente lo que es justo, bueno y hermoso. Aquel que trabaja conscientemente en esta dirección, participa en la obra de Dios, y llega el día en que es contratado como obrero de Dios. Porque la Creación todavía no está terminada, el Creador continúa trabajando y necesita obreros para que le traigan – simbólicamente hablando – piedras, arena, materiales. «¡Sólo servimos para eso!», diréis. Sí, y no os ofendáis, no somos precisamente nosotros a quienes puede escoger el Creador para realizar el papel más importante, pero cualquiera que sea el nivel, es honroso participar en este trabajo divino.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Editorial Prosveta